Capítulo 4

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Narra Nayara

Estos días estoy entrenando muy fuerte. A tope. Tengo un combate dentro de poco y no puedo permitirme el lujo de descansar. Quiero ganar. Mucha gente no entiende que me encante este deporte. Pero así es. No sólo es un pasatiempo, un hobby, sino que es mi vida. Des de ese día que decidí que quería boxear, siento que he cambiado. Hay quién siempre ha amado pelear, hay quien necesita sacar su agresividad en algún sitio. Pero yo me metí en este deporte porque simplemente me gustó. Vi un combate en la televisión sin querer, me quedé embobada viéndolo y me dije que yo tenía que hacer eso. Recuerdo la desaprobación de mis padres, su miedo a que me hicieran daño. Desconocían el deporte, aunque aún no podía decir que fuera una experta. De todos modos, yo creía que podía con ello.

Las imágenes de la primera vez que pisé el gimnasio de boxeo no las olvidaré. Sentí ese olor de sudor y sacrificio. Vi los sacos colgados a la pared y ese ring imponente delante de la puerta. Y sonreí. Supe que algo bueno saldría de allí. Con el tiempo me di cuenta que ese deporte me apasionaba, pero el lugar no era el adecuado. Me dejaban demasiado a mi aire, no cogía confianza en subir al cuadrilátero. Excusas y más excusas venían a mi mente para no pelear. Me convertí en una experta mentirosa que sólo hacía que convertirse en una cobarde. ¿Qué era lo que me daba tanto miedo? Pero cuando cambié de gimnasio... ¡Qué alivio! No era una cobarde. No lo era. Sólo me faltaba confiar más en mi misma. Y eso se consigue con un buen entrenador. Alguien que no sólo fuera mi entrenador, sino que fuera como un padre, como un hermano mayor, como un amigo. Alguien en quien puedes confiar, quien sabes que está a tu lado y no te fallará. Alguien que si te dice que puedes, tiene razón. Que si te dice que saltes, tú saltas. Porque sólo con quien más confíes es quien sabrá sacar el máximo rendimiento de ti. Y esto lo descubrí en mi nuevo gimnasio. En el que estoy ahora sudando y maldiciendo por sentirme tan cansada.

Pero en estos momentos, en los que creo que no puedo más, en los que pararía si no tuviera a mi entrenador gritándome que siga, en los que me da la sensación de que mi corazón estallará pero sé que solo son imaginaciones, en los que mis brazos se notan pesados como el plomo y casi no resisten el estar en la posición de guardia y en los que tengo que hacer un esfuerzo sobrenatural para seguir moviéndome, es cuando me doy cuenta de en quién me he convertido y por qué quiero seguir aquí. Es cuando recuerdo quién era. Porque no siempre he sido así. Antes era más insegura de mí misma. Nunca he sido popular, ni guapa, ni he destacado en nada. Era una chica del montón. Pero iba a un colegio que no ayudaba. Empecé la ESO, no fui la chica que se juntó con las cuatro populares así que me tocó ser una más. No puedo decir que se metieran conmigo o me insultaran, pero al mínimo fallo se reían. Así que, aunque mucha gente diga que eso no debería afectarme, lo hizo. Era una adolescente, tenía sentimientos y sí, me afectaba todo ese rollo. A mi mejor amiga no le iba mejor que a mí. Pero no podíamos cambiar nada de eso. Cuando empieza, sigue hasta que terminas y te vas de ese estúpido colegio. Es lo que hay. Seguíamos adelante, cada vez con más miedo de salir en público, con menos confianza en nosotras mismas. Los chicos tampoco eran mi fuerte. Lo sé, es vergonzoso pero no puedo cambiar la realidad. Cuando a mí me gustaba alguien, no le gustaba yo o al revés. Quizá sea yo, que soy muy exigente. La cuestión es que no era popular. El boxeo... Me hizo confiar más en mí. Me abrió los ojos y me dejó ver que yo podía con todo. Era fuerte. El boxeo me hizo fuerte. Cambió mi forma de pensar y de ver las cosas. Me hizo replantearme la manera de superar los problemas. Me enseñó a levantarme después de caer, de aprovechar las oportunidades y a no rendirme jamás. Así que por todo esto, sé dónde estoy y dónde quiero seguir estando.

Además, este deporte me ha dado unos amigos increíbles. Chicos de los que no quiero separarme, que valen millones y quién los tenga al lado serán siempre afortunados. No sé qué me deparará la vida, ni si dentro de unos años seguiré siendo su amiga, pero de lo que sí estoy segura es de que son personas maravillosas. Ojalá hubiera una manera de saber si estarán conmigo para siempre, ojalá tuviera forma de hacer que estén siempre presentes en mi vida. Porque por nada del mundo quiero perderlos. A ellos, que me han ayudado a ser quién soy ahora, que me han apoyado en todo, que me han hecho confiar en mí, que me han dado sus mejores consejos, que me han hecho ver cosas que yo ni siquiera imaginaba, que me han demostrado que la amistad existe.

¿Siempre eres tan serio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora