Declaración

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El tiempo seguía su curso, y yo sentía que perdía el mío lentamente junto con mi cordura.
Ya no podía pensar en nadie que no fuera Sofía, se había convertido casi en una obsesión.
Había avanzado con ella sin duda, teniamos palabras amistosas e incluso a veces almorzabamos juntos.
Pero las ansias me consumían, hasta que un día entre copas, lo asumí:

Me enamoré.

No tenía ojos ni cabeza para nadie más que no fuera Sofía.
Y aunque tenía ganas de gritarselo al mundo no podía, mis amigos se burlarían de mi pues para ellos el amor no existía y todo esto sería pura cursilería.
No los culpaba, para mi era lo mismo hasta hace unos días atrás cuando me sorprendí creando planes con Sofía, soñando que si fuera mi novia, que si se casara conmigo, que si me ponía serio.

Pese a toda mi desconfianza, había alguien que debía saberlo y yo estaba decidido a ir a casa de esa alguien, declararme y si era posible, robarle el beso que hace tanto deseaba.

Esperé hasta las 8 de la tarde, tomé las llaves de mi carro y partí a su casa rogando al cielo que de alguna manera hubiera logrado sembrar una semilla de duda en ella, que al menos quisiera intentar.
Una vez allá toqué el timbre apresuradamente y esperé a que saliera:

- ¡Mario Calderón! ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces por acá hombre? -saludó alegremente.

- Necesito hablar un momento contigo Sofía ¿puedo pasar? -pregunté nervioso

Sofía me hizo entrar.
Hablaba de cosas al azar como si no se diera  cuenta de que en frente tenía a un tipo que estaba delirando por ella.
Yo solo miraba sus labios, su cabello, sus gestos radiantes. Esa forma particular de mover sus manos para explicarte algo y hacerlo ver fácil.

-Sofía -interrumpí, pues sentía que iba a desmayarme en cualquier momento- Sofi, necesito decirte algo y por favor, escuchame, es muy importante para mi.

-Está bien, te escucho -asintió sonriente.

-Bueno... -no sabía que decir, no me había preparado de ninguna manera para este momento- ambos sabemos que no estaríamos aquí en este momento si yo no hubiera insistido en acercarme a ti -comencé.

Sentí como la sangre subía a mi cara, también entendía que era la primera vez que me declaraba genuinamente con alguien y que todo este nerviosismo no era más que la consecuencia de estar enamorado. Esto de sentir que mi alma pendía de un hilo por Sofi.

- Sofía, me gustas -confesé sin más, pues de ese joven don Juan que iba engatusando mujeres por la vida con su labia no quedaba mucho- y no solo me gustas, estoy enamorado de tí. No hay un solo día en el que no te piense, en que me levante y estés ahí, o te recuerde antes de dormir... -Sofía me observaba en silencio, y su silencio me quemaba- me encanta todo lo que haces y todo lo que eres... Jamás sentí esto por nadie antes y sinceramente tengo miedo. -finalicé.

- ¿Miedo a qué Mario?

- Miedo a no ser correspondido Sofi, miedo a que quieras huir de mi -confesé apenado- miedo a que mi fama me preceda y decidas ignorarme por eso.

- ¡Ay Mario! -exclamó Sofía con decepción en la voz, con ese tono que encendió todas mis alarmas- ¿Por qué tenías que decirlo? -cuestinó apenada.

-Lo siento Sofi, no podía más -confesé- no quería incomodarte de ninguna manera.

- No me incomodas Mario es solo que... pensé que seríamos amigos -dijo con una sonrisa apagada- Sabes que no quiero esto, sabes que me he cuidado de no involucrarme con nadie durante estos años de universidad.

-Lo sé, lo sé - Interrumpí- pero yo no te estoy proponiendo un noviazgo Sofi, solo me gustaría saber si... si es reciproco. O si al menos te gusto un poquito. O en el peor de los casos... Si debería alejarme de ti -concluí derrotado, pues ya me estaba anteponiendo al peor de los panoramas.

El Origen de un Don JuanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora