20 Años

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La vida es curiosa.

Esa tarde me preparaba para ir a una de las tipicas fiestas de la facultad.
Esas fiestas donde el aguardiente llueve y puedes saborearlo en el cuerpo de las diosas divinas que bailan para seducirte y hacerte olvidar que se aproximan los parciales.

Estaba perfumado y peinado cuando veo a mis compañeros acercandose a mi con un par de hembras hermosas.

-Marito Calderón ¡A qué hora piensas unirte a la diversión hombre! -comentó Roberto evidentemente borracho.

-No si es que este flaco se arregla más que una vieja para ir a bailar -Se burló Andrés, otro de mis compañeros. El típico timido mala copa que cuando se emborracha se lanza a la vida de la peor manera posible.

-Pero hay que admitir que al hombre le va bien cazando, ¿si o no muchachos? -objetó Armando- vale la pena la dedicación -finalizó con una sonrisa afable.

Armando Mendoza era un tipo que conocía desde hace algún tiempo. Siempre convivimos de cerca pero me parecía un mimado, incluso berrinchudo en muchos aspectos, aunque como compañía ocasional estaba bien.
Era admirado por todos los hombres por tener fama de mujeriego y seductor.
Le apodaban el tigre y eso porque las mujeres con las que había estado le hicieron esa fama de amante fiero, todo en apenas unos años en la facultad de ingeniería.
Sin duda, que un tipo de ese calibre elogiara mi dedicación y mi destreza con las mujeres, alimentaba mi ego.

Sonreí.

Nos dirigimos a buscar a las amigas de las damas ebrias que nos acompañaban.
Llegamos a una casa cercana a la universidad y sin pudor, los chicos entraron a buscar a una tal Angela María, paseandose como si de sus casas se tratara, dejandome solo en la entrada.

Entré para no quedarme como estúpido parado en la puerta, y al asomarme a la primera habitación pude ver a Armando intentando hablar con una chica que estaba sentada sobre su escritorio y que no le prestaba mucha atención realmente.

La observé de perfil y me pareció preciosa.
Su pelo castaño claro caía por sus hombros como cascada, reluciente y suave. Sus rasgos eran delicados y su cuerpo... ¡Dios mío! ¡Su cuerpo!

Todo en ella me atraía y punto.

Sentí un flechazo al tan solo verla, y eso que se encontraba sentada aparentemente leyendo.
De pronto, parte de la conversación (o más bien monologo) que mantenía Armando se coló por mis oídos:

- Vamos, solo serán 20 minuticos, si acaso media hora y luego yo mismo me encargo de traerte a casa -Ronroneaba Mendoza apoyandose con sus aires de seguridad sobre su escritorio- y es más, para que veas que estoy comprometido con tu seguridad, hasta me puedo quedar a dormir contigo ¿Qué te parece?

Era la primera vez que observaba de cerca a Armando coqueteando con alguien. Me impactó tanta soltura y confianza para ofrecer una noche de sexo, como si nada, a una mujer que veía por primera vez.

Solo pretendía mirarlo y tomar nota de sus gestos, sus reacciones, sus palabras. Para copiarlas más tarde y tal vez tener algo de suerte con las chicas.
Sin embargo, lo que escuché a continuación me distrajo, sacandome así de toda tarea de observación:

-Se de usted señor Mendoza y la verdad es que no me interesa corroborar o desmentir su reputación -contestó sin un apice de interés.

-Pero preciosa, escuchame una cosa... -apeló Armando complicandose un poco.

-No gracias -interrumpió ella amablemente- estoy un poco ocupada y tengo afán. -sentenció dando por finalizada la conversación.

Armando quedó mudo. Y mi interés por esa chica creció irremediablemente.

El Origen de un Don JuanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora