Y ahora, ¿qué?

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Corro hacia mi casa llorando como una niña pequeña. No me puedo creer lo que acaba de pasar. Cuando tu pareja, la persona con la que estás, el hombre al que quieres te defrauda, te humilla y te hace daño de esta manera sabes que ya nada volverá a ser igual. Lloro de incredulidad por lo sucedido, aunque algo dentro de mi sabía que nuestra relación llevaba un tiempo rara. Había ido viendo las señales de aviso, pero quise ignorarlas hasta que finalmente me he chocado con ellas de cara.
Su control se estaba volviendo obsesivo y su forma de tratarme como si fuese suya me estaba mosqueando. Pero en mi interior siempre lo excusaba. Ken no podía ser celoso, él no. Una persona que comparte el sexo de su novia con su padre no puede ser celoso ni posesivo. Sin embargo, después de lo que acababa de pasar, está claro que me equivocaba.

Un poco más tranquila dejo de correr y simplemente ando rápido, eso sí, con la respiración agitada. Mis lágrimas han dejado de brotar de los ojos e intento respirar hondo. Camino hacia mi casa, pero quizá no sea tan buena idea ir allí.
Mi madre acabará de llegar de trabajar y no sé qué la voy a contar cuando me vea aparecer con los ojos hinchados de llorar y.... sin mochila.

¡Mierda! Mi mochila No tengo ni mi móvil.

Me siento en un banco al lado de la carretera para pensar en mi siguiente movimiento y de paso descansar un poco los pies. He corrido más de diez minutos sin parar con los zapatos del uniforme, calzado, por cierto, nada apropiado para hacer running.

Intento repasar en mi mente lo sucedido. Cada palabra, cada conversación. Quizá yo lo haya exagerado todo y no ha sido para tanto. (Auto inculparme)

"Más te vale que no sea verdad" (Amenaza)

[...] "Que eres mía y no te voy a pasar por alto ningún tonteo con nadie" (Posesión)

"Que no te vas hasta que a mí no me salga de la polla" (Dominio)

"Déjame darte lo tuyo antes de que te vayas" (Abuso)

Recuerdo cómo movía su cuerpo encima de mí, como su mano manoseaba mi cuerpo con ansiedad y como su boca absorbía con fuerza mi cuello. Claramente quería dejar signos de su posesión en mí. De esta manera cualquier tío que se acercase y viera el chupetón, ya sabría que yo tengo dueño.

Mis lágrimas ruedan de nuevo por mis ojos al darme cuenta de que no ha sido cosa mía y que Ken realmente ha abusado de mí. Un novio o un marido también puede abusar o violar; ningún estado civil da derecho a que nadie te tome si tú no quieres. Me niego a auto inculparme por algo que ha hecho él mal, muy mal.

Me sobresalto cuando noto que alguien se sienta a mi lado en el banco. Me giro y veo a Hugo. Está cabizbajo y me observa sin decir nada.
Secando de nuevo las lágrimas de mi cara empiezo a erguirme. La mano de Hugo se aproxima a mi pecho y yo me asusto, pero él continúa hasta tirar de mi camisa y tapar mi sujetador. Faltan en ella dos botones que hace un rato hizo estallar su hijo, y no me había dado cuenta de que estaba enseñando mi ropa interior.

—¿Cómo estás?

La voz de Hugo es dulce, tranquila y sus ojos me intentan transmitir comprensión. Observo bien su cara y veo que tiene el pómulo colorado. Arrugo el entrecejo mirando a esa parte de su rostro y él asiente sin decir nada.

Hugo mira alrededor.

Estamos en la carretera principal, a cien metros se encuentran los pequeños comercios locales y a estas horas la acera está muy transitada.

—¿Quieres que vayamos a un lugar más tranquilo para hablar?

Pues... No sé muy bien qué decir. Es cierto que aquí me siento un poco observada, y esto es una ciudad pequeña. Que me vean llorando en medio de la calle con mi suegro y con la camisa medio rota, puede dar de que hablar. Pero, por otro lado, en este momento no confío en nadie, y menos en un miembro de esa familia.
Hugo ve la duda en mis ojos y por eso decide hablar de nuevo.

Vacaciones en familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora