O5 | amor de perros.

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Algo que ninguno de los dos tenía o sabía cómo conseguir era delicadeza, al menos no con el otro.

Por un lado, Aimar era muy bruto, a pesar de su contextura delgada poseía una fuerza desproporcionada al tamaño de su cuerpo e incluso de su casta –aunque entraba en la subcategoria de dominante–
Scaloni no calculaba bien los manotazos que tiraba a la hora de jugar, tampoco los empujones que daba para sacarse a alguien de encima o esas patadas descolocadas que le salían de vez en cuando.

De más chicos, un par de veces se habían agarrado de los pelos hasta que uno terminara llorando.

Con el pasar del tiempo, Scaloni caía en cuenta que su amigo de la infancia sería un omega con el cual el contacto físico debería dejar de ser brusco y bruto, un golpe en falso podría causarle consecuencias graves en algo tan delicado como su capacidad de incubar cachorros o incluso amamantarlos, por lo que hubo un tiempo que acostumbrado a ser descuidado con él no supo cuál era la mejor manera para acercarse nuevamente. Algo que más que extrañar a Pablo, lo hacía enojar.

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Mientras que el cordobés esperaba al santafesino en la puerta de su aula, por lo lejos divisaba una tierna escena.

Messi, el omega del curso de al lado y el alfa que lo había acompañado a buscar sus análisis cuando fueron confundidos. El más bajito se dejaba mimar por las grandes manos del más alto, que apretaba sus cachetes, acariciaba su cabello, lo acomodaba detrás de sus orejas, con sus pulgares recorria la zona por debajo de sus ojos y finalizaba envolviendolo en un fuerte abrazo que por demás parecía uno muy cálido. Un nudo se formó en la boca de su estómago y un suspiró salió de sus labios.

–¿Qué pasa que andas melancólico?– dijo Lionel una vez que salió del aula justo enganchando a Pablo con esa aura tristona.

–Míralos– señaló con su cabeza a los dos jóvenes –Yo también quiero que alguien me mime así– devolvió su mirada al mayor.

El más alto casi por instinto, levantó su mano y la posicionó encima de su frondosa cabellera, pero sin acariciarlo o mover sus rulos, simplemente poniéndola ahí.

–No, vos no, amargo– se quejó comenzando a caminar para deshacerse del toque del mayor.

Lionel lo miró alejarse completamente estático ante aquella reacción tan cortante con su persona, rodó los ojos y corrió para poder alcanzar al omega para dirigirse hasta sus hogares.

Para cosas así, Pablo era un poquito más rápido.

Se había dado cuenta que el alfa podía ser muy cuidadoso y cariñoso con él, pero siempre que lo hacía era de manera completamente inconsciente por lo que cuando la situación se prestaba para que le brindara algún tipo de mimo procesando la acción por más de cinco minutos, se quedaba tieso sin saber cómo avanzar.

Lo notó cuando el muy boludo se puso celoso en una ocasión donde Román había corrido toda la cancha de brazos abiertos para ser recibido por él en un abrazo, disimuladamente los separó y cuando tuvo su oportunidad de igualmente tenerlo entre sus brazos solamente chocó sus pechos como si fueran jugadores de rugby. Ah, Lionel era tan fácil de leer en tantas situaciones.

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El tan ansiado fin de semana había llegado nuevamente pero esta vez un evento importante se destacaba, el cumpleaños de su queridisimo Placente.
No iban al mismo colegio pero entrenaban en el mismo club de barrio por lo que pudieron formar una linda amistad entre todos, pensaron que la celebración sería algo tranquilo e íntimo como mucho, pero tenía otros planes a la hora de celebrar sus dieciocho años.

La cosa había empezado con diez invitados, ahora, por más que lo intentaron tres veces perdieron por completo la cuenta de la cantidad de gente presente en el hogar del cumpleañero.

dios que castigo | scaloni x aimar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora