O7 | aquí, a mi lado.

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Lionel era bastante sentimental, Pablo solía cargarlo muy seguido por lo mismo.

Cuando se egresaron y dio un pequeño discurso, las lágrimas se asomaron a la par que una risotada por parte del omega.
Cuando su mamá le regaló su primera camiseta de Boca, sus ojos se volvieron cristalinos casi instantáneamente pues sabía del sacrificio que había significado obtener tal pilcha.
También, cuando vio por primera vez una jirafa en ese viaje relámpago que hicieron al —que alguna vez fue— el zoológico de Buenos Aires.

En todas esas ocasiones, había tenido a Pablo para reírse de él o quejarse de que otra vez de iba a largar a llorar.
Y siempre, pero siempre, le hacía mimos en la espalda hasta que se pudiera calmar y las lágrimas cesaran.

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Con los ojos hinchados a causa de no dormir, el pelo desordenado y unas notorias ojeras que tendría que averiguar algún milagro para disimular se miró fijamente al espejo y suspiró pesadamente.

Había pasado de estar en la tranquilidad de su hogar a hospedarse en quién sabe qué hotel a causa de un evento realmente especial.

La boda de su padre.

Porque claro, así como Eulalia y él continuaron con su vida aquel hombre no se había quedado atrás.
Estaba en todo su derecho, quería pensar.
Pero algo en su pecho se instalaba con una fuerte sensación de pesadez al mirar a su progenitor completamente ignorante a todo el martirio que alguna vez le hizo pasar a su madre encontrándose a punto de unirse en sagrado matrimonio con una mujer que no conocía en lo más mínimo.
Tampoco entendía la necesidad de estar presente en un día tan importante para su padre al tener en cuenta que —mutuamente— jamás estuvieron presentes en demás acontecimientos relevantes en la vida del otro.
Según había entendido, la dichosa prometida fue la que propuso la idea con toda la buena voluntad del mundo.
Y aunque más quisiera, no se podía confiar ciegamente en una completa extraña.

Cuando la invitación llegó lo primero que atinó a hacer fue dirigir su mirada hasta su madre, que al leer lo que estaba escrito en el fino pedazo de papel blanco se sorprendió.
La primer respuesta del alfa fue un rotundo no, negación total a siquiera acercarse a tal evento.
La mujer con toda la paciencia del mundo le explicó que si había llegado tal carta, fue por una razón, su padre esperaba por su presencia y era completamente entendible.
Él, rehacio ante el rencor del sufrimiento que alguna vez ella tuvo que vivir en silencio, siguió totalmente abnegado hasta que le dijo las palabras indicadas para poder hacerlo cambiar de opinión.

–Lo que yo pasé fue entre tu padre y yo, eso quedó en el pasado en el preciso instante donde nosotros dos empezamos nuestra vida aquí, ¿sí?– lentamente tomó el rostro de su hijo entre sus manos –Estoy bien, hace mucho que tengo una vida feliz y quiero creer que tu papá está en las mismas para nuevamente intentar tenerte en su vida...dale una oportunidad, Lio, si las cosas salen mal sabes que contas conmigo, no estas solo mientras yo tenga vida– y dejó un pequeño beso en su frente.

Quizás, más que convencido, terminó resignado a la idea de tener que presentarse ante tal ser humano después de mucho tiempo.
Algo, seguramente cercano a su instinto lo impulsó a finalmente decidirse por asistir, aceptando lo que sea que pudiera suceder.

Él primer encuentro fue banal, frío, nada que realmente no se esperara.
La segunda vez que lo vio, estaba acompañado por su prometida que se aferraba nerviosamente al brazo del hombre y se presentó con una gran sonrisa decorada con un dulce tono de voz.

Una omega.

De estatura baja, ojos saltones, pelo asombradoramente largo, muy linda en general y feromonas chillonas que le resultaban empalagosas a un punto donde sentía que comió diez cucharadas seguidas del más puro dulce de leche.
Un acento que no tardó en descifrar que definitivamente no se trataba del santafesino.

dios que castigo | scaloni x aimar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora