Nunca perdió la esperanza, mantuvo guardada la carta que le indicaba el regreso de su amado durante más de cinco años. Por fin había llegado el día.
Abrió el armario y sacó todas sus prendas más elegantes. Después de decidirse por un vestido largo de satén negro con algún detalle en rojo, bajó las escaleras con elegancia y abrió el cajón del aparador que había en la entrada.
Sacó el sobre de la carta que contenía la promesa, pero antes de poder leer de nuevo sus palabras sonó el teléfono de forma estremecedora.
Descolgó con gesto interrogativo. No reconoció la voz del interlocutor. Preguntó con insistencia quién era, pero la única respuesta que recibió fue que corriera, pues la persona a la que esperaba ya no existía.
Después de ese extraño mensaje se cortó la llamada y la mujer regresó a la entrada para volver a coger la carta. Buscó por la cómoda, sin embargo, no la encontró.
Un escalofrío le recorrió toda la espalda, pensó en la frase, pero no quería recordarla, negó con la cabeza y siguió con la búsqueda de la carta.
Según se acercó al dormitorio escuchó el viento silbar junto al sonido de una hoja deslizándose. Siguió el ruido y vio a un hombre sentado mirando por la ventana de la habitación mientras sostenía la carta con la mano.
Los ojos se le iluminaron al reconocer en el dedo del hombre un anillo idéntico al suyo propio. Cuando él se giró para mirarla vio por fin el rostro que ya conocía y tanto esperaba, pero se dio cuenta de que no era el mismo de siempre.
Una oscuridad macabra se reflejaba en sus ojos y no pudo más que hacer caso a la llamada telefónica. Tan solo corrió enloquecida hacia la puerta.
