En el faro de Nantucket hay más bullicio del habitual. Un hombre de mediana edad sale de allí y se dirige a una casa que está situada a escasos metros.
— Veo que os habéis vestido para la ocasión. — Asiente satisfecho al observar a su familia con atuendos elegantes de colores ocre, marrones y rojos a conjunto con el faro.
— El faro cumple 100 años, ¿Cómo no íbamos a estar preparadas para la ocasión, papá? — Una de sus hijas se acerca al farolero y le da un tierno abrazo. — ¿Qué tal estás? ¿Aún no has pensado quién te sustituirá? Deberíais descansar, tanto mamá como tú.
— No te preocupes. Supongo que no tardaré en decidirme, aunque aún podría seguir unos años. — Hincha el pecho orgulloso mientras otea por el salón buscando a alguien. — ¿Dónde está tu hermano? Juraría haberlo visto antes.
— Creo que ha ido al río un momento, quería comprobar algo, ya sabes cómo es William. Para la cena estará, sigue siendo un glotón.
El farolero se ríe junto a su hija y continúan decorando algo más la casa.
Mientras tanto, William se mete en el río a nadar un poco. Le trae viejos recuerdos de su infancia, pero también de sueños extraños, ensoñaciones que han vuelto a participar en sus noches.
Cierra los ojos unos segundos, lo suficiente para quedar atrapado en ese otro mundo. Un ser marino le habla con calma, repite la misma frase una y otra vez en un idioma desconocido. El sueño empieza a tornarse rojo, William abre los ojos, se palpa la cara y observa un líquido escarlata. Se limpia sin preocupación, sale del agua y va hacia al faro repitiendo una y otra vez la frase de sus sueños.
