Un juramento difícil de cumplir | CAP. 1

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Todavía no daba mis primeros pasos y ya señalaba al cielo cuando mi madre me preguntaba dónde vive Dios.

A diferencia de la mayoría de los niños yo amaba ir a la iglesia. Mi deseo era dedicarme a Dios y ayudar a las personas a tener una vida feliz. Por ese motivo al cumplir ocho años me convertí en monaguillo en una de las parroquias más reconocidas de mi ciudad.

Lamentablemente, el ambiente dentro no era ni tan santo ni tan puro como me lo imaginaba. Al trabajar para la iglesia me enteré de muchas situaciones que me decepcionaron.

No entendía por qué los superiores se comportaban así si en las misas decían que Dios castiga a las personas que cometen esos actos. Nunca dije nada al respecto. Pero sabía que estaba muy mal que durante las noches entraran las monjas a tener sexo con el padre y hasta orgías con prostitutas hacían. Ver todo eso fue bastante fuerte para mí que aún era menor de edad. Yo no quería actuar igual. Incluso juré a Dios que si algún día llegaba a ser sacerdote jamás caería en algo tan inmoral.

Concluí mis estudios obligatorios por la ley e ingresé al seminario recién cumplí dieciocho. Estudié de lleno durante tres años y me convertí en sacerdote a los veintiuno. Aunque aún no cumplía la edad mínima para ser cura, mi alto desempeño y madurez habló bien de mí.

Se me asignó a la misma iglesia en la que fui monaguillo y la gente que asistía me aceptó muy bien pues me conocían desde pequeño y me tenían un cariño especial. Y hasta la chica que en el bachiller se burlaba de mí por mis creencias, fue a la iglesia el domingo que dí mi primera misa. Su nombre es: Evangeline.

Eva parecía atenta al sermón lo cual me pareció bastante raro porque ella siempre se presumió atea.

Terminó la misa y ella se acercó a mí.

—Vaya, vaya. Así que era cierto —dijo Eva haciendo una mueca de disgusto y calificandome con la mirada.

—Buenas tardes, Evangeline. ¿En qué te puedo ayudar? —respondí.

—No me llames así. ¿Ya olvidaste que aborrezco ese nombre? Dime Eva, simplemente Eva —dijo molesta alzando la voz.

Había mucha gente a nuestro alrededor que miraban de reojo cuando Eva subía la voz. Por eso traté de complacerla llamándola por el nombre de su elección, aunque sinceramente para mi gusto el nombre Evangeline es demasiado hermoso.

—¿En qué te puedo ayudar Eva? ¿Tiene algo que ver con Dios o la iglesia?

—No me interesa nada que tenga que ver con muñecos de yeso o cuentitos falsos —habló con desprecio burlándose del rosario de plata que llevaba en mi cuello y de la biblia que sostenía en mis manos—. Solo quise comprobar si realmente habías arruinado tu vida. Y veo que ahora sí metiste la pata y bien metida amigo.

—¿Disculpa? —crucé los brazos ofendido esperando una explicación.

—Sí. De qué te sirve estar tan jodidamente bueno si vas a envejecer hasta morir en esta cueva llena de hipocresía —señala todo el lugar—. ¿Es en serio? ¿Realmente quieres dedicar tu vida a esto?

—No tengo porque darte explicaciones de qué haré con mi vida.

—Earling... Tú no quieres esto.

¿No quiero esto? Evalúe mis sentimientos y pensamientos. Reflexionando mis intenciones en la iglesia. Y se me conmovió el corazón al ver a las personas incadas suplicando ayuda, otras dando cantos y rezos de gratitud. Sonreí y le respondí sin dudarlo:

—Claro que quiero esta vida. Y nunca me he sentido tan feliz.

—No. Tú no eres feliz. Solo intentas convencerte de que lo eres.

—No has cambiado nada Eva... Siempre tan arrogante creyendo que lo sabes todo cuando no sabes ni la mitad de lo que crees saber. ¡Es ilógico! No eres Dios para saber lo que realmente siento o lo que hay en mi corazón.

—¿Así que no puedo saber lo que sientes?

—No.

—Entonces, dime tú —presionó mi pecho con su dedo—, ¿qué sentías cuando hacíamos el amor? Porque parecía que lo disfrutabas más que estando preso en este lugar.

Miré a todos lados esperando que nadie hubiera escuchado. Y todo normal, la gente estaba concentrada en lo que hacía. Solo éramos ella, yo y nuestra conversación.

—Por Dios, Eva. Baja la voz. Eso fue solo una vez y jamás volverá a suceder. Además Dios sabe que yo nunca había estado en una escuela que no fuera la religiosa. Cuando te conocí no sabía cómo ser o actuar y tú te aprovechaste de que estaba muy alcoholizado. Si hubiera estado consciente...

—Aww enciendan una velita al santo.

—Sabes a qué me refiero Evangeline.

—¡Que no me digas así carajo! —Sus ojos grises se tornaron a un celeste brillante por la furia y su entrecejo se frunció.

—Perdón... —Me encanta como se ve cuando se enfada.

—Pero, ok. Tú me culpas a mí de aprovecharme y robarte tu preciada virginidad —imita los lloridos de un bebé—, pues llora todo lo que quieras. Sé bien que te encantó que te mamara esa gigantesca verg...

—No tienes vergüenza —dije cubriendo mi rostro—. Ya para, por favor. Alguien te puede escuchar.

—Tranquilo papí, digo... "padre". ¿Así te dicen no? —dice en son de burla—. He cumplido mi promesa y nadie sabe lo que pasó entre nosotros, al menos por mi parte. Ni siquiera mis amigas lo saben. Tampoco he venido a delatar que borracho y un poco alocado —drogado—, haces maravillas. Es nuestro secreto...

—Entonces, ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has esperado hasta ahora para aparecer en mi vida? —pregunté confundido por toda la situación tan inesperada que estaba pasando. Nunca imaginé volver a ver a Eva. No después de todas las burlas y malas jugadas que me hizo pasar años atrás.

—Earling. Mi Earling... —cambió su semblante a la de una persona enamorada, o mas bien, locamente obsesionada. Aunque pensandolo bien no hay mucha diferencia entre una y otra, o quizás era un poco de las dos. Así era su mirada—. Estoy aquí para decirte que te he buscado como loca durante tres años. Perdí la cuenta de los lugares a donde fui con la ilusión de encontrarte. Y ahora que por fin lo he logrado, no pienso dejarte ir. No importa que ahora tengas un título religioso —besó dos de sus dedos y me los pusó en los labios—. Podemos amarnos en secreto y portarnos mal de vez en cuando. Con ninguno he logrado sentir lo que tú me hiciste sentir esa única vez.

Eva se dirigió a la salida y yo me quedé helado procesando cada palabra dicha. Miré hacia ella y no pude evitar verle el trasero mientras caminaba. ¡Era tan sexy! Justo como lo recordaba.

—¿Te gusta? —volteó a verme pero yo desvíe la mirada.

—No sé de qué hablas —respondí.

Eva sonrió y salió de la iglesia.

Mi Pecado Es EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora