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La estela de la sangre aún quedaba en los ropajes de Worakamol

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La estela de la sangre aún quedaba en los ropajes de Worakamol.

Envuelto en sudor, mientras la adrenalina corría por su cuerpo y apresuraba su paso.

Un cuerpo cayó, con un sonido certero y la sangre salpicó en el momento que él había cortado la garganta de aquel hombre, quien herido de muerte, murió.

Era un día... Particular.

El cielo estaba envuelto en un rojo intenso, había gritos por doquier y la ciudad.., no, el mundo entero se sumía en un estado de muerte y caos.

Sentía el poder recaer en él, sus iris envueltos en un halo rojo demostraba aquello.

Sin mucho esfuerzo y rápidamente llegó a lo que él llamaba hogar. Tuvo que entrar por una de las ventanas, saltando como si hubiese sido dotado de una súper fuerza y elasticidad increíble.

Llegó al cuarto que compartía con Barcode, e inmediatamente dos pequeñines corrieron a él, chillando de felicidad.

— ¡Papá! — gritaron ambos, sujetándose a las piernas gruesas.

Jeff se inclinó hacia ellos, depositando un par de besos en sus mejillas y revolviendo los cabellos.

— Ey — llamó él. — ¿Están bien? — ambos asintieron.

Él les sonrió y alzó la vista, topándose con la gran cama matrimonial que había en la habitación, y sobre ella un castaño que sostenía un bulto entre sus brazos.

La gentuza afuera parecía no dar el brazo a torcer.

Todos estaban muriendo, los ríos y mares se habían convertido en aguas de sangre. Los animales perecían, y en esos momentos, donde el fin del mundo finalmente había llegado, las personas tan solo se echaban la culpa; unos a otros.

Ladrones aprovechaban y hurtaban las tiendas, sin saber que pronto la muerte les esperaba. Había otras personas asesinando cruelmente a otras, arrebatándoles la vida y con ella, las esperanzas.

Muchos, decían que todo aquello se debía a ellos, porque eran demonios y debían de ser aniquilados. De allí su insistencia en atravesar la puerta principal para llegar al interior de la mansión.

Jeff avanzó hasta Barcode, juntó sus frentes y dejó un beso en la frentecita del bebé que tan solo tenía tres días de nacimiento.

— ¿Todo bien? — preguntó Barcode, sabiendo lo que ocurría y todo lo que aquello conllevaba.

— Es hora, mi amor — fue lo único que dijo.

Saen y Worde acudieron al llamado de su padre, y los cinco se juntaron sobre el colchón.

Un aro de luz les rodeó, era rojo y destellaba en luces amarillas y naranjas. Era fuego, que no les quemaba, al menos no a ellos.

Jeff miró atentamente a Barcode, sonriendo y dejando un suave beso en sus labios.

— Te amo — fue lo último que se escuchó en la habitación.

En el momento que Barcode había contraído matrimonio con Satur, su alma había quedado enlazada a la de él. Y Worakamol en realidad pertenecía a aquel lugar al que muchos llamaban Infierno.

Y cuando la gentuza logró entrar, ellos ya habían desaparecido, dejando la estela del fuego que pronto comenzó a arder más y más, llevándose así consigo a todas aquellas almas pecaminosas que no hubieran dudado en asesinar al matrimonio y a sus hijos.

El mundo era cruel y despiadado, todos pecaban día a día y no había ninguna sola persona que estuviera libre de aquello. Por eso, y por aún más nadie merecía seguir viviendo.

No cuando lo único que lograban era pervertir el mundo y destrozarlo, más y más.

Pronto, el río en llamas cobró vida y quemó todo a su paso. Mientras la lluvia de fuego azotaba fuertemente a los pecadores más carentes de corazón. Las lágrimas terminaban en lo que alguna vez fueron casas llamadas hogares, y los cuerpos vacíos se consumían entre su propia maldad.

Y si las personas que rogaban por salvación tuvieran la oportunidad de culpar a alguien, sus dedos acusatorios señalarían a Jeff Worakamol Satur.

Quien había nacido para acabar con todo aquello, pues no por nada era llamado el anticristo. 

Fin.

Fin.

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Born for evil || JeffBarcodeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora