Capítulo 1

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Athanasia bebió de su té. Estaba preocupada ya que su padre nunca llegaba tarde a sus reuniones.

Félix tampoco parecía estar por ningún lado y eso era demasiado extraño. El era su guardia, debía estar con ella, pero se encontraba con nada más que Lili como compañía.

Ahora sí necesitaba respuestas.

— Lili, ¿Mi padre está en el palacio?

La sirvienta asintió igual de confundida que ella. — No entiendo el por qué de su retraso.

Athanasia pensó un poco y suspiro. — Tal vez está ocupado. — hizo una breve mueca. Ni ella se lo creía.

— ¿Desea regresar a su palacio?

Bebió lo último del té y asintió decepcionada. Lili llamó a otra criada para limpiar el desorden y emprendieron su retirada de aquella agradable sombra que un roble daba.

Durante su trayecto no pudo evitar pensar en la ausencia del emperador. No iba negar que se sentía rara ante tal desplante, pero conociendo a su padre seguramente se encontraba descansando en su habitación.

Molestarlo no era una opción. Se iría sin armar escándalo o darle mayor importancia. Era solo una vez que pasaba, estaba segura de que no se volvería a repetir.

Su padre la amaba demasiado como para olvidarla tan fácilmente.

Al llegar a la salida, un carruaje la esperaba. Lili se detuvo al ella quedarse en su lugar.

— ¿Princesa?

Athanasia giro su mirada más haya de su nana. Espero unos minutos y después siguió su camino, entrando en el carruaje.

Tenía un mal presentimiento.

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Eliz río ante las caricias que Claude proporcionaba a la largo de su espalda.

— Su majestad, estoy cansado. Déjeme dormir. — golpeó suavemente la mano intrusa que se colo más abajo de su cadera. — Me duele todo el cuerpo, no fue nada suave.

Claude deslizó sus brazos y rodeo el cuerpo más pequeño, besando su hombro con una pequeña sonrisa.

— ¿No eres tú el que pide una tercera ronda? — oculto su risa en el cuello del rubio. — Te extrañé.

Eliz cerró los ojos extasiado ante la ola de maná que Claude libero. Jadeó encantado de este poder. El dolor desapareció de su cuerpo.
Impaciente, dejó que el emperador lo besará, sus brazos ahora acercaban al rubio para profundizar el beso y absorber todo lo que le daba.

Al separarse del acalorado beso. Claude se levantó y camino hasta la mesa del té. Había una caja de terciopelo negro que no había notado antes.
Al tomarla regresó más no se acostó de nuevo. Eliz entendió el mensaje y se incorporó en la cama.

— Mi Eliz, tengo un pequeño regalo para ti. — besó la mano del rubio menor y abrió la caja, mostrando un hermoso collar de oro blanco con diminutos zafiros.

— Es muy hermoso, su majestad. — dejo que el emperador colocará dicho collar. Claude beso su cuello al terminar de ponerlo.

— Te ves espléndido.

En sus ojos cuál gemas había esa adoración que tanto le gustaba. Le hacía sentir poderoso e inalcanzable. Acepto el regalo, más no lo que simbolizaba.

— Siempre lo soy. — se acercó y beso los labios del emperador.

El mana dejo de fluir y su cuerpo vibro en poder. Había logrado recolectar su dosis del día. Hora de irse.

— Su majestad- los continuos besos interrumpieron al hermoso joven. Giro su rostro para evitarlo, recibido ahora los besos en su cuello. — tengo que irme.

— Quédate.— beso y succionó la piel marcada. — Eliz, eres hermoso.

Tratando de apartarlo, el joven río. — Tengo entendido que vería a su hija.

— La veré después. — afirmó bajando a su pecho. — Tengo tiempo sin probarte.

— Es usted muy malo. Me tiene aquí desde ayer en la noche y no me a dejado salir de la cama. Tengo hambre y quiero un baño.— exigió con el ceño fruncido.

Dicho y hecho, ambos tomaron un baño y comieron las delicias del palacio.

Felix se mantuvo en la puerta, su mirada están perdida en algún punto del pasillo cuando Eliz salió cambiado y fresco.

Se relamio los labios y se acercó al pelirrojo distraído.

Tomó su brazo con delicadeza, notando el sobresalto de su cuerpo al girar tan bruscamente la cara.

Al verlo su rostro se contrajo nervioso más no lo aparto.

— Sir. Félix, no lo he visto en estos días, ¿Cómo ha estado? — acercó su mano hasta el pecho del hombre, dando una vista de sus labios. — ¿Me extraña? — murmuro.

— Y-yo no-no — trató de hablar pero la vista tan atrayente y el suave toque en su pecho lo dejaban sin aliento. — Sir. Quirós p-por favor.

No contento con eso, el rubio se paró de puntillas, acercando su rostro. Félix suspiro deseoso y se agachó un poco. El aliento fresco inundó los sentidos ya aturdidos del pelirrojo.

Al separarse  dejaron un hilo de saliva. — Venga a verme. — acaricio la mejilla sonrojada. — Prometo dejarlo tan satisfecho como anteriores noches.

Seductor de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora