Capítulo 4

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Un carruaje aparcó en la entrada de palacio. El cochero bajó y tiro de la puerta para abrirla, al hacerlo, se inclino de forma respetuosa.

— Sir. Eliz — ayudo a bajar al hermoso hombre.

— Gracias. — soltó la mano temblorosa y cruzo por las grandes puertas protegida por los guardias.

Ninguno evitó que entrara. Mantuvieron su mirada en el piso. Uno de ellos miro de reojo el contoneo de la pequeña pero fina cadera. El guardia a la par, lo golpeó con fuerza ante la osada acción.

— No lo mires. — siseo bajó. — Es el amante del emperador.

El guardia sobo la parte adolorida y asintió bajo la atenta mirada del mayor. Eso era lo difícil de trabajar con novatos fue el duro entrenamiento, demasiados cabezotas para su propio bien.

Eliz escucho el suspiro pasando del guardia, aúnque no fue la única cosa que escucho. Decidió ignorar tan perturbadoras palabras.

De momento su proceder era con el emperador.

Ajusto el peludo chal de zorro blanco entre sus antebrazos. La habitación estaba cerca. Solo un poco más.

Pasó por el pasillo que daba vista al jardín y al hacerlo. Athanasia logró distinguirlo.

— ¿Quién -? — Murmuró airada.

La atención de aquellos fieros ojos se centraron en ella.
Por un breve momento había perdido el aliento de tan solo verlo.  Aquel hombre rubio deslumbraba con su apariencia tan dominante y elegante a pesar de su estatura y complexión.

Así como llego, se fue rápidamente después de una breve reverencia.

— Lili, ¿Quién es el?

Athanasia logró capturar (por muy poco) la mirada cargada de odio que su nana le dirigía al hombre.

— Nadie relevante, princesa. — sonrio tensa.

— Si está en el palacio y paseando por los pasillos debe ser alguien importante, Lili.

— Es solo un simple plebeyo.

Athanasia miro con frialdad a su nana y sonrió.

— Lo conoces.

No era una pregunta, simplemente afirmaba lo que ya sospechaba.

La leve tensión en el cuerpo de la nana alertó a la rubia. Lilian parecía conocerlo a juzgar por su reacción y aún así le había mentido descaradamente.

Algo molesta dejo que el té se enfriara.— Quisiera comer algo con chocolate.

— Iré enseguida.

La rubia asintió algo aburrida. Lili dejo por un momento a su protegida para rellenar la tetera y traer bocadillos.

Quedando sola, Athanasia se levantó de su lugar. Iría con su padre a darle algo de compañía. Tenía entendido que había recaído por agotamiento.

Dejo todo atrás para irse. No esperaría a Lili en esta ocasión, necesitaba privacidad para lo que haría.

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Eliz sonrió al sentir la fulminante mirada de aquella sirvienta deplorable.
La recordaba a la perfección, ¿Cómo podría olvidar a la patética mujer que se arrastraba por una mísera atención de su amó? Bueno, el no lo haría, por el simple hecho de gustarle ver a los gusanos arrastrándose. Sobretodo si lo hacían como esa sirvienta.

Descartó la idea de quedarse a conversar con la encantadora hija del emperador, no tenía la más mínima intención de tener algún contacto con ella. No deseaba verse involucrado en otras cuestiones amorosas o sentimentales. Prefería observar y divertirse con esos juguetes.

Hizo una mueca al encontrar solo el pasillo. Félix no estába y sin el aquí no lograría divertirse como quisiera. Vaya decepción.

Pensó en retirarse (no es como si fuera la primera vez que lo hacía) y descansar en las cómodas almohadas de su habitación, rodeado de exquisitas mantas de varias  , de uno de sus grandes placeres y por ende una de las "debilidades" que lo llevo a ser expulsado. Bastante estupido, pero su raza era así de exagerada.

El hermoso hombre tocó la entrada.

El permiso le fue concedido.

Cruzó y reverencio al estoico emperador.

— Su majestad, estoy aquí para servirle nuevamente.

Claude relajo su expresión al ver a su amado tan hermoso. Dejo de lado su raciocinio (su lado lógico) y se acercó al cabizbajo hombre.
Tomó el delicado mentón y unió sus labios momentáneamente.

— Mi Eliz, ¿Qué te tenía tan ocupada para no visitarme?

— Trabajo. — respondió simplemente. No está de humor para dar explicaciones que no merecia. — Necesito trabajar para mantenerme.

— Eliz, mi amado lirio. — el hombre se arrodilló frente a el. Sostuvo su mano y beso sus nudillos con añoranza. — Puedes dejar tus tristezas si correspondieras mis sentimientos. Podrías tener todo, ¡Cualquier cosa de este mundo! ¡Yo te lo dare si así lo deseas!

Las delicadas manos tocaron las mejillas del emperador, calmando su desesperó.

— Claude... ¿Me amas lo suficiente cómo para matar por mi?

El rubio suspiro encantando por el toque en su rostro. Movió la cabeza hacia la palma y asintió.

— Si, haré eso y más.

— ¿Incluso a tu propia sangre?

Claude abrió severamente los ojos e hizo contacto visual con su amado. Su corazón latió desbocado al verlo,  al sentirlo, al tenerlo con el.

Eliz siempre estaría por encima de cualquier persona. Incluso de la hija que aquella perra de Sidonnia parió.

— Si es lo que deseas, lo cumpliré. — levantó su mano y tiro del antebrazo para sentarlo en su regazo. Lo besó con ardiente deseo y amor, tratando de transmitir su sinceridad. — Te amo, Eliz. Desde que te conocí no hay nadie más que ocupe tu lugar.

Ambos se fundieron en un beso largo y asfixiante. Uno que sellaria el final de aquel imperio.

Eliz rompió el beso y jadeó. Escondió su rostro en el cuello del emperador mientras esté repartía mordidas por la clavicula, ignorante de la sonrisa maniática del hombre entre sus brazos.

Seductor de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora