Capítulo III - Desenmascarado

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El vampiro odió lo que había hecho, y ahora estaba solo en la abandonada mansión atormentado por las sombras perdidas de una vida como empresario que jamás regresaría, como un recordatorio de que ya no era más un hombre sino un ser maldito. Había dejado a Mina sola durante una difícil noche, y había dado de su sangre a Reinfield para salvarle la vida, y ambas cosas eran imperdonables.

Salvó una vida, pero eso no redimía el hecho de que ahora la existencia de Reinfield sería sobrenatural y abominable "No te haré un ser como yo" le había dicho en aquella celda, cuando Reinfield rogaba porque le concediera el don de la vida eterna. Lo que hizo fue quitarle la poca voluntad humana que tenía y ahora Reinfield sería un esclavo sin alma, por todo el tiempo que su amo quisiera.

Se retorció las manos, y luego se cubrió el rostro.

Entonces llegó la noche, y el fresco cobijo que le brindaban las estrellas renovó sus exangües fuerzas, y Alexander pudo recuperar un poco la cabeza y poner en orden sus pensamientos.

Lo hecho, hecho estaba, ahora debía ir y reclamar lo suyo, a su esposa Ilona, y regresar a su hogar, para que nadie más viera lo que eran él, Mina y Reinfield.

Sin embargo, había algo que nublaba su visión otra vez, y era la figura del hombre que le había traído todos sus tormentos, y a la vez su salvación: Van Helsing. Van Helsing sabía su terrible secreto, y de seguro también Jonathan Harker, y debía impedir que ese secreto llegara a Mina de bocas equivocadas.

El vampiro se puso de pie, y dispuso a salir a la noche resuelto a acabar con la vida de ambos de una vez, si se atrevían a interponerse entre él y Mina.

Mina Murray sería suya esa noche, ya sin más contemplaciones.

El hambre y la seducción se apoderaron de él mientras cruzaba los grandes portones de la mansión y en sus ojos brillaban dos flamígeras luces de tinte rojo.

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Tranquilidad. Y parecía increíble que en medio del luto, ella pudiera sentirse así.

Pero esa luna que brillaba sobre los tejados de Londres, y cuya luz se colaba por los cristales de aquellos ventanales, le llenaba el corazón de una luz serena y feliz. Y las palabras atormentantes de Jonathan ya no obraban efecto en ella. Todo ese montón de sandeces absurdas. Lo que pasaba era que estaban en contra de Alexander, porque él era un hombre mejor que todos ellos, y Mina se avergonzaba de haber pensado que su amado le era desleal, y un monstruo; su Alexander era un ángel. Tal vez Jonathan tenía razón en eso de que no era un hombre, no lo era, era un ángel.

Lo supo desde que pudo sentir sus besos, y sus caricias.

Alexander la amaba, y alguien capaz de amar así no podía ser lo que Van Helsing decía que era...

Mina soltó un lamento de angustia, y la casa sonó más vacía que nunca.

Hasta que presintió que no estaba sola... finalmente él regresaba.

-¿Alexander?- exclamó con el corazón dándole un vuelco y giró hacia la puerta de entrada a la sala. Él no estaba allí –Sabía que vendrías- agregaba.

Había algo en su tono de voz que hizo que Alexander sintiera una punzada en su alma, como si ya conociera lo que significaba aquel tono.

-Perdóname- la voz de él la hizo girar otra vez hacia la misma ventana en donde había observado la noche... y para su sorpresa Alexander ahora estaba allí. Y a diferencia de las noches anteriores en que Mina había recibido a Alexander con gozo, esta vez le llenó de miedo su aparición.

Espíritu de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora