Capítulo IV - El monstruo desatado

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La vacua sala oscura lo recibe como animal que se traga a un insecto. El vampiro llegaba a la oscura mansión abandonada... más dolido que nunca.

Había visto el rostro de Mina... y era un rostro de horror, un horror más profundo que el de todas sus víctimas juntas. Porque aquel rostro una vez lo había amado pero ya no más.

Dio unos pasos ciegos y se encuentra frente a frente con el espejo maldito. ¿Se podía reflejar?

Él no se podía reflejar en un espejo, pero por primera vez aquella superficie le mostraba el rostro de la verdad, y sintió el mismo horror de Mina.

Iluso fue al creer que podía ser un hombre, y todo lo que había hecho en los últimos años fue la mayor estupidez. Tarde o temprano iba a llegarle aquel momento de la verdad.

Y fue como una estaca clavada en su corazón, la peor de todas.

-¿Señor?-

Apenas hizo caso a la voz de Reinfield, porque siquiera se acordaba de la existencia del sirviente que ahora estaba allí en una nueva vida, y por cuyas venas corría una sangre contaminada.

-Reinfield...- susurró, pero Reinfield no podía ver su rostro animal. Lo había traído a Carfax otra vez, y allí estaba- Reinfield ¿Para qué te salvé la vida?-

El sirviente se quedó perplejo.

-Me ha dado su sangre, señor, y le estoy eternamente agradecido- la mirada de Reinfield era demensial.

Alexander soltó una risa. Si hubiera sido otro momento, lo hubiera considerado un cumplido. Pero ahora era diferente y tenía mucha, pero mucha sed.

-Mi apreciado Reinfield, aún no te das cuenta de lo que te he hecho-

El vampiro voltea a verlo y el sirviente retrocede, casi imperceptiblemente pero retrocede.

-Fue todo un error- susurraba con una voz diferente –Tú también fuiste un error-

No podía soportar la sed, pues de nada le sirvió haber intentado controlarla alguna vez.

-Lo siento, te hice creer algo que nunca podré ser ni dar- meneaba la cabeza sintiendo una gran lástima, por su sirviente... y por él.

Firme estaba el corpulento hombre en medio de la sala mientras Alexander se acercaba. No sabía qué había pasado, no sabía a dónde había ido el amo, pero ahora estaba como nunca lo había visto.

-Nada se puede cambiar, somos lo que somos. Eso me han enseñado esta noche, mi apreciado Reinfield-

Por un momento se vio infinitamente cansado, pero luego...

-Soy lo que soy- añade y sus ojos se encienden, rojo ardiente como el fuego, y Reinfield no podía reaccionar. Aquel hombre sobrenatural lo había salvado varias veces, y ahora lo mataría tal y como lo había sospechado una vez.

Porque nunca fue humano, nunca pudo. Lo que estaba allí era el verdadero vampiro, al fin había vencido su lado humano y ahora necesitaba saciar su sed demoníaca.

Ahora más que nunca.

----*---*---*---

En medio de convulsiones, Mina Murray intenta liberarse de las manos del profesor Van Helsing.

La habían adentrado en su casa al fin, y ella había deseado su protección. Pero ya no más.

-Mina, estás a salvo, mi amor- Jonathan estaba a su lado, el profesor la suelta y la joven corre a sus brazos.

Estaba sollozando, inmersa en el miedo. Pero los brazos de Jonathan la tranquilizaban. Su mente apenas podía razonar, y lo único que recordaba era la visión de aquel monstruo asesino.

Van Helsing observaba el cuadro inexpresivo. Había cerrado la puerta y colocado su crucifijo colgado del el marco, y luego se dirige hacia la atemorizada pareja.

-Creo que por ahora estamos a salvo-

-¿Se ha ido?- tartamudeó Jonathan, totalmente pálido y sudado. El enfrentamiento lo había dejado casi exangüe.

-Eso creo- murmuró el profesor.

-No es posible...- ella intentaba recobrar la cordura a medida que más imágenes y recuerdos regresaban a su aturdido cerebro –No puedo creerlo-

Jonathan no quería soltarla, pero Mina se aleja de él otra vez.

Lo mejor era dejarla, porque ya había visto suficiente. No había nada que decir, ella misma se daría cuenta de todo.

La joven no despegaba la vista de la puerta, detrás los escalones, del escenario horrible en donde Alexander había intentado atacarla... y matarla.

-¿Cómo puede ser posible, profesor?- preguntaba al aire, a la nada -¿Y por qué ha ocurrido todo eso esta noche? - y tenía la vaga sensación de que tampoco aquellos hombres le eran totalmente sinceros.

Porque ahora no se sentía capaz de confiar en nadie.

Tal vez Jonathan sentía haberla usado para atrapar al vampiro, pero Van Helsing no, y no respondió.

---*---*---*---

Muerte, y horror.

La mansión Carfax era como una tumba oscura y congelada ahora.

El vampiro se había marchado dejando el cadáver inerte entre los finos y lujosos muebles de la sala, y dudaba que alguien más se atreviera a acercarse por allí.

No lo harían, no en mucho tiempo.

Ahora deambulaba cerca de las calles en dónde había visto a Mina Murray por última vez, y la sangre de sus víctimas corría por sus labios descaradamente, pero ya amanecía y el escozor cruel ya le torturaba toda la piel. La luz del sol.

Clavó los ojos infernales en su objetivo y maldijo el sol, otra vez.

Espíritu de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora