II

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Horas después, cuando el sol ya se había escondido detrás de aquellas montañas que rodeaban el lago, y el ardor de las estrellas comenzaba a hacerse visible en la infinidad del cielo, Atenea se encontraba sentada en su habitación contemplando aquella enorme pila de libros que tenía sobre el escritorio. Algunos para leer, otros ya leídos, otros empezados y otros ni siquiera tocados.

Contemplaba las cubiertas de piel cuestionándose si de verdad valdría la pena ir a aquella celebración a la que había prometido unirse. En realidad no era amante de las fiestas. Pero no había mejor razón para ir que cierta persona de cabello ondulado y labios rosados.

La fiesta no era ese mismo día, ni el siguiente, pero a Atenea le encantaba sobre pensar incluso los más mínimos detalles. Era fan del orden y tener todo bajo control, cosa que únicamente la estresaba más.

Se levantó de su lugar y se dirigió a esos libros. Hasta arriba de ellos había una carta que no había notado anteriormente. Buscó a algún remitente en el sobre, pero no decía nada por detrás; así que la tomó y la giró dejando ver un sello dorado y lacrado con la letra "G" elegantemente grabada en cursivas.

Atenea giró los ojos y la abrió ya intuyendo el contenido de la carta. Comenzó a leerla y en efecto había adivinado. Era una invitación a una reunión en la mansión Gaunt con el motivo de celebrar la luna nueva y el eclipse solar que esta produciría.

Era evidente que los señores, Ares y Hera Gaunt, sólo buscaban cualquier excusa para hacer enormes fiestas y despilfarrar inimaginables cantidades de dinero. Todo para demostrar ante la sociedad el enorme poder social, económico y político que la familia Gaunt aún tenía, y que aumentaba con cada generación.

Atenea odiaba eso de su propia familia. No le parecía ejemplar poner su valor como persona en cosas materiales y finitas. De hecho, le parecía tan absurdo como aquella tradición que su misma familia seguía, esa misma sobre mantener la pureza en la sangre, sólo para conservar habilidades que ya la mayoría habían perdido.

Dejó la carta en su escritorio, tomó un abrigo y salió de su habitación. Ya había estado bastante tiempo con la cabeza llena de preocupaciones, así que había decidido deshacerse de ellas por un momento, y qué mejor lugar para hacerlo que en la torre de astronomía.

Aunque la torre de astronomía era un lugar con mucho potencial para ir a pensar, o simplemente admirar el paisaje a toda hora, la mayoría del tiempo estaba vacía. Durante el día, muy pocos alumnos se acercaban para otra cosa que no fuera por puros fines académicos. Y durante la noche, no era nada común ver a estudiantes fuera de sus salas. Mayormente por los castigos que se daban si te encontraba algún profesor, lo único peor que eso era encontrarte a Peeves en los pasillos a media noche. Así que por eso, la torre de astronomía era una gran opción. Estaba lejos, pero al menos era libre de merodeadores nocturnos o molestos poltergeists.

Al llegar a la torre, subió las escaleras cuidando bien no hacer mucho ruido para no alertar a ningún fantasma o profesor que pudiera estar cerca.
Subió hasta el último escalón, y al llegar escuchó la madera del suelo rechinar.

Segundos después una silueta se formó frente a ella. El pánico se apoderó de ella haciendo que su corazón se detuviera por un segundo, al menos hasta que logró reconocer aquella voz suave y masculina.

—Pensé que eras algún profesor— dijo Regulus después de deshacer el hechizo de invisibilidad.

—¡Casi me da un infarto por tu culpa!— reclamó Atenea mientras se ponía una mano en el pecho.

—Lo siento— dijo Regulus riendo —No fue mi intención asustarte. Aunque debo decir que tú me asustaste primero— sonrió y se acercó a Atenea —¿Qué haces aquí tan tarde?—

The King || Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora