III

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Las hojas marrones caían sobre el pasto, unas más rápidas que otras, pero todas terminaban en el mismo lugar. Ese simple suceso había captado toda la atención de Atenea. Había perdido por completo la atención que le había prestado a sus amigas.

—¿Y ya hablaste con él?— fue lo último que escuchó Atenea cuando decidió regresar a la plática.

—No. No sé qué decirle. Creo que prefiero no decir nada— respondió Laurel mirando hacia abajo pero con su característica postura perfecta.

—¿Prefieres no decir nada y que él jamás se entere? Laurel, perdón, pero es la decisión más tonta que has tomado en toda tu vida. ¡Dile algo Atenea!— dijo Elizabeth honesta, y entonces Atenea supo de quién hablaban.

—A veces está bien no decir las cosas hasta que sientas que es el momento, Laurel. Pero mientras, ¿Qué es lo que te detiene?— preguntó Atenea buscando una respuesta para sí misma en sus propias palabras.

—No lo sé. Siento que si lo hablamos podría suceder algo, pero... ¿Y si no? ¿Y si él no siente lo mismo? No quiero crear problemas con él, nos llevamos bastante bien como para arruinar todo. Si digo algo que él no comparte las cosas van a cambiar, y eso es lo último que quiero— Atenea miró a Laurel comprendiendo cada sentimiento como si fuera de ella.

—¿Cómo no va a sentir lo mismo? ¿Has visto la manera en la que te ve? Laurel, siempre busca la manera de estar contigo. O los comentarios que hace, porque solo te los dice a ti. A nadie más. Yo sé que también es amigo nuestro, pero hay una notable diferencia cuando está contigo a cuando está con nosotras. ¿Cómo puedes dudar de eso?— se cuestionó Elizabeth con desesperación y luego soltó una risa más relajada que hizo reír a Atenea y a Laurel.

—Laurel, no te sientas presionada en esto. Cuando te sientas lista, vas a hacerlo. Y las cosas van a suceder cuando tengan que pasar. Sólo, no vayas a arrepentirte por guardar silencio, porque es evidente que los dos sienten algo, pero, los dos tienen miedo de dar ese paso. Y si ninguno de los dos lo da, van a vivir con la intriga de lo que pudo haber sido. Y creo que ese es el peor castigo— dijo Atenea mirando a lo lejos haciendo que sus amigas voltearan. Ella sonrió al ver esta acción de sus amigas —No estaba viendo a nadie—

—De repente te volviste muy sabia en estas cosas... ¿Tienes algo que contarnos?— preguntó Elizabeth con una sonrisa sospechosa tratando de adivinar los pensamientos de su amiga —¿O por qué hablas con tanta experiencia? Ni siquiera te has acercado a un chico que no sean tus hermanos o Theo—

Atenea sonrió y en seguida bajó la mirada. Sus amigas se voltearon a ver entre sí, un tanto confundidas pero también emocionadas, mientras ella apretaba los ojos y arrugaba la nariz pensando en él. Luego volvió a abrir los ojos y miró a sus amigas soltando un suspiro.

—Me gusta leer novelas románticas, eso es todo— respondió Atenea y Laurel sonrió.

—¿Hamlet es una novela romántica?— preguntó Elizabeth genuinamente.

—No, es una tragedia— respondió Laurel con la misma sonrisa de antes. Reconocía esa mirada, pero no quería presionar si su amiga no tenía intenciones de hablar de ello aún. Ella sabía que eventualmente lo haría de cualquier manera.

—Pues eso es lo único que lee. Dudo mucho que haya algo romántico en una tragedia— soltó Elizabeth —¿Por qué no nos cuentas quién te está poniendo de cabeza?—

—Es una tragedia romántica la situación de Ophelia y Hamlet— dijo Atenea riendo y evitando su pregunta —Hablando de libros, deberíamos ir a la biblioteca a buscar los libros de Teoría mágica antes de que se acaben—

—¿Por qué metimos esa materia como extracurricular y no... no lo sé, Orquesta?— se quejó Elizabeth mientras se levantaba —Les juro que he leído más libros en estos últimos dos meses que en toda mi vida—

The King || Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora