Prólogo

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El cuerpo de Camila nunca se me hizo tan interesante, ni tan cálido como hasta el momento de enterarme de su supuesta muerte, hallada fue en una laguna no tan lejos de aquí, quizás a unos 2 kilómetros. Camila no era bonita, pero se me hacía perfecta, incluso con su cabello maltratado, cicatrices profundas, uñas sucias y ropa gastada, su piel con manchas. Me llamaba la atención el tono de su voz, confiada y calmada, sus zapatillas sin atar, su caminar desordenado que aun así era elegante, sus manos con lunares, el tacto de sus dedos jugando con mi cabello, inocentemente hacías que te amará cada vez más. Camila.

Camila, te extraño desde que te conocí, desde ese momento busqué tu olor en todas partes, en las calles, esquinas, besos ajenos, y en mis sabanas, donde deseaba que fueras mía todas las noches, pero Camila no eras de nadie, ni siquiera estabas consciente de ti misma, podrías pertenecerle a tus flores, a la tierra húmeda o al tabaco.

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