Tomé en una mano a un gran grupo de desafortunados con los que experimentaría mi nueva travesura, lo hice con cuidado, ya que los necesitaba vivos para esto. Levanté la parte delantera de mi falda y estiré con delicadeza el elástico de mis bragas, para dejar caer a las caóticas multitudes en ese reducido y cálido espacio entre mi piel y la tela. De inmediato, la sensación que esperaba comenzó a hacer efecto.
Solté el borde de mi ropa interior y dejé que mi falda la cubriera nuevamente con su caída natural. Al aprisionarlos ahí, podía sentir como todas esas almas apanicadas se aglomeraban hacia abajo y en desesperación trataban de hallar una manera de respirar en medio del calor y la oscuridad.
Cientos de diminutas figuras humanas se hacinaban en torno a mis labios y rozaban mi clítoris, estimulándolo con sus movimientos, provocando que no tardara en humedecer.
Cerré los ojos complacida, y por un segundo traté de visualizar el horror al que se enfrentaban mis víctimas, ahogándose en la viscosidad y aroma de mi esencia. Su miedo era mi placer, su sufrimiento era mi excitación.
Solté un leve gemido ahogado al sentir como intentaban inútilmente zafarse de la apretada tela que los estrujaba contra mí. Creí entonces que era buen momento para echarles una mano, de manera muy literal, claro. Así que pasé mis dedos por sobre las bragas, encargándome de que cada uno de esos pequeños bultos desapareciera en mi interior. Gemí y me contraje cuando dentro de mí pude percibir como se contorsionaban con angustia al verse completamente atrapados y aplastados entre los músculos de mi cavidad.
Poco a poco los movimientos disminuyeron hasta desaparecer. Cuando bajé mis bragas me encontré en la parte de mi zona íntima con una mancha pegajosa y translúcida de fluido que contenía cadáveres destrozados y sangre entremezclada. Mis mejillas adoptaron un tono rosáceo de inmediato.
Sabía que necesitaba más. Volví a subirme la prenda y me puse a buscar en los restos destruidos de la ciudad, por más vidas que pudiera utilizar. Estaba todo destruido, algunas zonas ardían en llamas, y el inmenso edificio de vidrios espejados era ahora una estructura derruida, de la que solo quedaban algunos de los primeros pisos. Miles de personas habían fallecido; los más afortunados bajo mis suelas de goma, y otros con menos suerte, triturados entre mis dientes, aunque ciertamente, los de peor destino fueron aquellos con los que me había dado placer.
¿Dónde estaban todos? Era como si de un momento a otro, todos hubieran desaparecido, muy seguramente buscando refugiarse, esconderse, evitarme... Pero no podía ser así. Este mundo, esta ciudad, eran de mi propiedad, y cada forma de vida que habitara aquí también lo era.
Comenzaba a impacientarme, no parecía haber ni un alma a mi alrededor. La frustración, las ganas que traía y el no poder satisfacerlas me generaban cierto enojo, lo que me llevó a destruir con más agresividad lo que quedaba de las casas y edificios del Centro.
Los rayos del sol, débiles y tenues, apenas naciendo, acariciaban mi piel y cabello mientras procedía a aplastar los restos de lo que alguna vez fue una ciudad.
Un murmullo casi imperceptible se hizo notar desde el interior de un edificio pequeño que no había sufrido el suficiente impacto como para convertirse en polvo. Me puse de cuclillas para inspeccionarlo de cerca. Ahí dentro algo emanaba un aroma delicioso, como el de la oleada fresca y azucarada que te invade cuando ingresas a una tienda de golosinas. Me acerqué todavía más y mi respiración, rompió los débiles cristales que aún se conservaban intactos. Fue entonces que escuché algunos gritos que se acallaron de repente, como si quisieran no ser escuchados. Ya no me cabía duda.
Arranqué el techo con cuidado, y ahí, escondiéndose con temor, descubrí a un numeroso grupo de sobrevivientes que hacían lo posible por evitar ser vistos. Al fin lo había encontrado, mi preciado tesoro.
Algunos de ellos, presas del pánico, trataron de salir corriendo. Yo no iba a permitir que nadie saliera de ahí con vida, así que con mis dedos aplasté a los pocos que se atrevían a correr, dejando solo motas carmesí en el último sitio al que habían logrado llegar. Antes de que siguieran intentando escapar, tomé en una mano a ese grupo, algunos cayeron desde las alturas y murieron al impactar contra el suelo, no obstante, la mayoría, la inmensa mayoría seguían vivos en mi mano.
Me senté sobre lo que quedaba de la plaza principal, aplastando bajo mi trasero los restos de lo que alguna vez fue uno de los lugares más importantes y simbólicos de la ciudad. Volví a levantar mi falda y repetí el procedimiento, con la diferencia de que esta vez, siendo un grupo mayor de personas, el placer fue inmediato. Se sentía tan bien.
Los diminutos gritos casi no podían oírse, pues el sonido de mis gemidos los opacaba. Los masajes que me producían con sus patéticos intentos de huir eran exquisitos, y en poco tiempo ya estaba humedeciendo otra vez.
Sentí que debía ayudarlos a cumplir con su cometido. Su existencia se reducía ahora a complacerme y a morir por mí para darme placer, pero siendo tan pequeños y débiles no podrían hacerlo solos, por lo que opté por facilitarles las cosas introduciendo mis dedos para empujarlos hasta el fondo.
Mis contracciones aplastaban a esos miserables que eran succionados hacia lo más profundo e íntimo de mi ser y eran al poco rato escupidos, ya despedazados, en medio de mis fluidos.
Mientras jugueteaba con esos pequeños humanos, cerraba los ojos y pensaba extasiada en la facilidad con la que había destruido todo, y no me refiero solo a las pérdidas materiales, sino a todas esas vidas comunes que se habían visto repentinamente interrumpidas cuando los capturé y aplasté o comí.
Todo comenzó la noche anterior en un alegre festejo, y hoy, no quedaba nada más que ruina y sangre por doquier. De un momento a otro, sin previo aviso, todo se convirtió en un caos cuando adquirí una estatura de más de cien metros. En un principio, me daba cierto temor que me percibieran como un monstruo, pero luego pensé "¿qué más da?". Muy seguramente mi imagen será sinónimo de peligro y muerte, pero ya poco me importaba, no tenía por que esconder mis verdaderas intenciones. Mi poderío era absoluto, no había fuerza humana capaz de detenerme.
Así, sumergida en el placer, y con la vista perdida en el cielo, llegué al clímax, soltando un grito que muy seguramente resonaría en los oídos de cada uno de esos pequeños infelices que estuvieran todavía escondidos en algún lugar.
Abrí los ojos sobresaltada y me encontré con el techo de mi habitación apenas iluminado por las estrellas danzantes de mi proyector. Me senté al sentir algo húmedo entre mis piernas, y cuando toqué la tela polar de mi enterizo, me dí cuenta de que, en efecto, mi sueño había tenido ese mismo resultado también en la vida real.
Algo confundida, y no despierta del todo todavía, barrí con mi manga la saliva que se asomaba por la comisura izquierda de mi boca, cuando una explosión de luz y color se hizo notar desde el ventanal. Fuegos artificiales.
Me levanté de la cama, sintiendo el frío de la madera bajo mis pies descalzos. Me asomé al ventanal, y desde ahí contemplé las calles llenas de gente celebrando, varios escenarios con música en vivo, puestos de comida callejera y obviamente, la colorida pirotecnia llenando el cielo. La fiesta era hoy, era la madrugada del dieciséis de Julio.
Ellos no lo sabían, pero su existencia era de mi propiedad. Los dejaría celebrar por hoy, les permitiría disfrutar como si no hubiera un mañana, solo observándolos con ternura. Por lo pronto, esa noche tendría algo de diversión en la cómoda soledad de mi habitación con mis adorables mascotas. Ese pequeño grupo que me miraba con temor y recelo desde el contenedor plástico en el escritorio. Lograban dilucidar mi silueta cubierta por el enterizo de polar con motivo de estrellas que brillaban débiles y sutiles en la oscuridad, así como la capucha con orejas de gato que tanto me gustaba usar en las noches frías.
Y bajo mi propia vía láctea, con el festivo murmullo de fondo me aproximé hacia mis prisioneros. Se amontonaban aterrados contra las paredes de su prisión transparente. No pude reprimir una risilla susurrada cuando se pusieron a gritar histéricos apenas hube introducido mi mano en el contenedor.
"No se preocupen mis pequeños, tendremos una noche de infinita diversión juntos" pensé, mientras bajaba con lentitud el cierre de mi enterizo de polar.

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Ciudades
KurzgeschichtenEn medio de la alegría propia de las festividades, la población celebra sin sospechar que un descarnado caos está a punto de desatarse. "Y en sus miradas de pánico, me será posible reconocer a algunos de ellos rogando por misericordia, mas mi mente...