VI.

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Un amanecer tímido y lúgubre se asomaba lentamente tras las montañas, mientras mi mirada permanecía fija en los relucientes cristales que me reflejaban.

Al ponerme de pie contemplé más a detalle mi propia imagen. Siempre me miraba al espejo antes de salir de casa, también me gustaba tomarme fotos y grabar videos; pero esta era la primera vez, que me veía a mí misma en mi nuevo tamaño, y era una experiencia como mínimo, curiosa.

Seguía siendo la misma de siempre: Contextura delgada, piel clara, pecas, ojos ámbar, cabello largo y oscuro con leves toques violetas; en fin, esa era la persona que veía a diario en el espejo del baño al cepillarme los dientes, con la obvia excepción de que ahora, ya no medía un metro con cincuenta y cuatro centímetros.

Me ví interrumpida cuando por el rabillo del ojo pude percatarme de un potente destello en mi dirección. Apenas pude ver al diminuto helicóptero del que la luz de un flash me había disparado, y es que no era el único. De todas las direcciones, transportes aéreos como terrestres, desde casas y edificios, y desde sus pequeños escondites, miles y miles de cámaras apuntaban hacia mí, fotografiándome y filmándome de cualquier ángulo en dónde yo fuera visible.

Hasta ese momento no había tomado en cuenta que los ojos del mundo entero estaban sobre mí. Aquellas fotografías y vídeos, ya sean austeramente capturados o tomados por medios oficiales, estarían dando vueltas por todo internet, provocando conmoción incluso en idiomas desconocidos para mí. Comencé a ruborizar con algo de vergüenza a la sola idea de imaginar mi rostro en cada rincón de redes sociales, logrando que personas lejanas que de otro modo nunca me hubiesen conocido, supieran ahora de mi existencia y no precisamente por buenas razones; pero eso no era lo peor. Posiblemente, lo que más me sonrojaba era caer en cuenta de que había provocado toda esa masacre en el lugar donde crecí y viví toda mi vida, a la vista de varias personas que me conocían, y también, de muchas otras que quizá me recordarían vagamente de interacciones cortas o poco relevantes.

No existía ningún dispositivo que me permitiera explorar por mí misma lo que estaba sucediendo en Internet, pero era algo bastante obvio. Mis distintas cuentas en redes sociales, esas que día a día me había encargado de alimentar hasta cosechar varios miles de seguidores, se abarrotaban ahora de curiosos intentando obtener más información sobre mí. ¿Quién era?, ¿cómo había alcanzado tan descomunal tamaño?, ¿por qué estaba destruyéndolo todo?

Las preguntas serían muchas, y responder cada una no sería tarea sencilla, pero aquellos que habían tenido la suerte (o el infortunio) de cruzarse conmigo alguna vez, seguramente tendrían más información que ofrecer a quienes la pedían.

¿Me recordarán quizás las personas que compartieron el transporte público conmigo estos días?, ¿sentirían un siniestro deja vú los que me intercambiaron una gentil sonrisa en cualquier tienda o negocio que haya visitado recientemente? Parecería impensable, que una persona común, alguien que viste tan solo ayer, estuviera en una situación como la mía.

Podía ser cualquiera. Soy la chica que estaba delante de tí en la fila del supermercado, soy tu compañera de escuela cuya foto está impresa junto a la tuya en el anuario, soy tu colega, y también soy la que rechazaste en la primera entrevista de trabajo. Soy tu compañera de oficina, soy el currículum que reposa olvidado en algún cajón de tu escritorio. Soy la chica que casualmente invitaste a bailar en alguna fiesta, soy tu amiga, tu subordinada, tu líder, el rostro que ves en tus sueños y pesadillas, y nunca mejor dicho, ahora me ves en tu más distópica pesadilla. Soy Ayla.

Ya de pie, contemplaba mi propio reflejo, nunca más consciente de todo lo que era, pero sobre todo de quien era... Nada más, que el ser más absolutamente poderoso sobre la faz de la Tierra.

El más enorme edificio de esta ciudad reflejaba en cada uno de sus brillantes cristales mi figura, la de una imperfecta que siempre se saltó las normas, que decepcionó a lo convencional y haría llorar por siempre a todo lo socialmente establecido como bueno. Cualquier represión del pasado, viniera de mi parte o de alguien más, había sido en vano. Era libre, no solo para mis adentros, era finalmente libre de hacer todo lo que me plazca, después de todo, el mundo era mío.

Me acerqué con paso firme a mi espejo conformado por centenares de ventanas, y mientras apreciaba mi sonrisa, también podía sentir el terror detrás del cristal. Apoyé mis manos y lamí, destrozando al instante los cristales con mis dedos, mi lengua y mi pecho. Los gritos histéricos del interior no se hicieron esperar, y mis ganas de volver a probar el exquisito sabor del miedo tampoco, por lo que tomé cuidadosamente a varios grupos de diminutos que posteriormente depositaba en mi boca, volviendo a sentir con placer el cosquilleo de sus carreras frenéticas sobre mi lengua; y entonces, una brillante idea se encendió en mi cerebro. Tan deliciosa sensación no podía reservarla únicamente para mi boca, tenía que experimentarla a otro nível, y sabía bien que nuevo uso les daría a mis pequeños cautivos.

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