CAPÍTULO 4

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Desperté tarde en la mañana. Eran las doce del medio día cuando abrí los ojos.
El apartamento se encontraba en completo silencio, cosa que me alivió, pues no me sentía dispuesta a seguir la discusión de anoche con Robert.

Unos quince minutos después me levanté de la cama, me puse el suave pijama y fui abriendo todas las ventanas que encontraba a mi paso. Adoraba mi rutina mañanera, ya me levantara a las seis de la mañana o a la una del mediodía.

Me preparé un delicioso café con leche mientras observaba los edificios de la ciudad desde el ventanal del salón. Si hace diez años me hubieran dicho que hoy iba a estar viviendo en el apartamento de mis sueños, en la ciudad de mis sueños, me hubiera reído en su cara. Pero resulta que al final algunos sueños sí que se cumplen.
No había sido un camino de rosas, pues me costó lo mío llegar a dónde estoy ahora; años de ansiedad, estudiar sin descanso y de trabajos mal pagados en cafeterías cutres. Pero todo mereció la pena.
¿Y lo mejor de todo? Que lo he conseguido con mi propio esfuerzo, y no tener carga mental al saber que no le debo nada a nadie, compensa todo por lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí.

Después de beberme el café me dirijo al baño. El espejo me devuelve mi reflejo, uno con el que aún lucho internamente. Sigue siendo uno de mis frentes abiertos: mete tripa, cubrete con un cojín cuando estás sentada, deja siempre un poco de comida en el plato...Es agotador. Vivo con el alma en cuarentena desde que empecé a desarrollarme a los doce años.

Sumergida en mis pensamientos y con esa voz tirana que nunca calla dentro de mi cabeza, me lavo la cara y me recojo el pelo en un moño desordenado.
Cepillo mis dientes y vuelvo a la habitación para recogerla un poco y hacer la cama.

Me visto en el gran vestidor. Hoy me apetece estar cómoda, así que me pongo un pantalón ancho de chándal y una sudadera negra.

Pocos minutos después me encuentro saliendo del edificio en dirección a la zona sur de Central Park. Entro por la sexta avenida y camino hacia el estanque, que está precioso en esta época del año. Aunque yo lo prefiero como estará dentro de poco, cubierto de suave y blanca nieve.

Me siento en el césped y cojo mi móvil, que aún no había encendido. No tengo ni un sólo mensaje de Robert.
Hoy es su día libre, así que no puedo hacerme una mínima idea de dónde se encontrará en este momento.

Paso como una hora y media en el parque antes de volver a casa, embelesada con el suave murmullo de las hojas de los árboles que mueve el viento y respirando el aire limpio del pulmón de la ciudad.

En el camino de vuelta paro en un restaurante de comida china por algo para almorzar.

Es un local pequeño y con encanto escondido de los bulliciosos turistas.

Preciosos farolillos rojos cuelgan iluminados por todo el techo, y una enorme planta de bambú me recibe en la entrada del local.

Como siempre, pido un plato de fideos de arroz y pollo a la canela para llevar. No los he probado mejores en ningún sitio.

En menos de quince minutos me encuentro de camino a casa.
Cuando subo al apartamento, éste sigue solo y silencioso. Agradezco mentalmente y me dispongo a almorzar. Esta comida es un orgasmo para mi paladar.

Después de mi almuerzo casi merienda, ya que eran cerca de las cuatro y media de la tarde, me encierro en mi despacho.

En cinco días tengo que dar una conferencia en el museo sobre el arte egipcio a un grupo de estudiantes de historia del arte del Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York.

Paso todo lo que quedar de tarde en mi despacho, hasta que sobre las ocho y media escucho las llaves de Robert y la puerta principal de abrirse y cerrarse con un fuerte portazo.

Involuntariamente aguanto la respiración casi sin moverme del sitio, hasta que escucho su voz proveniente de la cocina.

-¡Martha! ¿Dónde estás?- su voz amortiguada suena un poco atropellada.

Salgo de mi estudio y mis sospechas se confirman cuando veo a Robert ebrio, con los ojos caídos y enrojecidos.

-Hola preciosa- me dice arrastrando las palabras mientras se acerca a mí.

Por supuesto, ya se ha olvidado del enfado que tenía ayer pero, ¿a quién no se le olvidaría con la borrachera que llevaba encima?.

Cuando está a mi lado intenta besarme un par de veces hasta que lo dejo hacerlo. Juro que podría emborracharme sólo con su aliento.

Intento alejarme de él cuando empieza a profundizar el beso, pero no me lo permite agarrándome de la cintura y aprisionándome entre él y la fría encimera de mármol de la cocina.

-Hoy no te escapas- me dice al oido mientras empieza a bajar la cremallera de mi sudadera.

Yo simplemente cierro los ojos y me dejo hacer. Intento distraer mi mente pensando en otra cosa cuando se pega más a mí y siento su erección contra mi pelvis.

-Venga guapa, échame una mano por aquí abajo- dice él mirándome con los ojos completamente idos mientras se toca su miembro por encima del pantalón vaquero.

Probablemente va colocado de algo más que sólo alcohol.

Me resigno y caminamos hacia la habitación, él sin dejar de meterme mano por todo el pasillo.

A veces pienso que hay algo mal conmigo, por que no soy capaz de disfrutar en el sexo. Los únicos orgasmos que he tenido me los he dado yo misma, y nunca mi prometido ni ninguno de mis ex novios. O quizás simplemente la cultura del porno ha hecho tanto daño en esta sociedad que lo único importante es el disfrute del hombre.

Intento evadir mi mente con cualquier cosa mientras espero que Robert termine, que está tan colocado que ni se da cuenta de mis nulas expresiones faciales.

Tras unos veinte minutos en los que he contado tres veces todas las cuentas de la lámpara de cristal de la habitación, Robert finalmente termina. Sale sin cuidado de mi y se quita el preservativo que gracias a Dios se ha acordado de ponerse incluso en su estado. Le hace un nudo y lo tira en la basura del baño de la habitación. Vuelve a la cama y se acomoda, quedando de espaldas a mí. Ni siquiera me mira.
En menos de un minuto está roncando suavemente.

Mi mente empieza a ir a mil por hora. Me siento tan usada que no puedo evitar que las lágrimas salgan de mis ojos, resbalando por mis mejillas hasta mojar la almohada.

Me levanto y salgo desnuda de la habitación mientras lloro en silencio.

Me siento tan sucia después de lo que ha pasado que voy directamente a la ducha del baño de invitados.
Froto mi piel tan fuerte con la esponja que ésta empieza a enrojecer.

Salgo después de unos minutos sintiéndome algo mejor. Tras secarme sin prisas me pongo un cálido pijama limpio de algodón y me dispongo a pasar la noche en el sofá. No me sentía capaz de dormir al lado de Robert en ese momento.

Pasan las horas viendo cualquier programa o documental en la tele, hasta que por fin consigo conciliar el sueño alrededor de las tres de la mañana.

Esa noche tengo pesadillas. Pesadillas que me despiertan sobresaltada varias veces, y en ellas siempre aparece de una forma u otra mi prometido.


🌙

Blue BeetleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora