CAPÍTULO 6

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Nos encontrábamos en un acogedor restaurante japonés cerca de Rockefeller Center, esperando a que nos sirvieran la comida.

El local era moderno, pero con unas luces cálidas que creaban un ambiente muy íntimo.
Pedimos una sopa de miso, un plato de edamame y sushi variado para compartir.

Estuvimos conversando un poco sobre la conferencia y arte en general.
Ella me observaba fijamente cuando yo estaba hablando, lo que me hacía sentir un poco cohibida y avergonzada.

Por un breve momento nos invadió un silencio algo incómodo, al final seguíamos siendo prácticamente unas desconocidas. Pero por suerte este no duró mucho, ya que llegó nuestra comida.

Cogí los palillos y me dispuse a probar el sushi, pero no pude evitar reír cuando vi a Amina luchando con ellos.
Cuando escuchó mis risa levantó la cabeza y acabó contagiandose de ella también.

- No tengo ni idea de cómo se coge esto. En el país de donde yo vengo no son muy comunes.- dijo con sarcasmo mientras se calmaba su risa.

- ¿Y de dónde vienes? Si no es mucho preguntar.- respondí con curiosidad.

- Nací en El Cairo. Mis padres y toda mi familia viven allí. Yo me vine a Nueva York hace casi dos años.- su tono de voz era nostálgico.

-¡Vaya! ¿Cómo se siente crecer viendo las pirámides de Giza cada día?.- pregunté bastante interesada.

- Realmente no las he visto tantas veces como me hubiera gustado. Mi padre es muy estricto y casi no me dejaba salir de casa. Incluso recibí ahí mi educación.- dijo con tristeza. - Las pocas veces que salí fue para ir al médico o para alguna reunión importante a la que invitaran a la familia. Era como vivir en una cárcel llena de lujos, pero una cárcel al fin y al cabo.

-Vaya, siento mucho oír eso. Me crea entonces curiosidad saber cómo has acabado en la gran manzana, pero no quiero ser indiscreta.- respondí dedicándole una suave sonrisa.

-Bueno, es una larga historia. Quizás algún día te la cuente entera.- eso me produjo un cosquilleo en el estómago. ¿Significaba que quería que volviéramos a vernos?. -Resumiendo diré que entre comillas, me escapé de casa con ayuda de mi madre.

Esa confesión me pilló por sorpresa, así que no supe qué responderle. Simplemente dedique una mirada de comprensión.

El almuerzo transcurrió hablando de temas más banales.

Cuando acabamos la deliciosa comida me disculpé para ir al servicio y aproveché para pagar la cuenta sin que ella se diera cuenta.

Cuando volví me la encontré distraída, mirando los edificios de la ciudad por el gran ventanal que había al lado de nuestra mesa.

-¿Vamos?.- le hablé sacándola de su ensimismamiento.

-Deja que pague antes.- respondió levantándose, tomando su bolso y abrigo.

-No te preocupes, he invitado yo.- le dije mientras me colocaba la chaqueta y revisaba que no dejáramos nada atrás.

-Bueno, entonces a la próxima me toca invitar a mi.

En cuanto las palabras salieron de su boca mi estómago subió y bajó una montaña rusa. ¿Por qué me ponía tan nerviosa esta chica?

Simplemente le sonreí y comente a salir del restaurante.

-¿Sabes? No acostumbro a tomar comida japonesa, pero he de reconocer que ésta estaba buenísima. La única pega que le puedo sacar es tener que comerla con esos palillos del demonio.- dijo caminando detrás de mí.

-Para la próxima no te avergüences de pedir un tenedor, no te voy a juzgar.- respondí riendo.

Justo cuando cruzamos la puerta del restaurante, el estridente tono de llamada de mi móvil empezó a sonar, y pareció pinchar la burbuja en la que nos encontrábamos.

La ansiedad burbujeó dentro de mi cómo agua hirviendo cuando ví el indicador de llamadas. Era Robert.

Le di una mirada de disculpa a Amina y descolgué.

-¿Hola?- dije suavemente con un poco de miedo en mi voz.

-¿Dónde coño estás? ¿No salías del trabajo a las dos? Son casi las cuatro de la tarde, por si no te habías dado cuenta.- respondió con ese seco y duro tono de voz.

-Lo siento, salí un poco más tarde del museo y me he quedado a almorzar por aquí.- le respondí algo agobiada. No quería discutir con él delante de Amina.

Obviamente omití el hecho de que no había salido a comer sola. En este momento no necesitaba otro problema más.

-Ya estamos con lo de siempre. No entiendo por qué no le puedes mandar un puto mensaje. Llevó dos horas esperándote en casa.

-De verdad que lo siento. Ya voy de camino, llego en media hora.- respondí casi suplicando que no siguiera discutiendo.

Y directamente colgó la llamada, ni siquiera se despidió.

Cerré los ojos y suspiré profundamente un par de veces antes de girarme y encontrarme con los ojos de Amina, que me observaban con preocupación.

-¿Estás bien?.- dijo volviendo a acercarse a mi. Yo casi me hecho a llorar con su pregunta.

-Sí, no te preocupes. Debo irme. Gracias por el almuerzo- le respondí atropelladamente.

Sentía el ataque de ansiedad formándose lentamente dentro de mí al no saber qué Robert me encontraría al llegar a casa. Deseaba en mi interior que fuera el que me ignoraba, pero sabía que posiblemente no sería así.

Amina cogió mis manos que temblaban levemente entre las suyas.

-Ey, tranquila. ¿Seguro que te encuentras bien?- me miraba con preocupación. -Y las gracias por el almuerzo te las tengo que dar yo a ti.

-De verdad que estoy bien. Sólo un poco estresada, ya se me pasará- dije con mi mirada clavada en sus preciosos ojos marrones. -Realmente tengo que irme ya. Lo he pasado muy bien. Gracias de nuevo- le respondí soltando el cálido agarre de nuestras manos.

-Apunta mi número de teléfono, recuerda que tenemos una comida y una historia que contarte pendientes- me sonreía de una forma tan dulce, que casi me acerco a darle un abrazo.

Quitando la vergüenza y timidez que sentía en ocasiones a su lado, era una compañía demasiado agradable. Su espíritu jovial te contagiaba y su belleza natural me deslumbraba.

Saqué el móvil del bolsillo de mi chaqueta y anoté cada número que me dictaba con cuidado de no equivocarme.

-Llámame- me dijo antes de darse la vuelta con una suave sonrisa y comenzar a caminar.

Me quedé atontada, parada en medio de la acera viendo cómo se alejaba de mí. Un empujón de alguien con prisas me sacó del trance, y comencé a caminar hacia la estación de metro más cercana.

Durante el trayecto de unos veinte minutos, no podía sacar su imagen de mi cabeza.

Móvil en mano, busqué su número en los contactos de WhatsApp. Tenía una hermosa foto de perfil. Ella salía de espaldas con un velo rosa palo y de fondo unas hermosas dunas anaranjadas se alzaban imponentes.

Estuve dudando si enviarle un mensaje. "¿Será demasiado pronto?", "Espera un par de días, vas a parecer desesperada".

Entre esos pensamientos llegué a mi parada. Salí de la estación sintiendo el frío calarme los huesos y el desagradable olor que emanaba del alcantarillado de la ciudad.

Una pequeña rata de pelaje oscuro pasó por delante de mí mientras yo cruzaba la calle que llevaba a mi edificio.

Saludé al portero, un señor de unos sesenta y cinco años con un gran bigote y muy simpático.

Subí al ascensor y en menos de dos minutos estaba en la planta cuarenta y tres.

Salí de aquella caja metálica y cuando apenas empecé a introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió bruscamente, mostrándome el rostro no muy feliz de mi prometido.

🌙

Blue BeetleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora