𝙲𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚅

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—Papi, ¿cuándo podremos ir otra vez a la iglesia tu y yo? —apareció a su derecha su adorada hija caminando a su lado—

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—Papi, ¿cuándo podremos ir otra vez a la iglesia tu y yo? —apareció a su derecha su adorada hija caminando a su lado—. Para dar gracias.

—Mañana no tesoro, estoy muy ocupado, pero te prometo que pasaré todo el tiempo que quieras contigo el fin de semana. Por lo mientras ten —chasqueo los dedos y Gaspar le entrego un cachorro con un moño rojo en el cuello—, un perrito amor, ¿no te encanta? Como me lo pediste.

—Pero… —no pudo decir más pues su padre la había dejado sola en el pasillo y él se adentro en su oficina—, pero yo te dije que a mi me gustan los lobos.

Pero a pesar de las promesas, las excusas y las compensaciones materialistas, el bello vinculo que tenían como padre e hija, los momentos que alguna vez compartieron, se fueron escaseando. Con el pasar de las estaciones, de los fríos inviernos y las primaveras rodeadas de flores, tanto padre como hija, dejaron de verse.

Dejaron atrás las visitas a su oficina, las tardes de té en su jardín con los animales de la infanta y los juegos en el césped verde. Los desayunos, comidas y cenas eran el único momento en que podían llegar a verse y hablar.

—Mil perdones pequeña dama, pero su padre el conde Salazar dijo que cenaría en su despacho.

Sin embargo a veces esos momentos eran saltados, evitados.

Sus niñeras y servidumbre, junto con las mascotas que cada vez más aumentaban en número, eran su único consuelo a la soledad que tenía tras la distancia que su propio progenitor fue poniendo con el pasar de los años.

—¡Señorita! —escuchó a alguien llamarle a lo lejos—. ¡Señorita _________!

Ella se había dormido bajo la sombra de un árbol frondoso cerca del que alguna vez fue un estanque, ahora convertido en lago con el pasar de los años, las tormentas y demás eventos de la naturaleza. Su libro favorito le cubría la cara mientras abrazaba a dos conejitos manchados y a su gato que dormían de igual manera que ella.

—¡Señorita ________! —otra vez llamaron a su nombre.

No fue hasta que el ladrido de su perro, Tristán, la despertó de su sueño, ladrando consecutivamente, escuchándose cada vez más cerca. Si no se despertaba era capaz de tirarla a ella junto con sus demás mascotas al lago; era muy energético de vez en cuando y no media su fuerza.

—Muy bien Selene, Morfeo, Felipe, se acabó el descanso —se levantó de inmediato despertando a sus acompañantes.

Recibió al canino abriendo sus brazos, quien la lleno de besos por todo su rostro, moviendo la cola feliz de ver a su dueña.

—Señorita ahí esta —habló aliviada Loreta.

—¿Dónde más iría Loreta? Solo salí a tomar un respiro.

—Su institutriz, la señora Prudencia, ha llegado ya.

—Ah, ella —habló con desinterés y desasosiego.

𝑼𝒏𝒕𝒐𝒖𝒄𝒉𝒂𝒃𝒍𝒆 𝑩𝒆𝒂𝒖𝒕𝒚 ༒ 𝙳𝚎𝚊𝚝𝚑𝚆𝚘𝚕𝚏 𝚡 𝙵𝚎𝚖 𝚁𝚎𝚊𝚍𝚎𝚛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora