Parte 4

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Martita era hermosa. Verla al despertar y al dormir era un deleite. Lo era más al verla estudiar y prepararse para la escuela. No me arrepiento de verla trabajando a toda hora. Cada gramo que yo vendía se convertía en una pizca más de su bienestar, seguridad y un futuro lejos de aquel barrio.

—¿Cuánto costó la casa? — preguntó un día.

—bastante, pero no te preocupes. Tú sólo ve a la escuela, pasa tus materias y yo me preocupo por lo demás.

Tenía ahorros. Comprar una casa a toda velocidad acabó con ellos, pero no me importaba. Por las mañanas salía a conseguir más dinero con Rogelio en el barrio, nada cerca de donde ahora vivía con Martita.

Debí imaginarlo. Era un camino largo y las posibilidades muy grandes. Tenía una buena racha; nadie nos había perseguido luego de la muerte del padre de Martita o de los otros matones. Yo despertaba cada mañana con unas hermosas y jóvenes tetas en la cara y para antes del desayuno yo ya me había venido como fuente del centro. Era feliz por primera vez en mucho tiempo. Hasta que vi unas sirenas, un par de autos patrullas y unas esposas.

Ricardo era un policía comprado por don Román. Él nos avisaba de operativos, nos cuidaba y desviaba la atención hacia otros tontos criminales menores. Él me miró con rostro de niño asustado mientras otro par de policías me bajaban del auto y me arrastraban hacia la patrulla. Me leyeron una serie de cargos (entre los que no se encontraba el homicidio) y me sugirieron llamar a un abogado.

Quien llegó fue don Román.

La policía no le pertenecía, pero lo respetaban lo suficiente para dejarlo pasar como si fuera mi defensor. Era un hombre de mediana edad, de cabello gris y un bigote denso. Por la edad lucía robusto, pero sus brazos indicaban una fuerza con la que bien podría partir un caballo sin problema. Se sentó frente a mí.

—No creas que no sé que tú eras la que vendía en vez de Rogelio. Si te lo permitíamos era porque producías dinero. Pero decidiste ponerme en una posición difícil con nuestros competidores. ¿Para qué? ¿Por putas? El único que las maneja aquí soy yo. Pero no te preocupes, no tendrás el castigo que tendría cualquier otro. El procurador quiere dar buenos resultados de arrestos, así que servirás de ejemplo. Con dos años será suficiente. Con eso aprenderás a no jugar conmigo, puta de mierda.

Sin juicio ni nada, fui llevada a un camión, luego a otras oficinas, me quitaron la ropa y una enorme mujer de piel morena y rostro duro me tomó del cuello para inclinarme. Otro guardia se me acercó por detrás y me revisó en busca de contrabando.

—seca, por desgracia.

—de las mías, dijo la guardia.

Dios... a ninguna otra de las nuevas reclusas la llevaron desnuda hasta su celda. A mí, nueva interna, me llevaron a un espacio especial con otras recién llegadas. Fue hasta que llegué ahí que me lanzaron mi uniforme antes de cerrar los barrotes. Sentía las otras miradas sobre mí.

—la quiero—dijo una.

—no, va ser mía—dijo otra.

La más delgada y de cabello rapado levantó ambas manos, pidiendo silencio.

—no nos toca elegir. Las jefas son quienes la pedirán. Así era la última vez que estuve aquí.

Fue entonces que un golpe de bastón metálico en los barrotes llamó la atención. Era el guardia que me revisó.

—Amigas. Hay un mensaje de afuera. Un pajarito me pagó para invitarlas a todas ustedes a darle una buena bienvenida a esta de aquí. Tendrán llamadas gratis al exterior si la hacen sentir en casa.

La vendedoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora