Tay llevaba fuera de casa, al menos nueve semanas. Había viajado a Japón por trabajo y aunque en un inicio New y los niños insistieron en que no fuera, no pudo ceder a sus peticiones, por más que quisiera hacerlo. La empresa estaba en su mejor momento y él como el representante administrativo, debía cumplir con su función y asistir a una serie de reuniones con inversionistas japoneses, durante al menos siete días.
El último día de su estadía en Osaka, fue anunciado un estado de alerta máxima y cuarentena indefinida para los residentes y visitantes de todo el país. No se esperaba tal cosa. De un día para otro, la enfermedad que había comenzado en China se había expandido a otros países y se había convertido en pandemia. Un virus del que poco se sabía y mucho se especulaba, pero que se sabía, era demasiado peligroso.
El comercio, la educación y el transporte se detuvieron abruptamente. El sistema de salud en colapso total y Tay, atrapado en un país que no era el suyo, lejos de su familia. Su esposo y sus dos hijos a miles de kilómetros de distancia y él, encerrado en un hotel casi herméticamente, sin siquiera poder considerar tomar un vuelo.
El aeropuerto estaba cerrado.
Las reuniones a las que tuvo que ir y negociar para que la empresa en la que trabaja tuviera nuevos ingresos e inversiones, se vieron inútiles. La alerta sanitaria que se expandía a nivel mundial arruinó, no solo la estabilidad social, sino también la económica.
A tanta distancia entre él y su familia, los días se pasaban relativamente lentos y aburridos y si era encerrado en una habitación de la que no podía salir ni a tomar el aire, la cosa se ponía peor.
Los días y semanas corrían demasiado lento para su gusto.
Extrañaba a su esposo, a su amor de la escuela, amante y confidente y, sobre todo, extrañaba a sus hijos. Esos que, habían llegado en algún momento de su matrimonio a alegrar sus días y darle un motivo más por el cual salir adelante.
A unas seis semanas de estar atrapado —porque así se sentía— en Japón, los mejores momentos de su día a día eran cuando recibía una video llamada de su familia.
A diario lo hacían.
Los niños le hablaban a su papá de cómo iban sus clases por la computadora y cuanto se aburrían por no poder salir al parque a jugar en las tardes, o cuanto lo extrañaban por las noches, para que los arropara en sus camas y les diera el beso de buenas noches. Y Tay se mordía el interior de sus mejillas para no llorar de frustración frente a sus hijos y les decía que pronto estaría de vuelta en casa y que todo volvería a lo que era antes y podrían ir al parque, al cine, a la plaza y a la escuela.
Eran solo dos niños de cinco y cuatro años respectivamente y no entendían la gravedad de la situación.
La video llamada continuaba con la presencia de New frente a la pequeña pantalla. Su amado New.
Cuanto extrañaba a su Osito. El tiempo lejos le hacía rememorar sin descanso sus días de adolescencia. Cuando iban al instituto y eran amigos. Cuando era tan tímido que no se atrevía a decirle a New que le gustaba, porque le daba terror que New le dijera que no sentía lo mismo y se arruinará la amistad.
En una de las video llamadas, Tay recordó el día en que la amistad evolucionó y como había sido el mismo New el que se atrevió a dar el primer paso.
Fue cuando los niños escucharon un poco de la anécdota de adolescentes de sus papás.
Tay les había contado que jamás pensó que eso pasaría. Que cuando New le pidió estudiar para el examen de historia, nunca imaginó que fuera sólo una excusa, y que cayó aún más enamorado de New cuando lo vio bailar esa canción, solo para él, en la biblioteca y que se perdió totalmente con ese beso en la mejilla al final de la demostrativa danza.
Una semana después de esa anécdota a sus pequeños; los niños, New, su cuñado Off y Gun —su mejor amigo— lo sorprendieron con una video llamada en la qué, los cinco bailaban para él la canción favorita de sus hijos.
Baby shark
Le alegraba demasiado que, al menos Off y Gun estuvieran ahí para su familia. No vivían muy lejos de su hogar y los visitaban dos veces por semana —luego de desinfectarse minuciosamente en la puerta de su casa antes de entrar— cuando salían por las compras necesarias para sobrevivir al encierro, porque New, por temor de los niños no salía para nada.
En siete semanas había ido al supermercado una sola vez y más que todo, para comprar insumos para cumplir las medidas de seguridad. Alcohol, jabón antiséptico, guantes, mascarillas y desinfectantes y Tay apreciaba demasiado que su esposo fuera tan cuidadoso con su seguridad y la de los niños.
Era malditamente difícil estar separados. Extrañaba a su familia, a sus amigos y a su esposo y nadie podía culparlo por eso. Era un hombre joven, con la lívido elevada y un marido sexy, al que deseaba como el infierno y además amaba más que a nadie.
Habían adoptado una rutina en esos días, en la que se hacían video llamadas nocturnas y se consolaba sexualmente a través del teléfono, a altas horas de la noche, cuando los niños estaban totalmente dormidos. Pero, aunque eso era una buena forma de mantener la llama encendida, nada se comparaba a estar los dos bajo las sábanas, tocando, sintiendo, besando y disfrutando de una buena sesión de sexo, piel a piel.
Pero era lo que había.
La cosa era entretenida cada vez. Tay le hablaba sucio a New frente a la pantalla y New se calentaba con tanta facilidad que en pocos minutos estaba sobre la cama, desnudo, haciendo cada cosa que Tay le pedía hacer con sus manos y cuerpo. Sea solo acariciándose a sí mismo y gimiendo bajito para no despertar a los niños en la otra habitación, tocándose más profundamente para deleite de Tay o utilizando uno que otro de los tantos juguetitos que mantenían escondidos al fondo del armario para que no fueran encontrados por satanás y lucifer —los apodos de sus pequeños revoltosos— y Tay se masturbaba con fuerza ante la imagen de su hermoso y pecaminoso esposo dándose placer a sí mismo.
𝕰𝖛𝖎𝖎 𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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Sorpresa
Fiksi PenggemarTodo comenzó con un baile en la biblioteca y luego... una pandemia, miles de kilómetros de distancia y una sorpresa. New les cuenta a sus hijos la anécdota más memorable de su relación con su padre, Tay. Mientras él está atrapado lejos. Entre video...