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Con el corazón a punto de salirse por mi boca del miedo irracional que experimentaba y con una extraña adrenalina que no dejaba de recorrerme hasta las piernas, sujete a mi madre como pude de la mano en un intento desesperado por ayudarla. La única solución que se me había venido a la cabeza era jalarla con todas mis fuerzas y resguardarla en aquella casa.
Pero, como dije en un inicio, quitarle la comida a un animal de la boca en muchas ocasiones significaba peligro. Y para mi idiotez, lo único que había conseguido fue empeorar todo.

Aquel animal rujío de una manera espantosa. Su boca desigual se extendía tanto que era imposible no ver esos huecos que se encontraban a los lados de su "cara" que se unían y viceversa mientras no paraba de rugir.
Se que ya lo dije, esa criatura no tenía ojos, pero parecía que me miraba a mi mientras rugía una vez más aumentando mi terror y sin ningún esfuerzo se estiro para tratar de tocarme. 
Gemí del terror mientras alejaba mi mano como reacción, sin embargo aquella cosa ahora sujetaba la mano de mi madre, quien no tardo en chillar del dolor al sentir como su carne se quemaba.
Era tanto mi impacto que cuando trate de retroceder caí de espaldas al suelo a solo un par de centímetros de la puerta. La escena solo era más perturbadora ante aquella vista, pues veía un espectáculo de terror en primera fila mientras era incapaz de poder hacer algo verdaderamente útil.

El rostro de aquella cosa se desfiguro en lo que parecía ser una sonrisa. Estaba complacido de sus actos, satisfecho.
Poco a poco comenzó a impregnarse en el cuerpo de mi madre, quien en ningún momento había dejado de berrear.

          —¡No mires!— Con la poca vitalidad que tenía, aquella mujer gimoteo sus últimas palabras mientras soltaba ruidos extraños de su boca. No dudo a estas alturas de que se estaba ahogando con su propia sangre.

Como pude, trate de dar la vuelta, levantarme y atravesar la puerta. Mi terror me lo impidió, por lo que termine arrastrándome por la tierra cubierta de hojas secas. Recuerdo sentir uno que otro pinchazo en mis manos de pequeñas ramitas que se incrustaban en las yemas de mis dedos. Solo que nada de eso me era relevante.
Cuando sentí el piso frío de loza que se encontraba en la cocina note que el único ruido que escuchaba provenía de mi. El sonido de mi respiración agitada, como si el aire jamás hubiese pasado por mis pulmones y mi corazón que latía desbocado.
Jadee con tanta fuerza que mi voz se escapaba de mi garganta y aunque mi madre me había ordenado una última cosa, me fue incapaz de no mirar hacía atrás al notar que yo era el único que provocaba sonidos.

Al voltear la mirada sentí unas grandes ganas de vomitar, mi vista se había vuelto borrosa y temblorosa y un gran dolor me invadía en la sien. Di un par de arcadas mientras mis ojos se llenaban de lagrimas.
Nada hará que olvide aquello.
Nada podrá hacerme olvidar el hecho de que vi a mi madre decapitada, bañada en sangre y con su mirada fija en mí, llena de dolor, horror y sufrimiento.
Esa cosa llamo mi atención de nuevo, soltando extraños sonidos que parecían carcajadas. Para mi buena o mala suerte no podía ver la mueca que tenía pintada en su rostro, ya que me encontraba mareado y con la vista nublosa, pero muy dentro de mi ser sabe que aquella criatura se encontraba sonriendo.

Poco después sentí que mi cabeza se ladeaba de un lado a otro, parpadeaba con una gran lentitud y mi vista se encontraba desenfocada. En esos momentos le rogué a un Dios, si es que existía, que me permitiera mantenerme firme y fuerte. Necesitaba sentirme cuerdo, necesitaba sentir que mis fuerzas no flaqueaban, necesitaba sentir que mis piernas no cedían ante mi peso. Claro que jamás escucho mis plegarías. Caí sin remedio. No recuerdo el dolor del golpazo que me metí. Lo que si recuerdo es que deseaba que aquella cosa no decidiera alimentarse de mi una vez estando inconsciente.


Cuando desperté la cabeza me seguía dando vueltas y me palpitaba. Seguía rogando con todas mis fuerzas de que todo aquello fuese una pesadilla, pero para mi infortunio, ese Dios tampoco pudo hacerme ese favor, pues el piso frío y el viento helado que entraba por la puerta de la cocina anunciaban que lo vivido con anterioridad había sido real. 
Al recordar lo sucedido sentía como mis ojos se escapaban por mis orbitas, me incorpore como pude, mareado y desorientado me sujete del marco de la puerta y trate de buscar con la mirada alguna señal de que mi madre siguiese con vida y que todo lo que había visto se trataba de una terrible alucinación. 
Claro que no encontré nada. Ni carne, ni cabello...ni sangre.

Grite desesperadamente, esperando que me respondiera. "¡Mamá, mamá!" pero nunca hubo respuesta, ni siquiera del graznido de algún pájaro, nada.
Comencé a llorar en silencio, recargado ahí en el marco y sin saber que hacer. Solo seguía rogando y rogando porqué en cualquier momento lograse despertar y que mis temblores cesaran.


La verdad no se cuanto tiempo me quede parado ahí sollozando, pero cuando escuche el claxon de un auto corrí en dirección contraria hacía la otra puerta. La abrí de golpe y al ver que la camioneta estaba quieta, me abalance a la parte trasera en donde se encontraba mi padre, feliz sin saber lo que había ocurrido.
Esta vez ya no lloraba en silencio, gritaba y berreaba con todas mis fuerzas mientras golpeaba la puerta de la camioneta para que mi padre saliera. Su expresión cambio, a una de preocupación y confusión y entonces salió del auto.

          —¡Esta muerta! ¡Papá, esta muerta!— Lo abrace con fuerza mientras lloriqueaba con más intensidad.

          —Calma campeón ¿Todo bien?— Trato de acariciarme la cabeza, pero yo me moví bruscamente.

          —¡¿Como quieres que me calme!? ¡Si ella esta muerta!

          —A ver, necesito que te calmes, no entiendo de que estas hablando.— Me sujeto de los hombros tratando de calmarme.— Si te calmas será más fácil entenderte.

Suspire, en su momento se me hacía estúpido lo que me decía y hasta la fecha sigo pensando que era un poco estúpido, pero era cierto que no se me entendía ni un carajo, sobre todo porque al recordar todo y tratar de explicarlo solo me hacía llorar aún más.
Vi a mis abuelos entrar y mirarme de reojo, quizás pensaban que había hecho algún berrinche, o que tal vez me había enojado con mamá. Nada de eso se asemejaba a la cruda realidad.
Tarde bastante en contar lo que había pasado, lloraba a cada rato y a veces hasta gritaba de desesperación. Juro que trataba de contar todo con lujo de detalle pero hasta para mi decir todo aquello era enfermizo.
Mi padre suspiro, con su simple expresión parecía que no me creía ni una sola palabra de lo que le decía. Hasta que mis abuelos salieron de la casa consternados al no encontrar a mi mamá por ningún lado. En ese momento la cara de mi padre cambio y sus ojos se llenaron de una amargo vacío. 
Por fin me había creído, o al menos eso pensé.


El paso de las hojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora