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Podría asegurar que todo empezó cuando yo tenía tres años, con claridad no recuerdo muy bien la fecha, pero se que fue a comienzos de Otoño.

Todos los años, mis padres viajaban a un pueblo llamado "Claro dorado" ya que en la estación otoñal los árboles relucían sus hojas con la ayuda de los rayos de sol. En dicho pueblo vivían mis abuelos maternos, quienes aseguraban tener una vida muy pacifica. Sus únicos problemas eran los mapaches, volcaban constantemente los botes de basura en busca de alimento, pero el resto de las cosas eran muy tranquilas.
Ellos me comentaron que a mi temprana edad habían decidido no llevarme a visitarlos, más que nada por miedo a que yo pescase un resfriado fatal. En aquel pueblo siempre hace frío, por lo que a finales de año, un poco antes de que inicie el invierno, se pueden apreciar que en todas las casas la chimenea siempre esta encendida.

Cuando cumplí mis tres años y un par de meses, mis padres acordaron que sería bueno llevarme a ver a mis abuelos así ya no tendrían que enviarles fotos ni hacer vídeo llamadas en las que yo saliese corriendo o dijera "no" a la hora de que me pidieran un saludo.

Recuerdo que fue mi primer viaje en avión, también vomite por primera vez en un avión. Ya había echado el almuerzo en diferentes sitios: La casa de mis padres, un taxi, en algún hotel el cual no recuerdo su nombre, un restaurante, en la guardería y ahora en un avión, a lo mejor y en mi mente infantil tenía una lista de los lugares en los que quería vomitar y dejar mi huella. El avión había sido lo máximo, el mejor lugar para hacer esa clase de cosas y probablemente el siguiente lugar en mi lista era Roma, pero desafortunadamente nunca pude ir. 
Mi padre había hecho lo imposible por llevarme al baño antes de que ocurriese la tragedia, sin embargo las circunstancias fueron otras y termine por manchar el único pasillo que había en el avión, que para una desdichada aeromoza no era ninguna causa de gracia, pues era seguro que tendría que limpiar mi desastre para que el viaje siguiese siendo agradable para el resto de pasajeros.
Después de aquel pequeño incidente el resto de las cosas fluyo con normalidad, a veces miraba por la ventana y decía "nubes", como si fuese para mi algo jamas antes visto. Se también que me dormí, el viaje era largo para mi corta edad y aburrido si no podías gritar o correr, estoy seguro que debió haber sido un martirio para mis padres, porque se lo pensaron dos veces antes de llevarme los siguientes años a casa de los abuelos.

Cuando llegamos nos recibieron. Mi abuela Eva no paraba de besarme y apretarme las mejillas, una mujer demasiado empalagosa a mi parecer. El abuelo Robert era un poco más distante. Fuera de verse como un hombre serio lo que puedo destacar bien de él eran sus asombrosas historias, siempre tenía algo bueno que contar, incluidas sus anécdotas que a pesar de no entender con la edad que tenía en ese entonces, seguían siendo interesantes.

El recorrido se extendió un poco más, teníamos que alejarnos del aeropuerto para llegar al fin al hogar de mis abuelos. Ellos nos llevaron en alguna clase de camioneta, no recuerdo bien el modelo, pero al menos recuerdo su precioso color rojo, el rugir del motor era lo que más me gustaba y sobre todo cuando pasaba por encima de aquellas hojas secas. Aún recuerdo acariciar los asientos, me gustaba la textura que tenían, en si realmente la camioneta entera me gustaba.

Una vez llegando a casa, la abuela Eva fue directo a la cocina, resulta que estaba preparando un delicioso pollo asado para abastecer nuestros estómagos hambrientos después de un viaje largo y tedioso. Al finalizar la comida dejaron que yo caminase tranquilamente por la zona. Al ser un pueblo no había demasiadas cosas que destacar, más que sus impresionantes alrededores. Bosque, en si todo era bosque, contaba con un río, el cual prometieron llevarme una vez que tuviese más edad como para comprender mejor el peligro que corría de no tener el mínimo cuidado.

Después de la comida se sentaron todos afuera con la intención de vigilarme para asegurar mi bienestar. A esa edad no me importaban demasiado las charlas que tenían los adultos, se me hacían aburridas y sosas. Mientras me imaginaba que era alguna clase de vaquero explorando zonas desconocidas, encontrando caballos y pistoleros enemigos, poniéndole empeño a mi vida fantasiosa, ellos se entretenían hablando de fútbol o lo que había pasado en la novela que veían, cosas muy poco interesantes para un niño que no comprendía nada de ello.
Se que mientras ellos charlaban de alguna cosa muy poco llamativa, mi pensar de niño de tres años me decía que era una muy buena idea esconderme de apoco entre los árboles para obligarlos a jugar el juego de las escondidas. Cosa que hacía con mis padres cuando me ignoraban en casa. Lo divertido era oírlos gritar mi nombre asustados, pensando que el niño se había perdido o posiblemente aventado por la ventana del departamento, cuando todo ese rato estaba dentro del cesto de la ropa sucia o debajo de la cama.
Me había alejado mucho, a duras penas oía a mis padres y abuelos gritar mi nombre con un inmenso pavor en sus tonos de voz. Reía y gritaba algo que posiblemente significaba "A que no me atrapan", así de alguna manera los atraía a mi dirección mientras seguía corriendo para alejarme de ellos.

          —¡Andrew!— Gritaba mi padre furioso y alterado al haberme escuchado.— ¡Regresa en este mismo instante!

Fuera de que me diese miedo, a mi parecer seguía siendo divertido, al menos se concentraban en mi y ya no hablaban de cosas fuera de mi entendimiento. Oía con claridad las hojas que crujían en mi correr desenfrenado, incluso saltaba de vez en cuando con la intención de que sonasen mucho más fuerte, así como me agachaba a recoger algunas para destrozarlas entre mis manitas regordetas.
No se cuanto me aleje, pero seguía oyendo los gritos histéricos de mis familiares a la distancia y esta vez ya no iba corriendo desenfrenado, miraba a todas direcciones pensando que mi juego a lo mejor había ido demasiado lejos, pues generalmente no se tardaban mucho en encontrarme. Caminaba de regreso, o al menos eso pensaba. Oía mis pasos crujir y mi respiración era bastante fuerte pues en ese entonces solía respirar de manera incorrecta por la boca.
Había oído otra clase de ruidos, a esa edad no sabría como describirlos...pero ahora que soy mayor puedo hacerlo perfectamente. Aquellos ruidos sonaban a una melodía agonizante, como si algún animal estuviese sufriendo una muerte lenta y dolorosa. Ahora a parte de oír mi respiración oía otra, la de un animal moribundo. Sin ser consciente del peligro que corría en ese entonces me acerque, no se lo que habría pensado en su momento. Si era algo amigable o posiblemente mi padre queriéndome dar un susto como lección. Mi madre jadeando aterrada por haber pensado que me había pasado algo malo o incluso mis abuelos, de los cuales dudaba que tuviesen dicha velocidad como para alcanzarme.
Sujetaba parte de mi playera, se encontraba debajo de mi chamarra pero eso no me impedía sujetarla, agrandarla y estirarla, podía decir que estaba algo nervioso porque aquellos ruidos ya no me parecían tan humanos.
Al acercarme aún más empece a divisar un bulto grande tirado en el suelo, movía sus patas delanteras con espasmos, su respiración era acelerada y suspiraba con fuerza mientras de su hocico salían ruidos extraños, no se si eran de dolor o si acaso pedía ayuda a su manada.
Camine directo a aquel animal que se encontraba agonizando, tenía una herida profunda en el cuello, pero no parecía alguna mordida de un depredador, era más bien como si alguien jodidamente enfermo le hubiese echado un liquido corrosivo para destruir su piel. De aquella enorme herida salían burbujas de diferentes tamaños, algunas explotaban de una forma tan aberrante que hasta sangre salpicaban, el pelaje que en su momento se encontraba en dicho lugar ya no estaba, se apreciaba muy bien su carne al rojo vivo, como aquellos humanos que te muestran en alguna pagina de un libro de biología. No estoy seguro si llego a mirarme, pero sus ojos denotaban un extremo terror y sufrimiento. No comprendía por que no se levantaba.
Se que en su momento no me dio miedo, más bien sentía una especie de curiosidad por comprender que era lo que estaba pasando. Sin saber que tan cerca me encontraba de aquel animal acaricie parte de su costado quizás con un intento absurdo de calmar su dolor o tan siquiera tranquilizarlo un poco.
Un grave error diría yo.
Una cosa que nunca debes hacer es tocar la presa de otro animal y más cuando este se encuentra hambriento, podría gruñir como advertencia hasta lanzar una mordida al aire con la certeza de tener algo de tu cuerpo entre los dientes. Incluso esto puede llegar a pasar con los humanos, ya que algunos se ponen a la defensiva cuando intentas comer de su plato. Sin embargo aquella cosa no era ni animal ni humano.

Soy muy viejo, pasaron muchos años de haber experimentado dicho suceso, por lo cual para mi infortunio no tengo muy presente aquel momento. Tengo con más claridad el recuerdo agónico de ese desdichado animal, sin embargo la imagen de aquel ser me es borrosa...al menos en ese momento es borrosa...y ojala hubiese sido eso, un recuerdo borroso, la imaginación de un niño que, alterado por haberse perdido su mente haya figurado algún ente maligno. Pero mis recuerdos de los siguientes años son muy claros como para ignorar el hecho de que me tope con ese ser cara a cara a mi corta edad de tres años.

El paso de las hojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora