A pies descalzos.

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Con su bolso cruzado en el pecho y una pesada maleta, Melanie entró en el vestíbulo del hotel, tratando de dejar ir su obsesivo pensamiento sobre cuánto había gastado ya, y cuanto estaba por gastar, ya podía escuchar la voz de su contadora diciéndole que había sido una pésima inversión. Pero hasta el momento, su vida se sentía así, como la peor de las inversiones.

Suspiró y sonrió a la recepcionista, que la esperaba luciendo un kimono burdeo, y una piel perfecta. Tenía dinero en efectivo y el chofer que la llevó hasta allí le había indicado donde podía hacer más transacciones. Honestamente, le daba terror andar con una suma tan grande, pero asumió que sería necesario.

La recepcionista la recibió con una inclinación y esperó que ella hablara, probablemente ya que por su apariencia, no podría saber qué idioma saldría de su boca. Ella solo se veía como una mezcla, con una melena de rizos densos, gruesos y espesos.

-Hola...-la saludó nerviosa en inglés, su lengua natal.

La recepcionista amplió su sonrisa y respondió mientras se movía detrás del mueble de recepción.

-Buenos días, ¿Busca hospedarse usted sola?-el inglés de la mujer sonaba extraño, pero bastante entendible.

-Si, pero me gustaría tener una de las mejores habitaciones -habló despacio para ser más clara, y añadió:-Si es posible.

-Claro que si, puede ver aquí nuestras tarifas- le tendió un catálogo plastificado, las pálidas manos tenían una manicura perfecta color coral.

Revisando encontró unas habitaciones realmente pequeñas, nada ostentosas, y también todo lo contrario. Se enamoró de una totalmente lujosa. Tenía puertas deslizables, de madera oscura y con mamparas color crema, el suelo cubierto con alfombras de bambú, una cama, o más bien un colchón con cobertor blanco en el suelo en medio de la habitación. La decoraban lámparas de papel que iluminaban de forma tenue y tenía una vista hacia un jardín hermoso y amplio.

-Esta -señaló con el índice apoyando el catálogo sobre la mesa, y sacó el dinero, sabiendo que tendría mucha suerte si estaba disponible, considerando que no había reservado la habitación.

La señorita recibió el dinero, lo contó y guardó y se alejó del contador para guiarla a donde se quedaría. Caminaron por unas salas con altos techos, una parecía un salón de baños de vapor, otra que se veía como un comedor con varias mesas bajas, negras, para acomodarse en el suelo y comer ahí, todo iluminado con luces bajas de tonalidades cálidas.

Continuaron por un pasillo de madera que estaba por fuera de la construcción, este estaba suspendido sobre vigas, más alto que el jardín, y vio que frente había un complejo igual, cruzaron por un camino corto de piedra el jardín adornado con muchas plantas, unos cultivos ordenados y una pileta de piedra con peces koi, que debía medir 15 metros de largo, el cielo nublado creando reflejos blancos en el agua.

Llegaron a la habitación entrando al otro complejo, justo era la de la esquina y contaba con hermosas vistas a todo el jardín, que era mucho más amplio de lo que parecía. Melanie se encandiló con toda la belleza, sintiéndose ya más ligera. Dejaron sus posesiones en el suelo, la recepcionista le enseñó el teléfono en la pared, abrió el armario, que también tenía una puerta corrediza y le entregó un kimono de tela suave y brillante. Definitivamente no era barato, pero le fascinó cada instante. Le explicó cómo abrir las puertas corredizas y cómo encender la calefacción.

Le enseñó el baño de madera, el cual tenía una decoración de piedras en un rincón, con una lámpara de papel con diseños floreados. Revisaron todos los interruptores y luego la mujer se fue.

Un amor, un tormento. H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora