9. Para mentir se necesitan dos: uno que mienta y otro que escuche

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La persecución se alarga varios minutos. Un mono con «inquietudes literarias es desalojado por la fuerza de la Biblioteca Nacional de Vilknax. Recorremos la ciudad de punta a punta. Un pescador de Baldesillos ofrece su cuerpo al gobierno de Venegor para que le trasplanten el cerebro de Bretino Muntado, el legendario percusionista. El híbrido de Koonie Lingus se estampa contra un coche patrulla. Suavemente, báilalo, baila alrededor de este fuego, que flota entre tú y yo, tú y yo. Koonie se baja del coche y empieza a dar las explicaciones pertinentes. Mujer en riesgo de fuga propone varias soluciones alternativas para no pasar la noche en el cuartelillo. Dime tú qué quieres.

—Gracias por la ayuda—dice Tabbalunga cuando ve que se la llevan—. Sin ti habría sido... más difícil.

—O imposible.

Tabbalunga se ríe. 

—No, hombre, no. Tampoco tanto. No te sobrestimes.

—¿Qué harás ahora?

—Le venderé a mi editor las fotos que hemos sacado. Ya te enviaré tu parte por Bazoomgaga. 

—No hace falta que me mandes nada. No lo hice por el dinero.

—Yo tampoco. E insisto en darte algo. Es lo justo.

Me encojo de hombros, incómodo.

—Como quieras.

Miro el reloj. Ya solo quedan veinte minutos para mi cita con Ella. 

—Bueno, eso es todo, amigo.

—Hasta la próxima, hermano.

Cuando llego al restaurante ya hay alguien esperándome. 

—Hola, buenas tardes. Espero no llegar tarde.

—En absoluto, detective.

—En ese caso...

Le hago una seña al camarero y pido el vino más caro de la carta.

—Siempre hay algo que celebrar, ¿no?

—No sé, digámelo usted. ¿Ha hablado con ella?

—¡Desde luego! ¿Ha traído el dinero?

HHH deja un sobre encima de la mesa. Lo abro. No sabría decir cuánto hay dentro, pero son mucho billetes. Y a primera vista parecen todos auténticos. 

Me guardo el sobre en el bolsillo interior de mi gabardina. Asiento con asertividad. 

—¿Y bien?—La voz de HHH suena más áspera, más gutural—. ¿Qué tiene que contarme?

—Está todo arreglado, jefe. Ayer hablé con ella. 

—¿Está seguro de que comprende la situación?

Miro el reloj.

—La comprende perfectamente. Pero no tema. Si tiene alguna duda, se lo puede preguntar a ella. Mire, por ahí viene. 

La vemos acercarse a nuestra mesa. HHH no sabe qué decir. Se ve que esto no es lo que esperaba. 

Ella se arroja a los brazos de su amante. Le cubre de besos y caricias el tiempo suficiente para que sea incómodo para todos los presentes. 

—¡Hilie, panzudito mío! ¡No te imaginas cuánto te he echado de menos! ¿Dónde te habías metido?

HHH apenas acierta a balbucear:

—¡Pero esto no es lo que habíamos acordado!

—Es lo que había acordado... con mi cliente. 

Bum.

Toma giro argumental, viejo execrable. 

HHH se debate como una fiera, pero Ella ha entrado en modo calamar gigante y no lo suelta ni por saber morir. 

—¡Teníamos un trato! ¡Un trato de caballeros!

—Haberlo pensado antes de colorear El dios hundido. ¡Esa obra de arte nació como una película en blanco y negro, y así se tendría que haber quedado! ¡Tienes lo que te mereces, TÍO MIERDA!

—¡Acaba de ganarse un poderoso enemigo, detectivucho de poca monta, un enemigo que te perseguirá toda la vida!

—¡Me parece perfecto! Siempre he querido tener un archienemigo que sepa explicarme cómo funcionan los eclipses, pero supongo que tendré que conformarme con usted. 

Saco el sobre con el dinero. Lo abro. Saco un billete de cincuenta urleks y lo deposito encima de la mesa, junto a la servilleta.

—Mi regalo de bodas—digo.

Luego me doy la vuelta y salgo del restaurante.

Nadie intenta detenerme. ¿Por qué? Porque el asunto ni les va ni les viene, por eso.




Doblan por los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora