Capítulo 3 "Llámame Yina"

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Yina.

Desde mi infancia sentía que las cosas no iban bien, que algo no cuadraba. Al ser todavía muy pequeña no lograba identificar cuál era el error que no le daba sentido a mi vida, es por lo que tampoco era alguien que expresara mucha alegría en la niñez.

Sin duda, la muerte de mi madre cuando yo tenía ocho años no hizo más que empeorar las cosas. Tanto mi padre como yo compartimos rostros tristes durante un tiempo, donde yo no lloraba, pero mi padre sí. Todavía recuerdo cuando me levantaba por las noches escuchando sus llantos en el salón, a pesar de que este intentaba hacer el menor ruido posible para no preocuparme.

No fue hasta que llegó el final de aquel curso y tuve que repetirlo (ya que suspendí todas las asignaturas), cuando mi padre se dio cuenta de que debíamos seguir adelante y que esa lástima y duelo constante que él mostraba influía sobre mí. Pidió unas vacaciones en el verano y preparó un viaje a Disneyland París durante unos cinco días. De vuelta de aquel viaje volví con un vestido de princesa, el cual no me quitaba ni para dormir, era extraño, pero con él sí me sentía bien. Fue también ahí cuando nació mi obsesión por las princesas Disney, donde llegué a comprar muchas camisetas con dibujos de todas ellas.

Los problemas llegaron otra vez cuando tuve que empezar el nuevo curso de primaria, en una clase nueva con nuevos compañeros. No tenía amigos, pero algunos me llamaban «maricón» (que no sabía lo que significaba). Creía que se trataba de algún apodo y los populares de clase (por llamarlos así), tenían uno, así que sentía que podría ser una buena señal. Finalmente hubo un día donde mi tutora se quedó a hablar conmigo y mi padre después de clases. Allí le explicó a mi padre que no encajaba con el resto de compañeros y que podía apuntarme en el equipo de fútbol y no llevar más mis camisetas de princesas. A esto mi padre le respondió que no era culpa suya la incapacidad que tenía mi tutora para que hubiera respeto en sus clases. Después, recuerdo que tanto ella como él se gritaron mucho, y que mi padre se fue ofuscado al coche. Allí le pregunté qué significaba «maricón», porque me di cuenta de que podía tener alguna relación con lo que mi tutora intentaba explicar a mi padre. Pero al decirle que me lo decían los compañeros, eso ayudó todavía menos. Pareció cabrearse más y pensé que era conmigo.

Mientras mi padre llamaba al colegio cabreado, yo buscaba el significado de la palabra «maricón» en internet, ya que mi padre no me había explicado qué era. Encontré algunas imágenes de chicos besándose con banderas del arcoíris y gifs de dos chicos haciendo cosas extrañas tumbados mientras ponían caras de dolor (que ahora que tengo una edad ya entiendo qué eran). Pero lo que más me impactó, fue encontrar una noticia donde habían agredido a un chico mientras le gritaban «maricón». Por supuesto ahí fue donde me asusté y rompí con unas tijeras todas mis blusas con dibujos de princesas. Justo cuando también iba a romper el vestido que traía de Disneyland, fue cuando mi padre entró y encontró el panorama. Luego me explicó que esa palabra en realidad es muy fea, y que solo lo dicen los niños cuando su coeficiente intelectual iba a la velocidad del de un caracol. Así que casi todos los niños de mi clase tenían un coeficiente intelectual así. Menos mal que yo no estaba dentro de ese grupo. Me daría pena de mí misma.

Pasaron los años y llegó mi etapa en tercero de secundaria, donde ya comenzaba a entender muchas cosas a pesar de que no las decía en alto. En concreto hubo un fin de semana donde mi padre y yo fuimos a un hotel donde porque se acercaba el carnaval, hacían fiesta de disfraces los viernes por la noche. Mi padre y yo no lo sabíamos, pero conseguimos que en la recepción nos dieran unos trajes de charlestón con unas pelucas azules, para así ir disfrazados.

Al día siguiente, mi padre se fue a la piscina del hotel mientras yo todavía me estaba duchando. Al salir de la ducha me encontré una de las pelucas que habíamos llevado la noche anterior y me la puse mientras me colocaba la toalla por debajo de las axilas «a la mujeriega». Busqué un pintalabios de mi madre que guardaba y que solía usar a veces. Cuando me lo puse me miré en el espejo y la puerta se abrió. Al otro lado estaba mi padre, el cual al mirarme se quedó petrificado. Me había vestido de aquella forma muchas veces, pero siempre cuando él no estaba en casa ya que no sabía cómo se lo iba a tomar. Nos miramos en silencio, yo asustada y él sin saber qué pensar. Sentí un nudo en la garganta y contuve las lágrimas, pero en el último momento este sonrió, caminó hacía mí, cogió el pintalabios y se agachó.

ETERNOS (Todo tiene un comienzo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora