Capítulo 7 "Chicos sanos"

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Julio.

Siempre fui lo que se diría: un chico sano, donde junto a mis dos madres, éramos una familia bastante activa. Por un lado, una de mis madres, Viruca, tenía una academia de danza y yoga junto a una compañera, mientras que mi otra madre, Alejandra, era preparadora física. Yo en cambio, era una mezcla de ambas, me gustaba hacer ejercicio y bailar, pero sobre todo amaba hacer surf y windsurf. El problema es que cuando me detectaron el cáncer tuve que dejar de hacer muchos de esos deportes que tanto me gustaban.

Todo se jodió por completo con aquella mancha que me apareció en el ombligo (que aparentemente parecía un nuevo lunar). Hacía muchos deportes al aire libre y en la playa, es por ello por lo que el que apareciera un supuesto nuevo lunar, no nos asustó a mí ni a mis madres. En concreto nos empezamos a preocupar cuando nos dimos cuenta de cómo esta mancha comenzaba a ser cada vez más grande y a coger una forma irregular con colores no muy comunes en un lunar corriente. Acudimos al médico y tras una serie de pruebas donde me tuve que someter incluso a un escáner completo (una experiencia horrible), nos dieron los resultados. Todavía recuerdo aquella frialdad con la que el doctor nos anunció a mí y a mis madres que la mancha del ombligo se trataba de un melanoma (un cáncer de piel). Los tres en un instante nos vinimos abajo. Yo más que ellas.

Mientras el médico nos explicaba que todavía estábamos a tiempo y que, con una serie de pruebas, podríamos deshacernos del melanoma, yo me acordé de las películas que ya había visto sobre personas con cáncer de cualquier tipo. Y ahora que lo pensaba, era escaso el número de supervivientes al final de estas. Lo admito, me dio rabia en un principio e incluso intenté culparme de lo ocurrido, pero... ¿cómo se culpa uno mismo de tener cáncer?

Me sometí a una serie de tratamientos donde se me detectó un melanoma T2b (que medía menos de 0.8 milímetros y en mi caso, con ulceración). Todavía estábamos a tiempo de acabar con este melanoma si me sometía a la operación del ganglio centinela. Pero aun así estaba aterrado.

Mis madres se dedicaron a bañarse en esperanzas, y yo tuve que dejar de hacer muchos deportes de los que llevaba a cabo, aparte de empezar a evitar las playas. Debo de admitir que mi grupo de amigos (Andrés, Irene y Sandra), fueron un gran apoyo después de todo, pero el gran pilar que me ayudó a sobrellevar toda esta situación fue Joel. Mientras me encontraba en el hospital, tras uno de estos desmayos que me daban de repente cuando llevaba a cabo mucho esfuerzo, conocí allí a Joel. Este también tenía cáncer, no el mismo que yo, por supuesto. El mío era un cáncer muy raro en varones y sobre todo de mi edad (algo que sinceramente no me tranquilizaba, ya que eso supondría menos experiencia por parte del equipo médico). El cáncer que padecía Joel era llamado osteosarcoma, en otras palabras, un tipo de cáncer de hueso o tumor vertebral (uno usaba el nombre que menos terrorífico te pareciera, supongo). La cosa es que tener un conocido que padecía también cáncer era un gran apoyo moral.

A pesar de las restricciones que el cáncer me supuso, intenté seguir adelante, con la ayuda de mis madres y mis amistades. Es por lo que, sin perder la esperanza, decidí cursar el primero de bachillerato y no hacer como Joel. «Total, me voy a morir igual ¿para qué quiero seguir estudiando?», me decía constantemente. 

 

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