Marta, mi maestra, me acompañó otra vez hasta clase, dónde María había estado encargándose de los alumnos mientras me cambiaban la ropa y limpiaban el suelo. Marta le hizo el pulgar arriba, transmitiéndole que todo estaba bien y que se podía ir. Al salir, María me hizo un gesto animándome, y me dijo que estaba segura de que no me volvería a pasar. Desvié la mirada y me quedé quieto, inseguro. Marta tuvo que darme un par de palmadas en la espalda para que entrara a clase, donde todo el mundo me miraba. Escuché algunas risas susurrantes, pero en general nadie dijo nada. Al llegar a mi silla y sentarme, una niña llamada Carla se me acercó.
-No pasa nada, a veces se tienen accidentes- dijo.
Recibir ese comentario condescendiente de una niña de 5 años, me sacudió el alma.
Acababa de empezar la semana y ya había gastado la mitad de mi cupo de accidentes. O me concentraba, o esto iba a terminar mal. Con 25 años era más que capaz de sostenerme como un adulto, aunque siempre hubiese sido nervioso y miedica. Que la situación fuese un poco humillante no era suficiente como para mearme encima. Podía con esto y más. Me crecí.
La siguiente hora de clase se pasó volando, y pronto ya estábamos en el primer recreo, donde me comí un bocadillo y bebí un zumo de naranja, así como tomé agua de la fuente. Como no quería jugar con nadie, me quedé sentado en un rincón, esperando a que pasara el tiempo. Pese a mi actitud, varios grupos de alumnos vinieron a pedirme que jugara con ellos, pero los rechacé a todos. A falta de dos minutos para terminar, Marta se percató de mi aislamiento, y me riñó un poco por no querer jugar con los demás.
-Luis, tienes que integrarte- soltó. -Eres suficientemente mayor como para entenderlo.-
La hora y media de clase siguiente estuvo centrada en las emociones. Hablamos de alegría, tristeza, rabia... Cuando llegó el turno de hablar del miedo, Marta preguntó:
-A ver, ¿alguien podría decirme cosas que hacemos cuando tenemos miedo?-
Un niño levantó la mano y dijo:
-Salir corriendo-
-Muy bien, así es. ¿Algo más?-
-¡Gritar!- Dijo alguien, sin levantar la mano.
-Muy bien, sí.-
-Hacerse pipí en los pantalones- dijo Carla, la niña sentada a mi lado, y al rato añadió. -Como Luis-
La clase estalló en risas. Yo intenté excusarme, diciendo que no era verdad, y Marta me defendió, advirtiendo a todo el mundo que no debían reírse de mí. No me podía enfadar con Carla, ya que creo que no lo dijo con mala fe, y además solo tenía 5 años, pero ver a toda la clase riéndose de mí me volvió a generar miedo. Me concentré para que no se me escapara otra vez el pis, y esta vez lo conseguí.
Al terminar la clase volvimos al patio, y ahora sí, me convencieron para jugar al escondite. Los nervios que había tenido en clase me habían provocado ganas de hacer pis otra vez, pero me di cuenta cuando ya estábamos escondidos. Yo y dos niños más habíamos elegido el mismo sitio; detrás de la fuente, un lugar que no era de paso y nos permitía observar si alguien venía. Sin duda el mejor escondite. Pasamos varios minutos sin que nos encontraran, y como estábamos en cuclillas, mis ganas de hacer pis iban aumentando.
-Tengo que ir al lavabo- les dije, excusándome para salir.
-No te vayas, ¡que podemos hacer el récord!- me respondió uno de los niños, muy emocionado con la idea.
-Solo cinco minutos, cinco minutos- dijo el otro.
-No... pero que tengo que ir...- Intenté convencerles.
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¡A parvulario!
RandomLuis, un joven de 25 años, se ve obligado a empezar Parvulario otra vez tras tener embarazosos accidentes estando con su novia, Laura, quien no tiene tiempo para ir cambiando pañales. Luis intentará sobreponerse a la situación, pero le espera una hu...