El último mes, el tercero desde que volví a parvulario, había sido un éxito. Pasé de mearme encima varias veces y usar más de 3 pañales al día a tener accidentes puntuales que, en mi estado, estaban justificados. No me había meado más de cinco o seis veces y solo me había cagado encima 2 veces en todo el mes, una porqué estaba enfermo de la barriga y la otra porqué me puso muy nervioso un día que vino una agente de policía a darnos una charla en el cole.
Cuando entró a clase se dirigió a mi con un tono de voz muy agresivo (aunque mi maestra diga lo contrario) y me asusté tanto que me puse a llorar y me cagué encima. Encima iba sin pañal porqué ya llevaba días sin accidentes y ensucié los pantalones. Ese día vino Laura a recogerme antes de tiempo porqué no paraba de llorar y mearme de los nervios en el pañal que me habían puesto.
Pero, más allá de eso, mi mes había sido muy bueno. Los otros niños y niñas casi no se reían de mí y, de hecho, me ayudaban. Cada media hora o 45 minutos venía un compañero de clase a preguntarme si tenía ganas de ir al WC. Más de una vez me había salvado de un accidente gracias a esto. Tan bien iba todo, que hacía una más de una semana que estaba yendo al cole sin pañal y sin tener un solo accidente. Para dormir aún lo llevaba puesto porqué si tenía una pesadilla siempre me levantaba mojado, eso sí. Pero el progreso era evidente.
Estaba muy cómodo en mi clase, donde María y el resto de profesoras cuidaban muy bien de mí. Habían adaptado las clases, la zona para dormir e incluso mis horarios para minimizar el número de accidentes que tenía. Durante el primer y el segundo mes me asignaron una profesora especialmente para mí, que se sentaba a mi lado y me iba comprobando el pañal y ayudándome a hacer los ejercicios para que no me bloqueara y me meara encima como resultado. Funcionó bastante bien, y aunque me diera mucha vergüenza que me vigilara una chica más joven que yo (tenía solo 21 años), terminé encariñándome mucho de ella. Tanto, que cuando marchó tuve un pequeño retroceso, y llegué tres días seguidos con el pañal mojado a clase, antes incluso de entrar.
Pero ahora eso ya estaba solucionado. Ahora estaba bien. O eso creía...
Cuando el último viernes del mes entré a clase, noté que pasaba algo. Al lado de María, la profesora de mi clase, había dos profesoras más que no identificaba. Inmediatamente me puse el chupete que llevaba colgado de mi peto a la boca, para calmarme. María lo vio y me hizo una señal para que me calmara. No pasa nada.
Me relajé un poco. Una niña que se sentaba a mi lado me preguntó si tenía que ir al WC.
-No, no, estoy bien gracias- Respondí con poca confianza tras quitarme el chupete.
La niña me miró dudosa, pero no dijo nada más.
Pasaron algunos minutos, y para mi sorpresa las dos otras profesoras no marchaban. De hecho, mientras hablaban entre ellas me iban mirando de vez en cuando. Faltaban diez minutos para las 9:00, hora en la que empiezan las clases. De golpe, María y las dos profesoras se acercaron a mí y me pidieron que las acompañara. Asentí sin rechistar.
-Nos han dicho que has mejorado mucho- me dijo la mujer más alta.
Volví a asentir mirando hacia el suelo.
Cuando llegamos a la sala de profesores, María me dijo que, como ya hacía tiempo que iba sin pañales, había llegado el momento de dejar el parvulario e ir a educación secundaria para poder seguir avanzando.
Me hice pis encima. Al pensar en ir a clase con adolescentes que se reirían de mí, mi cuerpo reaccionó por mí.
-Ay... se ha hecho pipí...- dijo la profesora más bajita.
Las dos profesoras que no conocía hicieron muecas de lástima y María se acercó para consolarme.
-Sabía que esto podía pasar- Dijo mientras me ayudaba a andar hasta la sala con el cambiador.
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¡A parvulario!
De TodoLuis, un joven de 25 años, se ve obligado a empezar Parvulario otra vez tras tener embarazosos accidentes estando con su novia, Laura, quien no tiene tiempo para ir cambiando pañales. Luis intentará sobreponerse a la situación, pero le espera una hu...