Tras batallar con Laura durante toda la noche, conseguí convencerla de que me dejara ir a mi primer día de clase sin un pañal puesto. Acordamos que si pasaba la semana y solo había tenido un máximo de dos accidentes en el preescolar, dejaría toda la tontería de tratarme como un niño pequeño. No quería pensar en lo que sería de mí si no fuese así, por lo que ni le pregunté.
Laura me preparó la mochila con una muda de recambio, el desayuno, lápices de colores y una bata escolar a cuadros blancos y azules. Me quería morir, era talmente como si volviera a tener 3 años. Y encima, antes de salir, metió un pañal.
-Lau, dijimos que iba a ir sin- solté, consciente de la futilidad del comentario.
-Y vas sin, cariño.- Respondió -Pero me dijo Marta, la que será tu maestra, que ellos no tienen pañales de tu tamaño, y que sí podíamos traer nosotros los de recambio. Solo por si acaso.- Respondió Laura, sabiéndose en control.
No conseguí decir nada, solo respondí con un murmullo e hice que sí con la cabeza. Ya era hora de salir. Nervioso, bajé a la calle acompañado por Laura y nos dirigimos hasta la Escuela Primaria de la calle de al lado, en la que tenían un apartado infantil. Mis nervios iban en aumento. No podía creerme que fuera a pasar de verdad.
Cuando estuvimos delante de la puerta de entrada, Laura me cogió de la mano, y como a un niño pequeño, me dirigió hacia el patio, que debíamos cruzar para llegar a las clases.
-Laura... No quiero hacerlo...- Intenté.
-Luis, ¿en qué habíamos quedado?- Respondió, paciente pero seca. -Una semana sin accidentes y para casa-
-Sin no. Máximo dos, dijimos- Argumenté.
-Ah, ¿Qué planeas tener uno?- preguntó, perspicaz.
Yo negué con la cabeza, y volvimos a andar, Laura tirando de mí, que pocas ganas tenía de empezar la humillación. Cruzamos areneros, columpios y toboganes, llenos de niños y niñas jugando con sus papás y mamás. Nadie nos prestó demasiada atención, pero yo lo viví como una penitencia. Al fin, llegamos a la clase. Era la de P5, la de los mayores.
Laura me hizo entrar a mi primero y, tras entrar ella también, llamó la atención de la maestra, que vino hasta nosotros. Era imposible que la clase estuviera decorada de forma más infantil. Marta, mi maestra, se presentó y yo me puse la bata que debía llevar en horario escolar. Hablamos en pequeño comité durante unos minutos sobre mis «problemas» y los objetivos que teníamos. Mientras lo hacíamos, la clase se iba llenando. Tenía ganas de ir al lavabo, pero no quería cortar la conversación de una forma maleducada.
-Has traído recambio y pañal, ¿verdad?- Me preguntó Marta en voz baja, ya cuando Laura estaba a punto de marcharse.
Me puse un poco rojo y asentí, rezando para que ningún alumno hubiese escuchado nada. Realmente, nadie nos prestaba atención, todos jugaban. Tras despedirse de Laura, que me hizo prometer que al recogerme lo haría con la misma ropa, toda seca, Marta me cogió de la mano y me llevó frente a la pizarra. Seguía con ganas de ir al WC, pero no había encontrado el momento de pedirlo. Marta hizo callar a la clase, y todos los alumnos se sentaron en sus sillas. Antes de poder a empezar a hablar, un niño preguntó:
-¿Por qué el maestro va con bata?-
-Muy buena pregunta- Dijo Marta- Este es Luis, y no es otro profesor, es un alumno como vosotros-
Las reacciones fueron variadas. Algunos no lo entendieron, otros se rieron, muchos me observaron. No podía soportar la vergüenza. Quería que Laura volviera a recogerme, pero aún quedaban 8 horas de, por lo que parecía, muy largas clases. Marta, con su suave y agradable tono de voz, siguió hablando.
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¡A parvulario!
AcakLuis, un joven de 25 años, se ve obligado a empezar Parvulario otra vez tras tener embarazosos accidentes estando con su novia, Laura, quien no tiene tiempo para ir cambiando pañales. Luis intentará sobreponerse a la situación, pero le espera una hu...