XXXVII

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DORMIR Y DESPERTAR FUE un ciclo interminable para Yeonjun. Era consciente de que había gente junto a su cama: su padre, sus hermanos, Eunha. Y Beomgyu, por supuesto. El omega era una presencia constante a su lado, normalmente acompañado de un paño frío en la frente. Su cuerpo ardía de fiebre, la pierna le dolía terriblemente, y más de una vez oyó al médico murmurar hechizos por encima de él. En algún momento, la fiebre desapareció y el dolor pasó de ser una agonía a un dolor sordo. Su mente se calmó y finalmente cayó en un profundo sueño.

Estaba oscuro cuando se despertó. ¿Quién sabía cuántas horas o días habían pasado desde que llegó a casa? Estaba tumbado de lado, sintiéndose bien descansado, con una sensación de paz en su interior. Había una presencia cálida
detrás de él, y se giró hasta que pudo ver la silueta de Beomgyu, el omega acurrucado contra su espalda. Los ojos de Beomgyu se abrieron, su voz somnolienta era un murmullo.

—Estás despierto.

—Hola.

—No estaban seguros de que te despertaras.

—¿De verdad creían que no abriría los ojos sólo por ver tu cara?

Se puso de espaldas y Beomgyu se acomodó a su lado. Acarició la mejilla de la omega.

—Lo hiciste, Beomgyu. Has salvado el reino.

Beomgyu le sostuvo la mirada, contenta entre sus brazos.

―Por ti, Yeonjun. Lo hice todo por ti.

*******

YEONJUN SE CONSIDERÓ fuera de peligro una vez que se le pasó la fiebre, pero estaba lejos de recuperarse. Beomgyu dividía su tiempo entre el mantenimiento de la máquina del escudo y la permanencia al lado del alfa mientras Yeonjun entraba y salía del sueño. Los pocos momentos en que Yeonjun estaba realmente despierto solían ser una frustrante repetición de lo que ya habían discutido, ya que la cansada mente del alfa era incapaz de memorizarlo.

Eunha les traía la comida unas cuantas veces al día, manteniendo las interrupciones al mínimo. Pero a medida que pasaban los días, a Beomgyu le resultaba cada vez más difícil retener algo. Se limitaba a lo más sencillo que podía retener; pan, patatas, caldo… pero nada le ayudaba a asentar el estómago. Por un golpe de mala suerte, el médico llegó justo cuando perdía el desayuno en el baño por cuarto día consecutivo.

Cuando volvió a entrar en la habitación, el médico enarcó una ceja.

—Siéntate, deja que te eche un vistazo.

—Estoy bien.

—Estás enfermo por algo, y no me extraña. ¿Cuándo fue la última vez que descansaste bien?

—Hay demasiado que hacer...

Ante la insistencia del médico, se sentó en una silla, dejando que el hombre le tomara el pulso y murmurara un conjuro en voz baja.

—Cuando haya dormido un poco, estoy seguro de que estaré bien. Tienes otras personas que necesitan tu atención. —Había muchos heridos entre los guardias que habían contenido la armada.

—Es cierto —dijo el médico, con su actitud ruda casi tranquilizadora—. Pero tú eres la única persona que puede mantener ese escudo. Te necesitamos.

Beomgyu cedió y se sometió al examen del médico.

—Bueno, ¿cuál es el veredicto? —preguntó mientras el médico volvía a hacer la maleta—. ¿Viviré?

—Sin duda. Te prescribo reposo, comida sencilla y mucho líquido. Un poco de té de jengibre debería servir.

—¿Té de jengibre? ¿Por qué? ¿Qué me pasa?

La apuesta del Omega - YeongyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora