Que nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce.
No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, nerviosa.
Sí, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo.
Respiró profundamente y entró al lugar completamente sola. Aquel familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró aún más... quizás fuera la última vez que lo hiciera.
Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar hacia el frente. Su regalo estaba allí. Una amplia sonrisa surcó su rostro, y sin poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él.
Siempre quiso un caballo blanco y al fin lo tenía. Mordió sus labios de nuevo, y comenzó a disminuir el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era muy grande para ella en ese entonces, y no sabía cómo iba reaccionar.
—No le tengas miedo —escuchó la voz de alguien más en ese cuarto, una voz familiar.