Capítulo 1: La esposa del general del norte

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―¡El General ha vuelto!

Los gritos llenan el pabellón. Las mujeres corren entre las columnas y sus velos y faldas ondean tras ellas.

―¡El General ha vuelto!

Los soldados de la guardia se forman y aparentan orden después de chocar varias veces. Algunos se ajustan las viceras, otros se preocupan por arreglar su armadura de la manera más pulcra posible.

―¡El General ha vuelto!

Y tras ellos, se ondea la parte baja del hanfu blanco con detalles negros y también las mangas llenas de bordados en negro; los pies corren apenas tocando el suelo. La figura no se detiene hasta llegar a las grandes puertas del pabellón y espera allí, aparentando una calma que no siente.

Xiao Xingchen es un príncipe menor, hijo adoptivo ―y no de sangre― de Baoshan-sanren, una princesa casi ermitaña que vivió por años, lejana a los problemas de los reyes del desierto, con los que estaba emparentada de una manera que no era tan clara. Xiao Xingchen heredó de ella el título de príncipe del imperio y, aunque no le interesaba, lo usó llegado el momento. Baoshan-sanren volteó a ver al mundo una vez en todos aquellos años y su mirada se tornó preocupada. «No confío en el rey de reyes», dijo, y sus labios se volvieron una fina línea de preocupación. «No confío en Jin Guangshan».

Cuando Xiao Xingchen expresó que quería bajar de la montaña y explorar el mundo, Baoshan-sanren le dijo que, con el título que tenía, se convertiría en un blanco fácil para el rey de reyes.

Fue cuando el General entró en escena.

El General Song Zichen mantenía la frontera norte a salvo y nunca había sido bien apreciado en la corte. Era demasiado recto, demasiado reacio a ignorar los vicios de los poderosos. Lo toleraban porque el norte dependía de él y había ayudado a aplastar a los Wen una vez.

Baoshan-sanren le entregó un príncipe. «No podrán hacerte nada a su lado, Xiao Xingchen», le dijo. «Y contra él no se atreverán a conspirar si la princesa Baoshan-sanren de las montañas lo respalda».

Xiao Xingchen, que creció en la montaña, lejos de todas aquellas peleas donde los títulos tenían relevancia, encontró una ofensa que su propia madre negociara aquella unión, aquel matrimonio.

«Si quieres dejar las montañas, es la única manera», dijo su madre; «de otro modo te harán pedazos».

Él había soñado con ser un héroe; lejos del estatus de «Alteza» que le habían conferido como hijo adoptivo de Baoshan-sanren, la princesa ermitaña.

Pensó en negarse hasta que conoció a Song Zichen.

Un general alto, que usaba túnicas negras y azules, hábil con la espada, amable con los soldados, con sueños lejos del ejército. Song Zichen soñaba con los héroes de los poemas que sabía recitar en voz alta; conocía las viejas historias del desierto, antes de los reyes y las fortalezas. Visto así, fue fácil enamorarse. Fue sencillo sonreír con el paso de los días y preguntar su nombre. «Aquel que te pusieron al nacer, Zichen», aclaró entonces. «Ese que no revelas».

«Song Lan», respondió el general y, desde entonces, ese nombre estuvo guardado en el corazón de Xiao Xingchen.

Fue fácil enamorarse de sus principios, de su honor, de sus sonrisas cuidadas y en público, hasta escasas. De su voz firme y de su manera tan certera de construir oraciones.

Lo más sencillo que Xiao Xingchen hizo fue soñar a su lado y confesarle, entre las sábanas, que quería ser un héroe y que su nombre quedara marcado en las leyendas. Y Song Lan, con sus ojos profundos, que perforaban el alma, sonrió y, antes de besarlo, aseguró: «Tu nombre junto al mío, Xingchen, en las estrellas y los labios de los poetas».

Donde ni el pecado ni el perdón nos alcance [SongXueXiao]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora