Capítulo 28: El palacio frío de la fortaleza norte

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Una figura se arrodilla frente a los aposentos del general en la fortaleza del norte. Los soldados se han acostumbrado a su presencia y a su tenacidad y pasan de largo, viéndolo sin verlo. Xiao Xingchen escucha sus pasos, pero no sabe cuáles son sus rostros o sus identidades, no sabe si lo miran o lo desprecian, si se burlan o si lo miran con lástima. No sabe si se preguntan qué ocurrió con el príncipe que entregaron en Jinlintai y el que ha vuelto. Él se arrodilla y espera. Cada día, mientras siente el sol ponerse en el horizonte y la llegada de la noche acaricia su piel con el indomable viento del desierto.

Reconoce los pasos de Song Lan por su prisa, su peso. Después de seguirlo desde la montaña hasta la fortaleza, ha aprendido a distinguir cómo se hunde la arena tras sus pasos y cómo vibra el piso cuando pasa a su lado.

Al principio, lo llamaba.

«Zichen». Una súplica, un perdón, una mirada. Nunca ha obtenido nada. Los pasos que no puede ver siempre pasan de largo y la oscuridad es eterna, como la desesperanza.

«Fue mi culpa», ansía decir y ser escuchado. Acurrucarse en el pecho de Song Lan y amarlo como antes de Xue Yang, del amor, de las tempestades, antes de que el rey de reyes le arrancara la felicidad, antes de Jinlintai. Como antes de postrarse frente a Baoshan-sanren y suplicarle que salvara a su marido. «Fue mi culpa», murmuró entonces, donde sólo ella pudo oírlo, «si alguien ha de pagar con su cuerpo el precio de este dolor, he de ser yo. Por favor, salve a mi marido».

Baoshan-sanren nunca pudo decirle que no. Lo crío con severidad, pero también con cariño. Lo entrenó duramente todos aquellos años, en la montaña, decidida a hacerlo capaz de valerse en el mundo. Lo dejó partir el día de su boda. «A partir de ahora, Xingchen, nos une un cariño lejano, un lazo tenue; nada será lo que era y esta montaña no volverá a ser tu hogar. El mundo es grande y tumultuoso. Espero que sea amable contigo», había dicho al poner el velo color rojo sobre su rostro. Xiao Xingchen nunca había vuelto a verla.

Subió la montaña y llevó a Song Lan de la mano con ternura ante su madre y le entregó sus ojos; tan sólo consiguió la crueldad del general a cambio.

«Importa tan poco tu vida que deseas cargar la traición en tus hombros, Alteza, te lo concederé». Las palabras aun arden en su ser.

¿Es egoísta, Zichen, querer liberarte de este precio?

***

Xiao Xingchen escucha las noticias de guerra a sus alrededores, caminando por la fortaleza. Al principio, espera a Song Lan fuera de la sala de guerra todos los días. Sus pies se cubren de arena, pero él espera, arrodillado en la entrada, esperando que el general vuelva a permitirle ser parte de aquella mesa.

Cuentan las historias que el general del norte pelea junto a su esposa y que sus espadas danzan juntas en el campo de batalla, pero hace muchas lunas que no se encuentran y no se miran y Xingchen continúa esperando. Decide que, si Song Lan no lo desea tampoco en su mesa de guerra, tendrá que decírselo de frente. Puede que ahora sean esposos sólo en el nombre, pero Xiao Xingchen es aún el príncipe de la montaña.

La arena cubre sus pies, se avecina una tormenta.

Un soldado corre hasta él y lo toma de un brazo, intentando ayudarlo a levantarse.

—Alteza, el general ordena que se marche.

—No —responde; las tormentas de arena nunca han intimidado a la montaña—. Tan sólo es mi esposo, no es mi...

—Alteza —interrumpe otra voz.

—Zichen.

Después de tantas lunas, después de tanto tiempo que sus rodillas han pasado en el piso, las manos sobre los muslos, después de tanta espera.

Donde ni el pecado ni el perdón nos alcance [SongXueXiao]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora