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LA RESIDENTE

Marinette

—Entonces, ¿estás afirmando que nunca vas a decirle que fuiste tú quien lo plantó? —Alya estaba sentada frente a mí en nuestra cafetería favorita—. En serio, no creo que sea tan importante, y tal vez se reiría, ¿sabes?

—A mí no me parece divertido. —Tomé un sorbo del café con leche—. Tenemos una muy buena relación laboral en este momento, y, para mi sorpresa, me gusta trabajar en una clínica privada mucho más de lo que pensé nunca. Es genial.

—Bien, me alegro por ti. ¿Es un buen jefe?

—Sí, lo es. Ha sido muy amable y paciente conmigo enseñándome todos los gráficos que tengo que hacer, y no quiero estropear el buen rollo. No puedo permitirme echar eso a perder.

—Ya veo… Entonces, al trabajar con él, ¿te atrae menos?

«¡Joder, no…»!.

—Sí, un poco. —Mentí porque no podía admitir la verdad sobre el doctor Graham. Básicamente era sexo en movimiento, y todos en esa clínica lo sabían. Demonios, incluso lo sabían sus pacientes.

De hecho, estaba casi segura de que el veinte por ciento de sus pacientes estaban perfectamente y de que reservaban aquellas sesiones de terapia a trescientos dólares la hora para poder mirarlo y coquetear con él.

Al principio pensaba que podría manejarlo. Sinceramente, pensaba que aquellos sencillos gestos de traerme un café por la mañana, ofrecerse a traerme el almuerzo o permitirme estar presente en las sesiones finalmente harían que lo viera como algo normal, pero por las noches, cuando me acostaba sola en la cama, mis dedos se colaban por debajo de las bragas y lo único en lo que podía pensar era en él.

Estaba haciendo todo lo posible para evitar estar cerca de él a solas, porque no le costaba nada ponerme caliente, pero con cada mirada que me lanzaba y cada bocado que daba a sus preciados regalices, me recordaba que realmente, si quisiera, podría sentirlo profundamente dentro de mí.

—Guau… —Alya se levantó de la mesa cuando comenzó a sonar el busca—. Es uno de mis internos. Tengo que irme.

—Nos vemos en casa más tarde —le dije—. Pero espera un momento… Dime, ¿hacer la residencia en el Manhattan Medical es como pensaba que sería? ¿Tan genial como imaginábamos?

—En absoluto. —Sonrió, mintiendo como la buena amiga que era—. Es absolutamente horrible, y creo que lo odiarías.

—Gracias.

Me dio un abrazo y salió de la cafetería.

Me tomé mi tiempo para tomarme el resto del café con leche, pues había decidido ir al trabajo una hora antes para hacer un trabajo extra para el doctor Graham.

En el momento en el que entré en «nuestro» despacho, noté que la distribución era diferente.

Había movido mi escritorio a una esquina y había colocado dos estanterías llenas de archivos al lado, y no solo eso, sino que había instalado un biombo plegable que separaba mi lado de la oficina del área donde los pacientes se tumbaban en el diván. Ah, y se había llevado los dos jarrones llenos de regalices que me había regalado el día anterior por ser una gran residente. Los tenía en su escritorio, donde había cuatro más. Él tenía seis y yo cero.

UN MÉDICO SEXY (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora