| 12 |

323 28 0
                                    

LA RESIDENTE

Marinette

Ahora lamento haber dicho que trabajar en un consultorio privado era menos difícil que trabajar en un hospital. Era, con mucho, más difícil, y estaba luchando por primera vez en mi carrera.

Había pensado como una estúpida que las primeras semanas habían sido un ejemplo de lo que estaría haciendo durante el resto de mi residencia: simplemente seguir al doctor Graham o a otro médico durante unos meses y hacer algún examen. Pero en el momento en que los coordinadores del programa me convocaron en una sala de juntas y me presentaron más detalles del programa y cómo estaba a punto de cambiar, me di cuenta de que me estaba volviendo loca.

Los lunes, martes y miércoles los pasaría con el doctor Graham, y la tensión entre nosotros era cada vez más fuerte y más explosiva.

La energía lujuriosa resultaba prácticamente palpable cada vez que estábamos en el mismo sitio. Se estaba haciendo tan obvio que, en medio de nuestra última sesión con una mujer que sufría problemas de ira incontrolable, la paciente se detuvo a mitad de su discurso y nos miró a los dos para gritarnos: «¡Dios ¿Habéis follado ya?».

Los jueves eran los días dedicados a la investigación, cuando pasaba horas en el tercer piso de la clínica realizando estudios en el laboratorio, repartiendo mi tiempo entre el psicólogo y el psiquiatra; y como esto era solo un día a la semana, ambos me daban mucho trabajo de investigación en solitario, así que tenía que venir los fines de semana a terminar. Y nunca terminaba…

Sin embargo, el peor día de todos era el viernes: casi podía considerarlo una broma cruel que me había preparado el universo. Los viernes habían sido bautizados como «el día para lo que seas necesaria», lo que significaba que incluso aunque estuviera a punto de completar una tarea de investigación o de ponerme al día con algunas historias atrasadas, si alguno de los médicos de la junta necesitaba que yo hiciera algo que no querían llevar a cabo, yo era su chica.

Y definitivamente me utilizaban.

Los viernes eran un carrete interminable para reparar suturas menores: sesiones de «solo quiero que alguien me escuche durante veinte minutos», chequeos físicos básicos, exámenes rectales, exámenes de laboratorio, exigencias tales como «recupere de las notas de la enfermera sobre la historia familiar de mi paciente de hace veinte años, por favor»…

Comenzaban en el momento en el que cruzaba la puerta a las siete de la mañana, y tenía suerte si salía del Centro Médico Avanzado Park Avenue a las diez de la noche.

Así que, sin duda, temía los viernes, pero también temía los jueves, porque me llevaban en volandas cruelmente a esos viernes sin que apenas me diera cuenta.

—Hoy tienes un aspecto desastroso. —Alya se dejó caer a mi lado en el sofá la noche del jueves por la noche—. Y dado que eres muy guapa, apenas puedo reconocerte en este momento con esas grandes bolsas debajo de los ojos. —Se me acercó más y me olisqueó—. ¿Y qué es ese olor? ¿Es que no te has duchado en toda la semana?

—Muchas gracias, Alya —dije—. Siempre puedo contar contigo para hacerme sentir mejor.

—De nada.

Me quité el suéter y lo tiré al otro lado de la habitación.

—Un médico me ha interceptado hoy cuando salía y me ha pedido que lo ayudara sosteniendo a un bebé mientras preparaba la sala para una tomografía computarizada. El bebé me miró durante dos segundos y me vomitó encima. Es como si el bebé hubiera querido confirmar el estado de mi vida por mí, ¿sabes?

UN MÉDICO SEXY (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora