¡BIENVENIDOS! - Prólogo

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Toda acción tiene una consecuencia, y estas, a veces, pueden causar daños irreparables

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Toda acción tiene una consecuencia, y estas, a veces, pueden causar daños irreparables.

—Yo no quería que esto pasara. No quería que fuera así.

La música a nuestro alrededor era demasiado alta y tenía que gritar para que Andrea pudiese escucharme. Estábamos en el club De media noche y se supone que a ese lugar se va a bailar, no a hablar de nuestras crisis existenciales, pero yo no podía pensar en otra cosa que no fueran ellos.

—Debiste pensarlo antes de enviar esos mensajes. Ahora debes tomar una decisión, o vas a quedarte sin el chivo y sin el mecate —me dijo Andrea, con ese acento venezolano que tanta gracia me hacía desde que la conocí.

Andrea era mi mejor amiga. Emigró a Madrid cuando tenía veintitrés años. Llegó aquí como todos los venezolanos que han tenido que salir de su país: con el corazón roto y la incertidumbre de no saber si iba a poder lograrlo.

Cuando la conocí, pude ver el miedo que había en sus ojos, pero también las ganas incesantes de comerse el mundo. Tener un futuro, para ella, era lo único que importaba. Tenía que hacer que el alejarse de sus padres, amigos y de toda su vida en Venezuela, valiera la pena.

Al principio le costó mucho. No conocía a nadie y estaba completamente sola en un lugar que no conocía, en el que se sentía ajena.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! La grandísima puta que lo parió. —La escuché gritar, para luego reventar en llanto, uno lleno de mucha frustración.

—Oye, ¿estas bien? —Menuda pregunta le hice.

—Lo he olvidado —sollozó, para luego poner las dos manos en su cabeza con desesperación—. Su reputisíma madre  —gruñó.

—Vale, tienes que calmarte un poco, ¿sí? —Intenté acercarme tratando de no invadir su espacio, al final, era una desconocida que se había cruzado con ella en la estación de metro—. ¿Qué es lo que has olvidado?

—Mi cartera. He olvidado la cartera en el puto metro. Con mi celular, el dinero y todo lo que traía. ¡Mierda! ¿Por qué tengo que ser tan estúpida?

—Vale, lo siento mucho —expresé con sinceridad—. Dime cómo puedo ayudarte. ¿Necesitas llamar a alguien para que te ayude?

Su mirada cambió de semblante. Ya no se veía frustrada, sino triste.

—No, no te preocupes. Estaré bien, gracias —expresó con voz quebrada.

Colocó sus manos en sus caderas y respiró hondo, intentando calmarse, pero no tuvo éxito, porque cuando iba a botar el aire retenido, lo que soltó fue el llanto.

No podía entender por qué estaba tan afectada. Es decir, sé que perder nuestras pertenencias puede ser una putada, pero no era para tanto. Aún así, sentí la necesidad de ayudarla.

—Venga, todo va a estar bien. Seguro alguien encontró tu bolso y te llamará para regresártelo y podrás recuperar tu celular.

Tenía claro que pensar que eso sucedería era una fantasía, pero esa es mi forma de mantener viva la fe en la humanidad: pensando que todos actuarían como yo lo haría si encontrara un bolso extraviado.

Cartas a mis exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora