Capítulo 3

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Pues... Let's go.




La cabina que le habían asignado no era muy grande, se encontraba al final del estrecho pasillo de los alojamientos y limitaba con la habitación de Río y Tokio que, por desgracia, no eran muy silenciosos durante las horas de la noche. Pero había una ventana por la que pasaba el aire y entraba mucha luz y eso le gustaba. El colchón era tan delgado como una palma de su mano, y las únicas cosas para lavarse eran un fregadero y un trapo con el que poder frotarse. Colgaba la ropa de un viejo gancho en la pared y la almohada olía a humo y sudor, de hecho, debido al olor, a menudo prefería enrollar la chaqueta y ponerla debajo de su cabeza.

No era una suite de un hotel de cinco estrellas, pero las cosas no eran tan terribles como se las imaginaba al principio. La cocina, por ejemplo, estaba bien. En la cocina estaban Moscú, Denver y otro chico de unos veintisiete años llamado Pamplona. Este último, era un tipo raro, o más bien, cada vez que pasaba a su lado, siempre intentaba hacerle un cumplido. No eran frases lascivas, eran cumplidos reales tartamudeando de manera insegura. La otra mañana, por ejemplo, le había dicho que su pelo le recordaba a los campos cercanos a su casa.
Raquel lo interpretó como algo tierno.

Sin embargo, aparte de Pamplona, que rara vez se veía porque siempre estaba encerrado en la cocina y Río, que era el único que hablaba con ella, el resto de la tripulación actuaba como si ella no existiera. Estaba bien así, cuanto menos se destacaba, mejor para todos.

Esa tarde se sentó en una vieja caja de fruta vacía y al revés, cosiendo ropa, medias, pantalones, camisas, ropa interior, etc. Estaba en completa soledad cuando alguien le arrojó una chaqueta oscura y pesada a sus pies, ella inmediatamente levantó la cabeza y encontró los ojos azules de Martín.

«Trátalo bien, cariño. Es mi favorito.» le guiñó el ojo y luego se fue riéndose hacia el timonel.

La inspectora lo siguió con una mirada severa. Si pudiera, le clavaría la aguja en el culo. Era insoportable la arrogancia con la que se dirigía aquel hombre. Parecía que disfrutaba poniéndola nerviosa o cargándola siempre de trabajo. Aunque el peor de todos para Raquel era el vicecapitán Andrés, él era muy extraño. No podía decir si era un perturbado mental, un megalómano, un hombre al que le gustaba presumir o un psicópata.

Se le acercó Río que llevaba un par de manzanas. La llamó con un silbido
«¡Eh! Raquel.»
Cuando la otra levantó la mirada, le arrojó el fruto rojo que ella tomó. Lo vio caminar hacia ella, se sentó a su lado y le dio un mordisco a la manzana jugosa. La mujer lo miró, perpleja. Rio era muy amable con ella, era el único que le hablaba con normalidad, era el único que le preguntaba si necesitaba ayuda, si quería beber o si tenía hambre. El joven era amigable, aunque Raquel no podía explicarse por qué. Los ojos marrones del muchacho se posaron sobre la mujer a su lado que, en vez de comer el fruto, lo volteaba entre las manos con una mirada preocupada.
«¿No comes?» le preguntó señalando la manzana.

Ella sacudió ligeramente la cabeza y luego se dirigió al niño a su izquierda

«¿Por qué eres amable conmigo?»

«¿Qué quieres decir con eso?»
«¿Por qué me preguntas si estoy bien? ¿Por qué me ayudas? ¿Por qué me traes siempre comida o agua?» Raquel le mostró la manzana que sostenía en su mano derecha y luego suspiró frustrada. Miró a su alrededor y vio que todos los demás seguían con sus asuntos, como si ella no estuviera allí. «tú eres el único que se acerca a mí.»

El otro le sonrió y se limpió la boca con el dorso de la mano antes de hablar, luego se apoyó con los codos en una serie de cuerdas apiladas a sus espaldas. Miró a sus compañeros como hizo Raquel hace unos segundos

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2023 ⏰

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𝑬𝒏 𝒕𝒐𝒅𝒂𝒔 𝒍𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒅𝒂𝒔 - 𝚂𝚎𝚛𝚚𝚞𝚎𝚕 𝙰𝚄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora