Como supuse ayer, Can me espera a la salida del barrio. Reconozco su coche junto a la parada del autobús, aunque no es difícil. No se suelen ver todoterrenos así cerca de mi casa.
Can me aguarda mientras juega con sus piedras talismán. Me saludo con su sonrisa de siempre y, antes de que me dé cuenta, me abraza y me levanta en el aire.
-Buenos días, preciosa Sanem. ¿Cómo has dormido hoy?
-Como un lirón -miento. Parezco feliz. Desgraciadamente, cada vez se me da mejor engañarle.
-Me alegro mucho. Hoy cuento contigo. Hay una sorpresa para ti en el trabajo.
-¿Sorpresa? -pregunto alzando la voz como si fuera un perrillo al que le hubieran pisado la cola -.Can, ¿qué estás tramando?
-¿Yo? Nada. Es un encargo que nos han hecho. Ya sabes que tenemos muchos gastos para producir la película en la estamos ahora y, para sufragar gastos, hemos conseguido que una importante marca de coches nos contrate para un anuncio de su campaña de verano.
-¿Y qué tiene que ver eso conmigo? Estoy muy asustada. Espero que no se le haya ocurrido ninguna locura.
-Ya os lo contaré a todos en la oficina. No quiero arruinar la sorpresa.
-can, no puedes darme ningún trato de favor. Es más, nadie de la oficina debe saber que estamos saliendo.
-Te preocupas demasiado, Sanem. Te entiendo. Cuando empecé mi carrera, temía que los demás asociaran mis éxitos a la fama de mi padre y no a mi talento. Por eso, te prometo que siempre seré justo contigo. A cambio, debes esforzarte por ignorar las habladurías. A la gente le encanta hablar. Adoran escucharse.
No ha conseguido tranaquilizarme del todo, pero al menos creo que no ha perdido la cabeza. Sin embargo, prefiero no arriesgarme. A Can pueden darle igual los chismorreos. El forma parte de un importante clan de Turquía. Mi patrimonio se reduce a la carnicería de mis padres y hace meses estuvo a punto de caer en bancarrota.
-Can, déjame aquí -digo cuando se divisa a lo lejos el edificio donde se encuentran las oficinas de nuestra empresa -.Yo entro primero y después vas tú.
-Eres increíble, Sanem -se burla de mí el hombre que nada en billetes y no debe preocuparse de nada -.De acuerdo, entraré unos cinco minutos después de ti. ¿Te parece suficiente tiempo o voy a tomarme un té por ahí?
-Graciosillo -murmuro entre dientes.
Me bajo de su coche como una exhalación y corro hacia la oficina. Ojalá nadie me haya visto bajar de su coche. Eso despertaría demasiadas preguntas.
Cada vez estoy más cerca de las agradables puertas de la empresa. En cinco segundos, todo habrá acabado.
-¡Buenos días, Sanem! -me saluda Ceycey. Doy un brinco. Estoy a punto de soltar el corazón por la boca -. ¿Por qué entras corriendo en la oficina?
Mi amigo no posee una figurita intimidante. Es pequeñito como un caniche. Si se le dice que puede perder su trabajo, se asusta como uno de ellos y se echa a temblar. Pero ahora la sonrisa que asoma bajo su bigote se me antoja terrorífica. Es como si hubiera mutado en un cocodrilo.
-¿Yo? Por nada en especial. Leí en una revista que es bueno hacer footing por la mañana.
-Qué rara eres, hija mía. Todo el mundo sabe que para hacer footing lo mejor es ir con chándal y aprovechar al amanecer. Nadie hace footing para ir al trabajo. ¡Es absurdo!
Recupero el aliento al comprobar que Ceycey no me ha visto bajarme del coche de Can. De haber sido así, ahora mismo estaría hiperventilando más que yo. Le sigo la corriente y entramos en la oficina. Deren, la encargada de personal, ya está dando órdenes a diestro y siniestro. Con un poco de suerte, puedo esconderme en mi escritorio antes de que me caigan encima órdenes de repartir cafés a todos los empleados. De descubrirse que estoy saliendo con Can, Deren sería la persona que me daría más miedo. Es obvio que también está colada por Can. ¿Quién no lo estaría?
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El Fénix Y El Albatros (Segunda Parte)
RomansaLa segunda parte de la romántica historia de Can y Sanem.