Capítulo 4

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Un estruendo resonó a mi alrededor. Fueron varios golpes seguidos que me pusieron en alerta y abrieron mis ojos a la par de unas palabras graves que sintonicé como las de aquel hombre.

— Conoce tu nuevo hogar, zorra — Fueron las palabras que procedieron al estallido de la puerta.

Me mantuve callada, pero con curiosidad asomé un poco mi cabeza por sobre las cajas de alcohol que me ayudaban a seguir siendo un polizón. Lo que vi fue impactante, no estaba segura de sí se trataba de la misma chica de la alacena, pues ese día no logré ver con claridad su rostro y aun así, podía decir con seguridad que la joven que mis ojos notaban, era con obviedad una víctima de aquel hombre.

Seré hipócrita al decir que su seguridad pesó sobre la mía y una mentirosa, al afirmar haberla ayudado, estaba tan aterrada por el estado de su cuerpo y alma, que temía acabar como ella.

No quería involucrarme, eso acabaría con la vida que tanto intentaba preservar, tampoco me motivaba ver a una chica humillada en sus propias heridas, con un estado emocional tan deplorable que le impedía moverse o al menos cambiar su expresión de seriedad y pérdida, que con tan solo una mirada, podía afirmar sin dudarlo siquiera, que había pasado por cosas horribles hasta acabar de ese modo inocultablemente deteriorado.

Me senté de nuevo convenciéndome de que no podía hacer nada. Intentar ayudarla causaría que la siguiente en ser arrojada por las escaleras con una manta café en suciedad, fuese yo — ¡No puedo luchar contra alguien armado! — Me repetía para silenciar mis quejas morales y dormirme anhelante de un nuevo día en el que mi sueño de ver tierra se hiciese realidad.

Al día siguiente desperté sin esperanzas, pues sabía con certeza que el barco aún estaba a flote de un mar que golpeaba sus ruidosas aguas en las paredes que rodeaban mi guarida... Empecé a sentirme cansada de aquella situación, me atemorizaba el destino que enfrentaría si continuaba inmóvil ignorando lo que obviamente sucedía, fue allí cuando recordé a la chica que al levantarme para observar, confirmé su presencia en el mismo lugar o con detalle, en la misma posición.

— ¿Está muerta? — Susurré asustada, pues sus heridas de gravedad y la sangre en su ropa, me indicaban lo posible que era esa suposición.

Saliendo de mi escondite me acerqué con sigilo, tomando así, la punta de la manta que cubría parte de su rostro.

— Oye — Intenté despertarla con mi voz al no sentirme capaz de tocarla — Niña, ¿Estás bien? — Me estrellé con la tontería de mis palabras — Sé que no estás bien, pero, ¿Estás viva? — Comencé a balbucear sin saber qué más decir. Nunca había sido buena para demostrar empatía, así que consolar o ayudar a otras personas, se convertía en una tarea difícil para mí.

Al no recibir respuesta verbal o física, me acoplaba a la idea de que había un cadáver frente a mí. Mi cuerpo reaccionó con ansiedad, comencé a caminar de un lado a otro mientras pensaba en qué hacer. Aun cuando sabía que no había nada que pudiera cambiar lo sucedido, una flecha cargada de culpa atravesó mi pecho, pues consideraba seriamente que mi ayuda la habría mantenido con vida un poco más.

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