Capítulo 8

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Me había rendido con esa chica y aunque podría resultar una pérdida en mis cálculos, comprendí que su actual estado no sería de mucha ayuda, aun si desease unirse a mí, por ello, dejé de depositar tanta importancia en su participación, hasta este momento, claro está. El hecho de que decidiera arriesgarse para hacer parte del ataque que planeaba, me había causado una gran sorpresa y aunque aclarada está mi desconfianza por su descendiente fuerza, aún consideraba real el dicho de que dos personas siempre serán mejor que una.

Lo primero que hice fue estallar la botella de vino que habíamos acabado de beber, la impacté contra las escaleras dejando muchos vidrios regados. Mientras yo me ocupaba de esto, la chica se tiraba al suelo sobre un charco de vino rojo que había ubicado un poco al fondo del cuarto y al acostarse se mantenía jadeante e inmóvil en la oscuridad, al momento en que yo apagaba la luz de mi móvil en consideración a los focos arruinados del lugar.

Quizá mi plan era arriesgado, pero mi total decisión de actuar, no me ofreció más tiempo para pensar... Creía que usar a la chica de carnada, atraería al hombre para que bajase y a tan solo unos pocos metros frente a mí, obtendría la ventaja de golpearlo y a él la desventura de ser atacado sin aviso o más bien, por la espalda. Tal vez era un plan cobarde, pero era nuestra única esperanza de sobrevivir.

El estallido de la botella no lo atrajo como pensaba, así que en un lecho de improvisación, la chica se dispuso a gritar por ayuda, lo hizo tantas veces y con un tono de voz tan alto, que me parecía imposible que el hombre no la hubiese escuchado y por el mismo pensamiento, me escondí atrás de las escaleras anticipando la venida de aquel vergonzoso trabajador de la ley.

Pensaba que si su preocupación inexistente hacia la chica no le indicaba una petición para bajar, entonces la curiosidad por averiguar qué le sucedía, sí lo obligaría. De esa forma acabaría siendo atraído hasta su planeada muerte. Y así sucedió, el hombre bajó las escaleras luego de ser atraído por los pedidos de auxilio que escuchaba de su prisionera y los charcos líquidos que, por la poca luz, no podía distinguir... Era justo lo que buscaba, por supuesto, el olor del vino era fuerte, pero había muchas botellas allí que confundían su nariz y su pensamiento, por ello estaba confiada en que el hombre se dejaría manipular por el ambiente que veía y escuchaba.

Caminando hacia la chica, el hombre había dado su último paso para bajar las escaleras, por ello aproveché el momento en el que no se percató de mi presencia y corrí hacia él para impactar una botella sin abrir, en su cabeza. Me aseguré de golpearlo con la mayor fuerza que pudiera y por lo mismo, la botella estalló contra su cráneo y el hombre calló con una herida que yo desease y fuera de profundidad.

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