Jamás en mi vida había hecho tan tengo egoísta como aquello. Joder, prácticamente la había retenido en contra de su voluntad, pero no me importaba una mierda. Como le había dicho: no estaba dispuesto a imaginarme mi vida sin Sarah en ella. No iba a entregarme a esa idea, costara lo que costara. Sus gritos seguían retumbando en mis oídos, sin importar que Santiago y yo ya estábamos ya cruzando el umbral de la puerta principal. Mientras subía los escalones sentía que estaba caminando ciego hacia un destino que ni de coña podía imaginarme.
Abrí la puerta del conductor del Jeep y subí tratando de ignorar todo lo que sentía. No recordaba lo jodido que era fingir que todo lo tenía bajo control. Aunque Sar pensara que las palabras que le había dicho todos los días desde hace un mes intentando ser tranquilizador eran pura mierda, la realidad es que de verdad las había creído. Con ella jamás había fingido nada... Había creído que podíamos, que éramos invencibles...
— ¿Ese es tu plan? —me preguntó Santiago a través del vidrio de la ventana del copiloto. Mierda, ¿Porqué no podía simplemente meter el culo al coche?
—Súbete —le ordené mientras encendía el auto.
—Mason, ¿tu plan es encerrar a Sarah e irte a... —lo interrumpí. ¿No se daban cuenta que con cada puta palabra que se detenta a decir las oportunidades para salvar a Sar disminuían de manera drástica ?
—¡Carajo! Súbete, por favor —no sabía de qué otra manera decírselo. Yo no era como Sarah, no sabía nada de planes, de probabilidades, ni mucho menos de estas mierdas porque de Diederick Kristiansen solo sabía que lo quería diez metros bajo tierra–. Santiago, no me jodas y súbete. No, no tengo ningún puto plan, ¿vale? Y si supiera que Sarah estaría más segura conmigo que aquí, no me atrevería a dejarla. Pero las cosas no son así, y no pienso ni por un maldito segundo poner su vida en riesgo.
Estaba seguro de que la voz se me iba a romper si seguía hablando. Joder, me sentía tan estúpidamente débil. No podía soltar una puta lagrima cuando ella estaba en peligro. Seguramente que ya se había acabado la dosis de lágrimas de ambos y no iba a dejar que esas gotas de agua salada y la preocupación de mi chica perfecta se fueran en vano.
Santiago debió ver mi desesperación porque asintió despacio, mirando hacia sus pies y un segundo más tarde ya estaba dentro del Wrangler.
Pisé el acelerador a fondo; no pensaba perder ni una milésima de segundo más. El plan ya lo iría creando en el camino, me dije. Pero el primer problema fue descubrir que no tenía ni puta idea de hacia donde me dirigia.
El imbecil que tenía al lado pareció leerme la mente.
—Tu casa —me dijo solamente. Apreté el volante como si aquello me fuera a ayudar a remover la furia que se acrecentaba a cada segundo en mi interior—. El intercambio iba a ser en casa de Alexander.
Miré el reloj digital en la pantalla, convenciendome a mi mismo que no podía matar a mi única fuente de información, por mucho que quisiera. Sabía que traer a Tiago no iba a ser nada facil. Menos aún sabiendo que él había estado al tanto de toda esa mierda durante meses, tal vez años y simplemente no le había funcionado ni una puta neurona para decirlo.
Eran las cinco veinte pm. La tarde pasaba lento, como si no quisiera acabar, como si nos estuviera dando la oportunidad de salvarnos. Y había estado pasado ya tanto tiempo con Sar que casi escuché su voz en mi oído.
"-Vamos a lograrlo, Mason".
Pisé el acelerador, aunque este ya no podía imponer más presión sobre el motor. Estaba a punto de pasar los doscientos treinta kilómetros por hora. Bajé la velocidad y me armé de voluntad para seguir mi interrogatorio. No me importaba lo mucho que el corazón me estuviera retumbando en el pecho, no importaba lo caliente de furia que mi sangre se sintiera a través de mis venas. Había cosas que no se podían evitar, y todo lo que sabía Santiago Ballester estaba incluido en ese grupo exclusivo.
—Puedes preguntarme lo que quieras, Mason —me dijo cuando yo ya había abierto la boca cuatro veces con la intención de hablar pero sin conseguir que las palabras salieran.
Sus palabras, aún sabiendo que eran dichas con buena voluntad, solo me hicieron volver pisar el acelerador a fondo. Maldito fuera Santiago Ballester. Mierda, maldito fuera el mundo por querer llevarse a la chica que yo amaba.
—No, Ballester —dije mientras sentía la mandíbula má apretada que nunca. Joder, ni siquiera intentándolo lograba controlarme—. Yo no te voy preguntar una mierda. Tú vas a decirme todo. Sin saltarte un puto detalle.
Lo miré por el rabillo del ojo y aunque creía que mi enojo iba a aumentar, no lo hizo. Lo miré porque él había perdido a quien amaba. A su Sarah. Sin poder hacer nada. Sin que alguien pudiese advertirselo. Y estaba seguro que no me había dicho lo que sabía por mi; lo había hecho por Eva y por Sarah. Porque algo en mi interior me decía que él creía, Eva le hubiera dicho que hiciera todo en su poder por Sar, para salvarla.
—Hay un sótano en tu casa, Mason —me dijo con la mirada clavada en las palmeras que bordeaban la playa y bailaban igual que el primer día que yo había llegado a Los Ángeles—. No creo que sepas de él, pero ahí es donde Alexander hace las entregas. La "fiesta de cumpleaños" —no pasé por alto de que hizo comillas con los dedos— es la fachada perfecta. Sarah no iba a perderselo ni aunque quisieras impedirselo, es tu puto cumpleaños. La transacción iba a ser tan limpia que casi parecía perfecta.
—Mi novia no es ninguna puta transacción —rugí. Giré el volante con más fuerza de la necesaria para subir a la desviación que nos llevaría a la mansión de Alexander. A ese maldito lugar que me había atrevido a llamar hogar. Al que había llevado a Sar para "protegerla" cuando en realidad todo lo que yo había hecho era ponerla en peligro. Ponerla en una puta bandeja de plata a quien ella más temía.
—Lo sé. Mierda, lo sé, lo siento –se pasó la mano por la cara, como si quisiera quitarse el asco de las palabras que acababa de pronunciar—. Alexander iba a "mostrate tu regalo de cumpleaños", haciendolos bajar y ahí estaría Dee.
Me tomé unos segundos para que toda la información pudiese encontrar un lugar en el que hacerse hueco en mi mente. Ni con toda mi imaginación creo que alguna vez pudiese haber previsto algo así.
—¿Y si cambian los planes? —pregunté cuando me di cuenta que por el micrófono que había en mi reloj, seguro ya sabían que yo estaba al tanto–. Saben que yo sé.
—No lo haran —me aseguró.
No tenía ni puta idea de cómo Santiago parecía tan seguro mientras yo ni siquiera hubiese podido decir si estaba despierto o teniendo una pesadilla de mierda.
Esperó unos segundos para luego explicar. Suspiró.
— Solo les estamos facilitando el trabajo, Mason —despegué los ojos de la pista para mirarlo interrogante y seguramente con ganas de matarlo—. Al fin y al cabo, vamos directos hacia la puta boca del lobo, ¿no?
Y me di cuenta que era cierto. Pero no me detuve. Y, joder... Ojalá lo hubiera hecho.
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Todo lo que fuimos
RomanceHay cosas que nunca se acaban. Heridas que nunca cierran. Fantasmas que nunca terminan por irse. Sarah nunca pensó que todo terminaría después de enamorarse de Mason, pero tampoco esperaba que ambos estuvieran dispuestos a dar su vida por el otro...