Sarah
Después de media hora de haber estado encerrada, decidí que el nudo en mi estómago era indesatable. Sentía como si tuviese un vacío que estaba creciendo segudo a segundo, haciéndose lugar entre mis tripas, mis intestinos, sofocando a mis pulmones hasta llegar al punto de que respirar me parecía un tarea casi imposible. Pero en mi interior sabía que rendirse no era una posibilidad. Si mi vida hubiese sido la única sobre la línea, no me hubiera temblado el pulso para tomar las decisiones. De una forma u otra sabía que las consecuencias de mis actos siempre me habían respirado en la nuca. Y no era la primera vez que estaban a punto de tragarme viva. Por muy mal que me sentara, tampoco era la primera vez que se tragaban a alguien más por mi culpa.
Pero no iba a dejar que mis consecuencias cayeran sobre Mason. De ninguna manera.
Dios, era un idiota. El más grande que me había podido encontrar. Un hombre que creía que podía salvarme de la bola de nieve que traía detrás de mi, formandose, desde hace un año. Y que, estaba segura, no temía que la bola se lo comiera mientras me salvara a mí.
Ese era el problema.
Moví mi pierna frenéticamente sobre la cama. Ya me había parado del lugar donde me derrumbe junto a la puerta desde hacía más de media hora. Lo había hecho creíble, había desgarrado mi garganta a favor del llanto y los sollozos que había soltado podían haberme hecho una digna actriz de Hollywood.
O tal vez no. Tal vez había matado dos pájaros de un tiro porque, tal vez, había decidido sacar todo el miedo que tenía mientras lloraba que mi novio se había ido a meter directo al juego de mierda de Dee. Tal vez me había dado la oportunidad de llorar todo lo que temía para después sacar el coraje para hacer lo que debía.
Me puse la mano sobre la boca mientras esperaba que el reloj pejado junto a la puerta marcara las cinco cuarenta y siete. En ese momento, se cumplirían treinta minutos desde que Mason había salido por esa maldita puerta.
Treinta minutos cuando la sangre que bombea tus venas está teñida de ira pueden alcanzarte para mucho. Era el tiempo perfecto para llegar desde la mansión de Malibú hasta su casa. No tenía ni puta idea de lo que él planeaba... Pero él tampoco tenía idea de lo que planeaba yo.
La aguja del reloj decretó que eran las cinco cuarenta y cinco y decidí que sería un buen momento para empezar a soltar mi miedo. No porque lo creyera irreal, pero porque lo sabía estorboso si planeaba que aquello me fuera a salir bien. Y tenía que salirme bien.
Caminé hacia el baño en mi habitación y me detuve frente al espejo. Incluso en mi reflejo se notaba el temblor que me recorría la piel como si no estuviese hecha de carne y hueso, si no de papel y me estuviese enfrentando al viento. Mis ojos estaban inyectados de sangre, mis labios estaban hinchados y mis mejillas marcadas por las lágrimas que las habían surcado.
Inhalé hondo antes de mirarme fijamente.
—Vas a lograrlo, Sarah —me dije a mi misma, siguiendo con atención los movimientos de mis labios a través del espejo—. Por Mason. Y por ti. Por nosotros.
Me sentía ridícula. Sí, era como si estuviera tratando de hacer una escena de una mala película, pero no me importaba. Creanme o no, aquello te da más fuerza de lo que parece.
Mojé una almohadilla de algodón con un poco de agua y me lo pasé por el rostro, intentando llevarme con él los rastros de sufrimiento del rostro. Si iba a tener que hacer esa llamada, la haría sintiéndome segura de que podía hacerlo.
Recibí el mensaje que estaba esperando y sin dudarlo un segundo más, obedecí a lo que me decía.
Esperé mientras el tono de la línea tratando de conectar sonaba contra mi oreja.
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Todo lo que fuimos
RomanceHay cosas que nunca se acaban. Heridas que nunca cierran. Fantasmas que nunca terminan por irse. Sarah nunca pensó que todo terminaría después de enamorarse de Mason, pero tampoco esperaba que ambos estuvieran dispuestos a dar su vida por el otro...