Experimentos 5 y 6

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William y Susan

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La encargada de Susan la guió por un corto pasillo femenino hasta una habitación, que a su parecer, era gris y aburrida. Las indicaciones que recibe no son muchas. No son más que las que recibe a diario.

<Compórtate como una mujer debe comportarse> <Haz lo que te pidan> <Sé educada> <Debes estar siempre limpia> <Cordial, modesta, con la frente en alto, pero nunca rebelde>

Susan se ha limitado a cumplirlas siempre. No quiere problemas. Además, ella es una dama. Y las damas son así .

Afuera llovía con fuerza.

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El encargado de William lo conduce por un pasillo aburrido hasta una habitación de grandes extensiones. Ninguno de los dos dice nada, y su encargado desea en su fuero interno que él muera. ¿Por qué? Porque William podría desequilibrar el sistema que tanto se han esforzado en crear con sus malditas ideas futuristas y altruistas.

No recibe ni una orden, ni sabe porqué está allí. Pero es empujado hacia el interior y ya no hay tiempo para pensar.

Afuera llovía con fuerza.

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Cuando los dos experimentos se vieron cara a cara, todo se paralizó.

Sue...—pensaba él.

William... —pensaba ella.

Ya se conocían. Ya se hablaron. Ya se besaron. Ya se amaron. Y se aman.

Comparten una trágica historia de amor prohibido, tal como en las películas.

Diferentes, raros y adolescentes, se atraen, se gustan.

Pero no es posible enamorarse. Ellos no pueden.

Desde su nacimiento sabían que, tarde o temprano, los dos iban a venir aquí. Lo que significaba que uno de ellos moriría, o los dos, o ninguno pero quedaría con grandes secuelas.

Porque no son como los pintan. Sólo se comportan como los demás exigen ya que saben las consecuencias de no hacerlo.

Sue no es una dama, nunca lo fue y nunca lo será. Es bisexual, dice groserías, le gusta ensuciarse y correr. Pero lo que más le gusta es amar a William.

William no es un empresario, nunca lo fue y nunca lo será. Ama los colores, pintar, le gusta cantar y gritar. Pero lo que más le gusta es amar a Sue.

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—¿Por qué nos pasa esto? Ya teníamos en claro nuestro destino, pero siempre asumimos que por lo menos no tendríamos que estar juntos en esto. Soporté años y años nuestra relación, no poder decirle a todo el mundo que me encantas, y ver como te besabas con otras chicas que no eran yo porque te obligaban. No puedo soportar verte morir, y menos si yo tuviera que matarte, Dios.

—No lo sé, Sue. A veces debemos aceptar las cosas como son porque es así, ya no podemos cambiarlas. Y cuestionarnos qué pasaría si... sólo nos perjudica. Quizás deberíamos entender lo que nos sigue y disfrutar del poco tiempo que nos queda.

—Realmente no quiero seguir, no quiero... —dice Susan entre lágrimas.

—Yo tampoco, linda, yo tampoco.

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El sonido de la lluvia repiqueteando contra la ventana se acopla a la voz de Sue cantándole una dulce canción a William, con la cabeza apoyada en su regazo. No necesitan más que eso para ser felices por un tiempo. Están cansados de vivir, pero siguen por una sola razón; se tienen el uno al otro. Y es suficiente.

Pero saben lo que se avecina. ¿Quién morirá? Ninguno quiere hacerlo. Sin embargo, ya no pueden evitar el tema.

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—¿Recuerdas cuando nos conocimos, Sue?

—Pues claro. Fue el día más feliz de toda mi estúpida existencia.

—Teníamos 12 años. Te encontré en un descampado, despeinada, sola y sucia. Con una expresión de total alegría. Cuando me viste, te asustaste. Fuiste a esconderte atrás de un árbol y hasta que no repetí como un millón de veces que sólo quería hablar no dejaste de tirarme piedras, palos o lo que encontraras. Me gustaste desde el primer momento en el que escuché el timbre de tu voz pronunciando tu nombre. ¿Cursi? Supongo que sí, pero las cosas sucedieron de esa manera. Nos presentamos y te pregunté porqué estabas allí y de una manera vaga respondiste que te gustaba ser libre. En ese momento no lo entendí. Vi tu marca de la muñeca (esa que nos hacen a todos); número cinco. Eras un número cinco. Te educaban para ser el ideal de mujer del futuro. Por supuesto, la vida de las cinco es totalmente lujosa y feliz. O eso es lo que me hicieron creer.

Estuvimos hablando y corriendo, compartiendo gustos y de vez en cuando alguna canción hasta que se emitió una señal en el cielo. Un ocho y una cinco no estaban en sus secciones. Tuvimos que volver con nuestros encargados lo más sigilosamente posible, no sin antes fijar fecha y hora para volver a encontrarnos.

Adiós, Sue. —había dicho yo.

No es un adiós, William, es un hasta luego. —contestaste riendo y te fuiste corriendo bajo un cielo que prometía mejorar, que daría un poco de vida a nuestros días.

Y así fue, Sue, así fue.

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Se acerca la noche, y ellos lo saben. Las cosas no acabarán bien si a las 00:00 los guardias no se encuentran con un cadáver.

Aún así, deciden seguir evitando hablar del tema y prefieren pasar el tiempo besándose y contándose pequeños poemas.

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—William Monroe, no quiero perderte. —dice Sue

—¿Crees que yo si?

-Te parecerá psicópata lo que te voy a decir, pero es la única salida que veo a todo esto. Suicidarnos. No puedo vivir sin ti, no puedes vivir sin mi. ¿Cuál sería el sentido de nuestra existencia entonces?

El silencio reinó en la habitación. William sólo miró a Sue y se entendieron.

Se suicidarían. Era a todo o nada.

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Sin mediar palabra, buscaron el veneno. Lo introdujeron en alguna bebida que les gustara y a las 23:30 se sentaron en el sofá con los vasos en las manos.

—Te amo locamente, William, y eso no lo cambiará ni esta muerte injusta.

—Gracias, Susan, por haber sido todo lo que valió la pena en mi mundo. Te amo. 

Y tomados de las manos, bebieron el líquido.

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Media hora más tarde, los guardias los encontraron muertos, pero juntos. A los dos.

Había un problema. Así no era como funcionaban las cosas. Sólo uno tenía que morir. Habían cambiado el sistema, y eso es malo, muy malo.

El Gobernador se presentó en la escena de los hechos tiempo después, y cuando se enteró de lo sucedido, mandó a matar a los guardias. Como si ellos tuvieran la culpa. Aunque quizás la sociedad entera tiene la culpa.

Sólo es un traspié para este señor. Una vida más, una vida menos. Da igual. El experimento seguía en marcha. Y no pararía jamás.

Lo que no sabían es que dos jóvenes enamorados que se suicidaron, pueden conmover. En silencio, con discreción, cautelosamente. Pero lo hacen.

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Los experimentos 2, 4, 5 y 6 están muertos. Quedan 26 experimentos.


30 experimentos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora