Prólogo

198 6 1
                                    

Nunca conocí a mis padres. Susan y Richard Sanders ocuparon el vacío al que injustamente la vida me sentenció.

Cada día era un nuevo calvario en el orfanato. Me identificaba con una pequeña e indefensa liebre. Siempre escapando de mi depredador. Esperando resignada ser cazada.

Sonrío al recordar el día en que todo mejoró momentáneamente. Una luz entre la oscuridad.

Lloraba, agregando un abuso más a mi lista. La impotencia recorría mi cuerpo. No iba a acatar sus órdenes. No iba a ser más castigada por aquellos bravucones.

Y entonces la imagen de mi madre viene a mi mente. Su sonrisa tranquilizadora, su tierna mirada. Llevándome a sus brazos todo paró. Mi llanto cesaba, no tenía más miedo.

Y como olvidar a mi padre.
Río de recordar su preocupación. No sabía qué hacer para verme sonreír. Ahora yo que no haría para volverlos a ver.

Y entre trámites y firmas llegue a mi hogar. No encontré a mi hermano, era poco más de media noche. Mi madre me dejo en mi cuarto. Asombrada miraba cada rincón de mi nuevo espacio. No podía encontrarle un mínimo defecto, estaba rodeada de lujos. Pero eso no importó, sólo importaba tener por fin una familia.

Esa noche, por primera vez no dormí entre rastros de humedad en las paredes y el moho de un viejo colchón.

Para ser una niña de 5 años, no podría pedir más.

A la mañana siguiente, Kyle se puso feliz. Tan solo verme me abrazó. Y yo no pude contener las ganas de abrazarlo. Siempre me pregunté qué sería tener un hermano mayor. Después de  media hora estábamos desayunando  unos huevos con tocino.

Extraño eso.

No  sé mucho más de mi niñez, el accidente de hace un año cobró facturas en forma de recuerdos, dejándome con lagunas mentales. Vacíos que deben ser rellenados.

Un recuerdo tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora