08. El sombrío chico era retorcidamente fascinante.

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***
Cierto que le vi el pelo como la rama de un árbol. 
Me fijé en tú mano de oro. Siéntelo suave y tan puro como la nieve.
Mi corazón se pone de pie.♪

(True that I saw her hair like the branch of a tree.
I was fixed on your hand of gold. Feel it soft and as pure as snow.
My heart moves to its feet)

♪ Would That I ♪
HOZIER

***
CAPÍTULO 8


Suelto un suspiro tembloroso, apenas respirando. Esa voz… esa fría, cordial y siseante voz. 

Estoy muerto, Jhada. No puede verme…

No puedo controlar el intenso temblor que recorre mi cuerpo, ni mis pies anclados a la madera, ni las lágrimas que empiezan a inundar mis ojos.

No llores, Jhada. 
Por lo que más quieras, no llores...

—No quisiera creer que tus padres no te lo enseñaron, pero me veo obligado a recordarte que darle la espalda a una persona mientras está te está
hablando es de muy mala educación, querida Jhada.

Cierro mis ojos con fuerza y de mala gana, me giro lentamente hacia la voz. Con el pánico cerrando dolorosamente mi garganta.

Al principio no escucho nada, no veo nada, no sé si se está acercando o se queda en su lugar, pero de lo que estoy si segura es de su intensa mirada grisácea clavada en mí, la puedo sentir. De alguna manera mi piel cosquilleando en donde sus intrigantes ojos se posaban como dagas, repasándome entera más de una vez, estudiándome. O eso creo.

—No te vas a morir si me miras... —me recuerda y creo percibir el atisbo de una sonrisa en su tono.

Idiota.

Suspiro. Y después de unos segundos y en contra de todo lo que lo que mi mente acobardada me dice, abro los ojos muy, tal vez demasiado despacio. Tratando de prolongar lo inevitable. El es inevitable.

Y con un revoloteo de mis pestañas, allí lo encuentro, frente a mí.                                                                            
Tan gloriosa y peligrosamente real. Demasiado real. Afirmando en mi cara que no es un simple sueño, no es una fantasía ni una alucinación. Que él es real en sus siete letras. 

Kástian. 

Tan pálido, alto y un poco escalofriante en su elegante traje negro y su aura atrayente. Recostado tranquilamente en uno de los barandales de madera del puente. Su mirada tan arrolladoramente profunda y demandante, sus felinos ojos grises tan peculiares como los recordaba. Tan intensos, tan ausentes, tan resignados.

El ladea un poco su cabeza, escudriñándome sin miramientos. Mi corazón palpita enloquecido cuando da un paso hacia mí, y yo no pude evitar darlo hacia atrás. 

Tengo que admitir que estaba malditamente aterrada hasta los huesos. Porque una cosa era tenerlo en mi habitación, pero aquí, esto era su territorio. El bosque le pertenecía.

Y como el ser tan valiente que era… solo pude hacer lo que primero que me vino a la cabeza… Y eso fué agarrar una rama cualquiera que había tirada junto a mí y apuntarlo amenazadoramente con ella como si fuese una maldita arma nuclear. 

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