09. ¿Prefieres que te llame Slenderman?

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El comienzo un simple toque
Compartiendo diferentes latidos del corazón♪

(The start a simple touch
Sharing different heartbeats)

Heartbeats
JOSÉ GONZÁLEZ



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CAPÍTULO 9


Al observarlo, me pregunte si en su anterior vida había hecho algún tipo de deporte. Tal vez baloncesto, si, tal vez eso.

Era muy alto y delgado, sus piernas y brazos parecían quilométricos, en realidad todo él,  y se notaba que bajo de ese lujoso traje estaba muy en forma. En otro momento le preguntaría, pero supongo que todavía no nos hacíamos ese tipo de preguntas.

Por primera vez me permito mirarlo realmente.

Bajo la mirada y noto sus manos apoyadas en la madera, sus dedos cubiertos de venas eran largos y pálidos, al igual que el resto de su piel.

Su cabello era negro y caía desparramado por sus orejas y a los lados de su rostro, los mechones oscuros apuntando en cualquier dirección. Sus rasgos eran finos y duros a la vez, elegantes, pómulos fuertes, mandíbula marcada, nariz aristocrática, labios naturalmente rojizos, cutis envidiable y unos atrayentes y un poco achinados ojos grises con destellos y motitas azuladas. 

Vaya, hasta sus ojos eran muy raros.                                                               
Me pregunte si la muerte de alguna manera te hacía lucir más atractivo, aunque no lo creía. Estaba más que segura que Kástian era tan guapo en vida como lo era en muerte. 

No me aguanté. Necesitaba respuestas y solo él me las daría.                                             

Volví a mirar al frente, suspiré, pasaron unos minutos más antes de que yo me atreviera a preguntar:

—E-entonces... Tú de verdad estás...—me calle, las palabras no quisieron salir.

Pasaron unos segundos, unos incómodos e infinitos segundos de un crudo silencio. Me concentré en escuchar a los pajarillos cantores a la lejanía para apaciguar los nervios que carcomían mi estómago. Hasta que él se dignó a mirarme, y yo sentí ese revuelo extraño en mi estómago otra vez.

—¿Muerto...?—termina por mí con voz amarga y sin quitarme la mirada. —Sí, lo estoy. Pero eso ya tú lo sabes, Jhada.

—No, no lo sé.

El frunció el ceño ante mi respuesta y me miró fijamente. Sin darme tregua. Ladeó su cabeza antes de inclinarse lentamente hacia mí, entrecerrado sus escalofriantes ojos como el humo. Estudiándome. 

Mi pulso se aceleró sin remedio y fruncí el ceño ante eso.

—¿Ah no? ¿No lo sabes...?—pregunto muy bajito, siseante. 

Tragué saliva antes de negar con mi cabeza.

>>¿Entonces por qué razón tu padre no pudo verme ayer en tu habitación? ¿Entonces por qué razón puedo hablar en tu mente? ¿Entonces… por qué razón saliste corriendo el primer día?

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